Introducción
El 15 de enero de 2006, Verónica Michelle Bachelet fue elegida Presidenta de Chile por un margen del 54% al 46% de los votos (en su mayoría de jóvenes menores de 30 años) y un 40% de abstenciones. Al encabezar una coalición de dos partidos en teoría ‘socialistas’, los Cristiano-Demócratas y los Radicales, su victoria electoral ha sido muy bien acogida por un vasto espectro político que va desde la Administración Bush al Presidente Chavez, incluidos todos los grandes medios de comunicación económicos (Financial Times, Time Magazine, Wall Street Journal) y las instituciones financieras internacionales más importantes (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional…).
Los progresistas, al igual que en las valoraciones efectuadas después de otras elecciones recientes, se han equivocado de nuevo (o quizá han renunciado a su agenda reformista) y la derecha tiene razones para sentirse regocijada.
Los progresistas echan mano de consideraciones un tanto mezquinas para explicar su respuesta positiva ante la elección de Bachelet: Alegan que es la primera mujer presidenta en Latinoamérica (olvidando que Margaret Thatcher fue la primera mujer Primera Ministra de Inglaterra), que pasó un breve período en las cárceles de Pinochet; que era la hija de un general de las fuerzas aéreas que fue leal al depuesto Presidente socialista Allende y que fue torturado hasta la muerte; y en el hecho de que era dirigente en el, teóricamente, Partido ‘Socialista’ de Chile. La confianza de los progresistas en su identidad política contrasta agudamente con la aproximación histórica materialista adoptada por el ala derechista de determinados regímenes políticos y de los medios de comunicación de masas de las grandes corporaciones, que centran la atención en su actuación política durante los últimos quince años, en su papel como Ministra (de Sanidad y Defensa) en el gabinete gubernamental y en su adhesión incondicional a las políticas de libre mercado neo-liberales y a la doctrina militar regional de EEUU.
Para comprender el significado de la elección de Bachelet y las razones por las que el régimen de Bush se ha quedado extasiado ante ella, se debe profundizar al menos brevemente en los antecedentes de los denominados regímenes de ‘centro-izquierda’ que han gobernado Chile durante los últimos 16 años.
En 1988, la coalición denominada la “Concertación” derrotó al dictador Pinochet mediante un plebiscito y, un año después, venció a un candidato pinochetista, ganando así las elecciones presidenciales. Desde 1989 hasta la actualidad, Chile ha seguido siendo gobernado bajo la constitución autoritaria impuesta en 1980 por la dictadura. Los regímenes de la Concertación Presidencial (ya fueran Demócrata-Cristianos o Socialistas) no sólo aceptaron las fraudulentas privatizaciones valoradas en miles de millones de dólares que se llevaron a cabo bajo la dictadura, sino que extendieron la práctica a todos los sectores de la economía, incluida la sanidad, las pensiones y la educación. Un informe llevado a cabo por un grupo de investigadores del Congreso (20 de julio de 2005) reveló que se habían transferido ilegalmente tierras y propiedades valoradas en 6.000 millones de dólares a funcionarios pinochetistas. A lo largo de una década, una serie de oficiales militares de alto rango, con Pinochet incluido, que habían estado implicados en crímenes contra la humanidad se fueron sucediendo en los cargos más importantes del país. Se ascendió a oficiales de grado medio. Bajo la Concertación, Chile conservó la bochornosa cualidad de ser el segundo país, de entre los que componen Sudamérica, con las desigualdades sociales más graves.
Hasta el momento actual, los militares continúan recibiendo el 10% de los ingresos que genera el cobre (el porcentaje más alto nunca fijado), una medida apoyada con entusiasmo por Bachelet cuando era Ministra de Defensa (2002-2004). Una legislación laboral restrictiva impide que los sindicatos y los movimientos laborales se impliquen en cualquier huelga que afecte a niveles amplios a la industria, y la mayor parte de los jornaleros y leñadores no tienen casi defensa alguna frente a los depredadores productores de los sectores de la uva, el vino y la madera. En contraste con lo anterior, una nueva clase de multimillonarios ha pasado a dominar una economía altamente monopolizada que está asociada con multinacionales europeas y estadounidenses dedicadas a saquear la riqueza piscícola, los bosques, las aguas y los recursos minerales del país, apropiándose de tierras indias y criminalizando a los movimientos indios de los Mapuches. La afirmación de la Concertación de haber reducido la pobreza de la población de un 48% a un 18% no es más que una manipulación estadística: es el resultado de redefinir el límite de la pobreza hasta niveles mínimos de subsistencia. Estimaciones más realistas, basadas en estándares de vida adecuados, elevarían ese 18% al menos hasta un 40-45%. Asimismo importante es el hecho de que la “Concertación” se ha alineado con EEUU –y en oposición al resto de Latinoamérica- como el discípulo más leal de las políticas económicas de libre mercado, firmando una versión bilateral del Área de Libre Comercio de Latinoamérica y votando con EEUU en contra de Cuba en las reuniones anuales sobre Derechos Humanos de la ONU en Ginebra. El Partido Socialista, de entre cuyas filas salieron los dos últimos Presidentes elegidos, no sólo ha renunciado a todas las políticas puestas en marcha por el martirizado Presidente Allende (nacionalización del cobre, reforma agraria, democracia industrial, seguridad social y legislación laboral proteccionista) sino que ha “confesado” que Allende siguió “políticas equivocadas”. El ala derechista y los socios demócrata-cristianos del golpe militar de 1973 no llevaron nunca a cabo una “autocrítica” parecida.
Michelle Bachelet: Trayectoria de su Ascenso al Poder
Antes del golpe militar, Bachelet había apoyado al Gobierno de la Unidad Popular, del cual su padre, el General de las Fuerzas Aéreas Alberto Bachelet, era un partidario leal. Fue detenida durante un breve tiempo junto con decenas de miles de chilenos progresistas y se marchó eventualmente del país, recibiendo una beca de la Universidad Humboldt en la comunista República Democrática Alemana (GDR), donde se convirtió en una partidaria de Hoeneker carente de todo sentido crítico. Tras el restablecimiento en Chile de la política electoral, Bachelet volvió al país, convirtiéndose en miembro del Comité Central del “renovado” y pro-neo-liberal Partido Socialista. Desde su regreso a Chile hasta su elección como Presidenta Bachelet, no sólo no cuestionó nunca la impunidad de los militares que torturaron a su padre hasta matarlo, sino que abrazó su doctrina de seguridad nacional, promovió a numerosos oficiales de rango medio que habían trabajado en la DINA (policía secreta) de Pinochet, jactándose de las estrechas relaciones de trabajo que mantenía con ellos.
El profundo cambio de la trayectoria de Bachelet desde la RDA hasta su aproximación a EEUU se evidenció durante su estancia de un año en Fort McNair, donde se imbuyó de la doctrina de “guerra interna” de EEUU y de las estrategias contra la resistencia. A diferencia del camino que abrazó su padre rechazando el imperialismo y abrazando políticas re-distributivas socialistas, Bachelet siguió un sendero de “convergencia con el poder hegemónico” (en sus propias palabras), que en esencia se resume en la sumisión servil a los dictados estratégicos de EEUU. Su anterior período (2000-2002) como Ministra de Sanidad no presenció mejora alguna en el desmoronado sistema sanitario público, no puso en marcha ningún programa relevante para el 50% de la población chilena que no podía afrontar los sistemas de sanidad privada, y no hizo ningún esfuerzo por mejorar el fracasado sistema de pensiones privadas definido por Washington, en otra época, como “modelo” para el mundo. Los planes de pensiones privadas sufren en la actualidad una desvalorización estimada en un total de 1.000 millones de dólares, mientras que las subidas de las tasas administrativas y otros gastos se están llevando hasta el 20% de las cantidades fijadas para dichas pensiones. La Organización Internacional del Trabajo ha llamado por ello la atención a Bachelet y a sus predecesores, ya que únicamente el 58% de los pensionistas van a recibir 120 dólares al mes y, el restante 42%, prácticamente nada.
Bachelet: el Bismarck chileno
Durante el período de Bachelet como Ministra de Defensa, los gastos militares de Chile alcanzaron nuevas cotas: el gasto militar per capita superó el de cualquier gobierno de Latinoamérica. Gastó miles de millones de dólares en una nueva flota de aviones de combate, helicópteros, navíos de guerra y sistemas de espionaje mediante fotografía por satélite, Chile se preparó para “converger” con EEUU para vigilar a los turbulentos países andinos. Bachelet fue la seguidora más enérgica de EEUU al enviar a Haití una fuerza expedicionaria militar para que ayudara en las tareas de represión de los partidarios del democráticamente elegido Bertrand Aristide. Unos 400 soldados chilenos armados hasta los dientes patrullaron las paupérrimas calles de Puerto Príncipe en apoyo del régimen-títere impuesto por EEUU.
Bachelet acogió siempre muy bien cualquier oportunidad de realizar maniobras militares junto a EEUU – ofreciendo apoyo logístico para las últimas operaciones de UNITAS.
Bachelet superó los protocolos normales en las relaciones de un Ministro de Defensa con los militares: en las primeras páginas del derechista diario El Mercurio aparecieron publicadas fotos memorables con abrazos a generales. Incluso hubo algo más impactante aún en la exuberancia efusiva de Bachelet hacia los generales, entre los que figuraban muchos de los que habían servido en la policía secreta de Pinochet, 13 de los 30 generales con los que Bachelet colaboró habían sido miembros de la tristemente célebre DINA, famosa por sus torturas y asesinatos de sospechosos políticos.
En su oportunista ascenso al poder, Bachelet se mostró dispuesta a alabar y promover precisamente a aquellos oficiales militares que podían haber estado directa o indirectamente implicados en las torturas a su propio padre.
Bachelet: Presidencia y Continuidad con el Pasado
En una entrevista publicada en el influyente diario El Mercurio (22.1.06), Bachelet expuso enfáticamente su apoyo entusiasta al modelo neo-liberal, el mantenimiento del 19% del regresivo IVA, la oposición a cualquier impuesto progresista o a políticas re-distributivas y la ausencia de una legislación positiva que pudiera reparar las abismales desigualdades. Aparte de promover la “educación” en niveles medios, proclamó que no existía una “fórmula mágica” para superar la brecha entre ricos y pobres – y ni hablar de cambiar la jornada de trabajo chilena, con 48 horas a la semana, la más alta entre los 60 países considerados por la clasificación del International Institute of Management. Pero, para Bachelet, aprobar una legislación laboral supone una “fórmula mágica” inalcanzable.
Teniendo en cuenta los antecedentes históricos, el disponer de una Presidenta recién elegida que pone un énfasis muy especial en la seguridad militar, incluida la “seguridad interna”, a fin de impedir cualquier movimiento social, habilitando la existencia de batallones de reacción rápida que ya han sido preparados para converger con las intervenciones militares de EEUU, no es sorprendente que la Administración Bush y la Embajada de EEUU en Santiago nombrara a Chile el mejor socio de Washington, un modelo para Latinoamérica, el cliente perfecto: un paraíso para la inversión extranjera, un infierno para los trabajadores y una amenaza para los movimientos sociales andinos.
La subida al poder de Bachelet demuestra que el poder político es más fuerte que los lazos de parentesco, que la lealtad de clase es más poderosa que la política de identidad y que pasadas afiliaciones izquierdistas no suponen estorbo alguno para convertirse en el mejor aliado de Washington en su defensa del imperio.
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