Pasaron más de dos mil años sin que la teoría de la persuasión y propaganda sufriera grandes cambios, desde la antigua Grecia hasta la Revolución Industrial –este un acontecimiento histórico importante en cuanto a que cambió muchos paradigmas en Occidente y abrió el camino para la persuasión de masas de población a través del mercado. Siglos antes propaganda y persuasión fueron usadas por religiones y sus instituciones en su lucha desprestigiándose unas a otras. Entre 1880 y 1920 esto tomó nueva forma gracias al sufragio universal que aumentó de entre un 10 o 15 por ciento a un 40 y 50 por ciento la participación política de la población, esto después de décadas de luchas no solo reivindicativas sino por la defensa de la vida misma de millones de trabajadores y trabajadoras en América y Europa.
La preocupación por el impacto que el sufragio universal pudiera tener sobre la dirección del mundo y el poder nació de hombres ilustrados como Adam Smith, este que aunque partidario de un nivel de redistribución en favor de quienes producían y de otros intelectuales igualmente se preocupaba de perder el poder absoluto que hasta entonces tenían. Industriales y comerciantes de fines del siglo 18, ellos mismos ilustrados o asesorados por hombres ilustrados de su tiempo, miraban despectivamente al resto –esas muchedumbres que por primera vez alcanzaban un nivel de protagonismo. Trabajadores y trabajadoras, integrados al proceso productivo industrial y a los servicios en las ciudades, tenían una presencia real y la preocupación de la elite dominante era precisamente que estos trabajadores y trabajadoras no tengan acceso a las áreas públicas y políticas, espacios que la elite ocupaba –ellos eran los “hombres de mejores cualidades” como se llamaban ellos mismos.
Con el tiempo, el aparato industrial necesito especialista y estos llegaron a tener ciertos derechos (muy controlados); para finales del siglo 19 muchos trabajadores organizados en sindicatos y sociedades abiertamente enfrentaban, con bastante odio, a empresarios, aristócratas y burgueses. Y, la mayoría de la gente del pueblo no creía en la institucionalidad liberal, supuestamente democrática, que estos habían creado a partir de la Revolución Francesa y de la Independencia de los Estados Unidos. La represión y el crimen eran altos y se daban en un contexto de mucha pobreza, sobrexplotación y enormes problemas sociales (alcoholismo, abuso infantil, violencia contra la mujer); represión y crimen, sin embargo, comenzaron a perder su efectividad y no alcanzaban ya a engañar y controlar a la población. En Estados Unidos, antes y durante la Primera Guerra Mundial, se implementa un programa de “americanización” con millones de nuevos inmigrantes a través de la propaganda –se trataba de favorecer un patriotismo y sentimiento nacionalista extremo y persuadir a la población a que se identificara con un concepto de “patria” útil a la elite dominante, conceptos por el que todo lo ajeno al país era poco americano o anti-americano y posiblemente subversivo. Comienza de esta forma a dividirse el movimiento sindical.
Entender la dinámica de la fabricación e imposición de propaganda y persuasión a partir de 1907 en Estados Unidos, el resto de América y Europa, es importante y sirve mucho leer los ensayos del sicologo-social australiano, Alex Carey, recopilados en el libro,”Taking the Risk out of Democracy” publicado en 1995. Carey, fallecido en 1988, fue el primero en analizar la propaganda corporativa. Carey fue compañero de trabajo y amigo personal del profesor Noam Chomsky, y este le dedica a su amigo el libro que más tarde escribiera con Edward Herman “Manufacturing Consent” denunciando la completa subordinación de los medios de comunicación occidental a los intereses corporativos, esto lo hace como una forma de reconocimiento por la contribución de Carey al estudio de la propaganda. En sus escritos Carey, académico de la Universidad de New South Wales, Australia, identifica el papel importantísimo que la persuasión y la propaganda juegan desde principios del siglo 20.
Alex Carey, fue un científico comprometido y eligió el estudio de la persuasión y la propaganda impuesta a la sociedad norteamericana porque estas se convirtieron en ciencia, con sus debidos profesionales, justamente en Estados Unidos, y en especial a partir del impulso que le diera el presidente Woodrow Wilson cuando su país entra a la Guerra en 1917. Wilson mismo entregaba mensajes presidenciales regularmente y estos llegaban a cada hogar, lugar de trabajo y lugar de esparcimiento del país, ayudando a producir en pocos meses una verdadera histeria anti-alemana de tal éxito que luego ricos y empresarios del país usarían similares estrategias en tiempos de paz para implementar sus propias agendas. La tarea fue organizada e implementada nada menos que por Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud, y fue tan exitosa que el mismo Hitler y los miembros de su partido nazi supieron apreciar el potencial que la propaganda tendría en la tarea de controlar la opinión pública en Alemania.
Décadas después, en 1942, Henry Wallace (vice-presidente de Franklin D. Roosevelt y candidato a presidente por el “Progressive Party” en 1948) afirmaba que: “El siglo 20 es el siglo del “hombre común” en Estados Unidos y el mundo debido a la expansión económica sin precedentes que se vislumbra a partir de la Segunda Guerra Mundial y que será controlada y puesta al servicio de las grandes mayorías, en vez de al servicio del poder individual y del privilegio de clase.” Pero nada de lo que Wallace dijo habría de cumplirse, y esto debido al aumento de la propaganda y la manipulación que encubren la opresión contra esos hombres y mujeres comunes –aunque gocen de más bienestar en el Primer Mundo que en el Tercero.
Es Alex Carey quien plantea que para que la propaganda sea exitosa como herramienta de control social cuatro condiciones deben darse: primero tiene que identificarse como importante y ser usada, luego tienen que crearse los conocimientos necesarios para producirla, tienen que existir los medios de difusión y finalmente hay que establecer un sistema de símbolos importantes (de lo sagrado y lo satánico) con poder real sobre las reacciones emocionales de la gente y capacidad de ser idealizados por ellos. Para Carey Estados Unidos ha tenido estas condiciones por mucho tiempo más que otros países en el mundo. La condición más notable y fundamental es la de los símbolos mismos, que Carey identifico como maniqueísmo, una visión del mundo dualista, que se dio en Estados Unidos -que tuvo origen en la civilización persa y que fue adoptada por muchas otras religiones y se basa en la división absoluta entre el bien (o la luz) y el mal (o las tinieblas) como principios eternos y absolutos. Además, la sociedad estadounidense tiene una orientación pragmática, una preferencia por la acción sobre la reflexión, o sea que si la creencia es verdadera hemos de descubrirlo en su práctica -sin análisis previo. Otras sociedades entienden el bien y el mal aplicado a cualquier acción social como algo complejo, son capaces de ver una aleación del bien y del mal que demanda una continua reflexión y un continuo cuestionamiento a la hipótesis o a la suposición.
Esta dicotomía ha jugado un papel poderoso como medio de control social, en lo interno de la sociedad norteamericana tanto como en los asuntos de política externa. El bien (o dios) contra el mal (o el demonio) tienen equivalentes seculares, que Carey nombra como “idealismos extravagantes.” Carey los nombra e incluye el “Espíritu de América”, el “Propósito de América”, el “Significado de América”, el “Modo de Vida Americano.” Los valores que Estados Unidos representa se definen como “destino obvio” y a si mismos como “virtuosos” y “piadosos.” Por otro lado está la idealización extravagante negativa del “Demonio” secularizado en el comunismo, socialismo y todo lo que se le parezca en algo y que se presenta como único en todos los lugares y en todos los tiempos como “maléfico, dañino, engañoso y destructivo de todos los valores civilizados y humanos.” Carey agrega que “En la conciencia popular todo lo que venga del comunismo (u otros enemigos actuales) es una amenaza al preciado, laico-sagrado e idealizado “Modo de Vida Americano” y por lo tanto una amenaza a la “seguridad nacional” -término concebido en forma tan general como en la Edad Media se entendía “la defensa de la fe contra las amenazas y seducciones de ideas heréticas”.
De la misma forma que en el siglo 20 crece el poder corporativo, crece también la propaganda corporativa, mayormente de corporaciones estadounidenses quienes identificaron desde el principio del siglo el crecimiento de la participación democrática de la fuerza laboral y de sus organizaciones sindicales y políticas como una amenaza a su poder. Entonces, para mantener el control corporativo se optó por el uso de propaganda corporativa que tomó dos direcciones, una hacia dentro y otra hacia afuera. La hacia afuera o hacia la población general y tuvo dos objetivos principales, uno identificar el sistema de libre empresa como un valor preciado y la intervención del gobierno y de los sindicatos como tiránica, opresiva, incluso subversiva. Los encargados de las relaciones publicas, comunicaciones corporativas y “educación económica” fueron quienes implementaron estos objetivos. La otra, dirigida hacia adentro de la corporación, hacia sus empleados ha tenido siempre el propósito de debilitar los sindicatos, en especial las conexiones entre miembros de este y la propia organización, esto a través de lo que se llama “relaciones humanas” y programas de “participación y comunicación del empleado”. Estas tácticas de propaganda adquirieron fuerza dentro de la empresa y en la sociedad toda de los Estados Unidos, a partir de 1913 se crearon instituciones para diseñar estrategias con el fin de debilitar y destruir el derecho de trabajadores y trabajadoras, y la población general, instituciones por ejemplo como la Asociación Nacional de Industriales, la Cámara de Comercio y el Consejo de Propaganda Industrial. Para los años de la Segunda Guerra Mundial aparecieron también los centros de estudio, en término coloquial “Think Tanks” –en referencia a las habitaciones donde los estrategas discutían planes de guerra, estos centros, agencias y fundaciones proliferaron después de la guerra para convertirse en otros medios de propaganda aunque y en una proporción menor aparecen también quienes cuestionan el dominio de los ricos y sus instituciones.
Para los años 70 la estrategia para la persuasión y propaganda vuelve a tener un nuevo impulso cuando el sistema económico comienza a sufrir en su estructura misma con el fin del crecimiento económico en Europa y Norteamérica, y con la creciente crítica de la opinión pública por la guerra de Vietnam, crítica y dudas que no se daban desde finales del siglo 19 y principios del siglo 20, y durante la depresión de los años 30. Pero esta vez las estrategias van hacia la comunidad de base en general y determinados sectores particulares, invirtiendo muchos más recursos económicos que antes en persuadir al pueblo norteamericano de que los intereses de la corporación son sus propios intereses. La propaganda va dirigida no solo a hombres y mujeres de la calle sino a los grupos que los influencian, parlamentarios, administradores civiles, editores de periódicos, reporteros y comentaristas de radio y televisión. La intervención corporativa en el sistema educacional en Estados Unidos es importante y trata de detener el cuestionamiento de los años 60 –papel que históricamente han jugado las instituciones religiosas. Muchos académicos e intelectuales han sido cómplices en sus intervenciones y han contribuido miles de documentos y libros a continuar el control social.
En los 70 el esquema de propaganda estadounidense se exporta, los primeros receptores son los anglosajones el Reino Unido, Australia y Canadá. En América Latina se continúa aplicando la propaganda de la Guerra Fría, siempre con la opción del garrote o dictaduras militares, entonces todavía confiables. En los 80 la expansión de la propaganda, y de la conspiración contra las organizaciones laborales en Estados Unidos, comienza a tener resultados positivos para la corporación. La afiliación de miembros en los sindicatos comienza a descender, en la actualidad alcanza apenas a un 11 por ciento y continúa su descenso. Entonces la propaganda es de todo tipo, incluso en favor del consumismo y el crédito personal, y agrega un nuevo referente: las Organizaciones no Gubernamentales (ONG) nombre acuñado hace muchas décadas y que también incluyen algunas ONG críticas que denuncian y que se extienden por Europa, Japón y países de América Latina, como Chile, por lo que se vive una verdadera americanización con altos niveles de imitación por parte de la clase media (e incluso de las clases populares) de la cursilería y pedantería de los ricos que se ilusionan y se mienten con que van a alcanzar riqueza y felicidad.
Para los comienzo de los años 90 llega el regalo inesperado, la caída de la Unión Soviética, el enemigo se entrega, la excusa de la alerta continua frente al comunismo se desploma. En un año no queda nada de la Unión Soviética y los regímenes de Europa del Este, se trata de un suicidio histórico único en la geopolítica mundial, uno que Alex Carey no alcanzó a vivir. La sorpresa es que ese lado del mundo, el mundo comunista, quiere creer que le espera el bienestar del Primer Mundo y se niegan a ver que justamente es su existencia misma la que anima la expansión del propio Estado de Bienestar (hoy en vías de desaparición en ese Primer Mundo) posterior a la Segunda Guerra Mundial. Además contribuyen a la propaganda en el mundo occidental la conversión de izquierdistas de todo tipo, que como los alcohólicos que se abrazan en las iglesias evangélicas cuando se convierten en abstemios señalando al resto que de entre ellos siguen en el vicio y se niegan a arrepentirse. Estos ex –izquierdistas se abrazan públicamente al reino de las corporaciones y de los ricos, deseosos de pertenecer a lo que ellos, y ellas, decían combatir. Una conversión importante y muy bien usada en la propaganda en Europa y América Latina pero no en Estados Unidos y Canadá donde la realidad es muy otra, pocos cuestionan activamente y quienes lo hacen como los que participaron en las protestas del movimiento de los “Ocupa” y de las pequeñas organizaciones de izquierda, son fuertemente asediados, reprimidos y luego olvidados como si no existieran pues la mayoría de la población es indiferente y no tiene conciencia de la realidad corporativa y política.
Esta monstruosa máquina de persuasión y propaganda es cada día más compleja pero por eso mismo es también más vulnerable y corruptible, en especial en lo que se refiere al mundo periférico donde tiene que enfrentar desafíos grandes. En América Latina tal es el caso de los Zapatistas en México y el de los países del ALBA que han activado el liderazgo e influenciado con su liderazgo el movimiento popular y el cuestionamiento al poder que corporación e imperialismo tienen sobre los pueblos. En Europa del Oeste hay conciencia política y conocimiento sobre el modelo de persuasión y propaganda pero la mayoría de los ciudadanos espera que emerjan soluciones dentro del sistema mientras los otros, que son millones, aun no logran construir una estructura con liderazgo.
Todo esto no está libre de contradicciones y la mayor contradicción que el modelo de persuasión y propaganda enfrenta es intrínseca. Su dualismo fundacional es simplista, es blanco y negro, pero la realidad es compleja y llena de grises. Su dualismo tiene raíces religiosas y se alinea con un mundo religioso. Pero las sociedades occidentales de hoy son seculares y el consumismo materialista que el modelo de propaganda favorece contribuye a su creciente secularización. El credo de millones ya no es religioso es consumista y material y su templo es la galería comercial –allí se gasta el tiempo libre. En Estados Unidos y en el mundo la propaganda también pierde potencia ante la creciente conciencia del daño que las corporaciones, desde las mineras hasta el agro-negocio, generan en el medio ambiente. Jorge Beinstein, profesor argentino, habla de la “dinámica de la decadencia” occidental y sistémica. Beinsten va más lejos y apunta a como la destrucción en la periferia inevitablemente ha de generar autodestrucción en los países centrales llevando a decadencia civilizatoria frente a lo que la persuasión y la propaganda serán ineficaces e inútil.
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