Así se llamaba una novela muy leída, un auténtico best-seller de los 60, de dos periodistas, Larry Collins y Dominique Lapierre. El texto relata los últimos días de la dominación nazi sobre Francia en 1945, y sobre todo la negativa del gobernador alemán en París, el general Von Choltitz, de obedecer la categórica orden de Hitler: incendiar a la capital francesa antes de abandonarla para así crear una crisis gigantesca que retrasara el avance de las tropas aliadas hacia Alemania. Hitler, según los autores, insistiría, y preguntaría a su general si había cumplido la orden: "¿Arde París?".
He recordado, lamentablemente, esa frase ante el sangriento atentado terrorista en París. Que los bárbaros nunca inventan y siempre se repiten.
El Estado Islámico se vanagloria ante el mundo de sus crímenes. Y demuestra que tiene los recursos para colocar y hacer operativo un pequeño ejército hasta en una de las ciudades más importantes del mundo.
El último y sangriento hobbies del Pentágono es crear Frankensteins. Intenta crear Golem, criaturas sin voluntad y con poco cerebro, controlables, que muchas veces no pasan de dar declaraciones y otras llegan a ser presidentes de países o Secretarios de la OEA. Pero muchas veces los Golem se rebelan, quieren tener vida propia, y se convierten en perros que muerden a sus amos.
Los Estados Unidos llevan décadas creando, fortaleciendo y armando a grupos extremistas islamistas. Primero para atacar a la atea URSS. Y luego de la caída del estado soviético siguieron usando a esos grupos de locos para desestabilizar a los países cuyos gobiernos no les agradan. Que el pecado que no tiene perdón es no agradar al Gigante del Norte.
Bush padre tuvo la genial idea de utilizar a un señor llamado Bin Laden en esa tarea. Y su hijo, George W, también conocido por su genialidad, acentuó la amistad con la familia Laden en lucrativos negocios petroleros.
Se podría creer que después de lo de las Torres Gemelas, los yanquis ya tendrían suficiente con estos experimentos. Pero no. Continuaron con lo mismo. Y no es por vicio. Resulta que los gringos quieren destruir el nacionalismo árabe, ese movimiento que viene desde la época de Nasser y que defiende la soberanía del pueblo árabe frente a la milenaria y dogmática injerencia occidental. No es casual que hayan sido gobiernos laicos los que se han vuelto intolerables a los Estados Unidos (Irak, Libia, Siria), nunca el obsoleto régimen saudita, una monarquía absoluta y teocrática.
Para esconder la artimaña, Bin Laden tenía que morir, impensable que fuera encarcelado. Así nos perdimos los cuentos que el prisionero pudo hacer contado sobre sus relaciones con los Bush y el Pentágono. El presidente Obama personalmente dio la orden de acallar al peligroso testigo.
Desde Afganistán y desde Irak, los países invadidos por los gringos, se fue creando el nuevo Frankenstein. Más monstruosamente sanguinario que Al-Qaeda. Con ambiciones y recursos mucho mayores.
Cuando los gringos decidieron acabar con Siria hicieron lo de siempre: entrenaron y dotaron de armas y recursos a los terroristas.
No pudieron hacer más, como se lamenta la señora Clinton, porque el mismo Congreso yanqui le puso límites a la "ayuda" que le dan a la "Oposición" siria. Ayuda que, como se enteraron algunos senadores norteamericanos, terminaba mayoritariamente en manos de los extremistas del Estado Islámico y sus aliados.
Pero con el fanatismo religioso no se puede jugar. Y menos controlar. La relación entre Estados Unidos y el Estado Islámico está preñada de ambigüedad, de una ambigüedad calculada. Acaso por ambas partes, porque no solo tenemos el despiadado cálculo de los pragmáticos gringos. Detrás de la piedad dogmática del Estado Islámico están grandes negocios, que hasta petróleo venden los terroristas del EI.
Dos acontecimientos están dando al traste con este juego de sangre y mentiras del Pentágono.
La intervención rusa, que previo acuerdo con el gobierno sirio, como debe ser, arrancó un plan de bombardeo sobre las posiciones del Estado Islámico. Los rusos han golpeado con fuerza a las fuerzas terroristas, que han retrocedido, han logrado más en un mes que lo que Estados Unidos y la OTAN han conseguido en un año. La acción rusa produjo además una coordinación político-militar que agrupa a Siria, Irán y a la cual se sumó Irak.
Ahora ardió París. De nuevo un ataque bárbaro y sin ningún miramiento por la vida humana. Una típica acción terrorista: es decir, una guerra contra civiles inocentes y desarmados.
La alarmada Francia también está llamando a la coordinación con Rusia. El Frankenstein está aglutinando un poderoso frente en su contra.
El juego yanqui de estar con Dios y con el Diablo se enredó, pareciera que definitivamente. Los gringos o corren o se encaraman.