EEUU: Cuatro de julio, una celebración que oculta más de lo que revela

El país festeja el 240 aniversario de su independencia este 4 de julio. El espectáculo patriótico, rodeado de banderas y hot dogs, que culmina con fuegos artificiales, todo acompañado por himnos que ensalzan a la república y a Dios (que aparentemente tuvo algo que ver), oculta –como en todo el territorio– más de lo que revela.

Tal vez por ello el himno nacional estadunidense es, posiblemente, el único en el mundo que está lleno de dudas e interrogantes, como reveló de manera brillante Laurie Anderson hace años. Es un himno que empieza con la pregunta ¿Aún puedes ver?, y acaba con ¿Dime si esa bandera de estrellas aún ondea?”. El himno no ofrece respuesta.

Cómo hablar de memoria nacional en un país que tiene una extraordinaria capacidad de amnesia –en parte por su mito sagrado de que hay que ver hacia el futuro, no hacia atrás (tal vez eso se explica en parte por ser un país de migrantes). Ese fue el argumento de Barack Obama cuando primero ocupó la Casa Blanca. Hay que proseguir hacia adelante, insistió al evitar investigar y fiscalizar a los oficiales responsables de ordenar la tortura y desapariciones forzadas en la guerra contra el terror. Tampoco el espionaje masivo ilegal de ciudadanos, sobre todo disidentes, ni los ejecutivos responsables del fraude más grande de la historia en Wall Street, que llevó a la destrucción de millones de empleos y a la crisis más grave desde la gran depresión. Absoluta impunidad encubierta por la exhortación al olvido, perdón, al futuro.

Este 4 de julio también se celebra la continuación de las guerras más largas de la historia del país (Afganistán e Iraq). No pocos veteranos de éstas cuentan que los estallidos de los fuegos artificiales para celebrar este día –en honor, siempre, a las fuerzas armadas, que se sacrifican para defender nuestras libertades– les provocan temor y angustia, y no salen esa noche. En esas dos guerras, aproximadamente, un millón de estadunidenses han padecido heridas y daños físicos y mentales. Casi 7 mil regresaron muertos.
Mientras tanto, justo al iniciar el puente del 4 de julio, el gobierno de Obama difundió lo que había guardado en secreto durante años: su cálculo de muertes civiles, hasta 116, en ataques de drones en países en los que no están oficialmente en guerra (o sea, excluyendo a Afganistán, Siria e Irak). Por definición, son acciones ilegales. Asesinatos ordenados y cometidos en naciones soberanas. No se sabe cuántos estudiantes, artistas, maestros y niños más han perecido, ni cuantos más miran hacia el cielo todos los días para ver si un aparato está por matar a sus familias.

Al mismo tiempo, aquí se continúa nutriendo el temor, tan útil para imponer todo tipo de medidas de control y vigilancia masiva. Los políticos no se cansan de hablar de amenazas internas y externas a las seguridades nacional y pública, y no pocos suelen identificar al enemigo como proveniente de una raza, nacionalidad o confesión religiosa o ideológica ajena. Todo ello tiene ecos muy oscuros en el laberinto de la historia estadunidense.

Vale recordar que esta historia oficial nace con la llegada de los llamados puritanos –primeros migrantes indocumentados europeos–, quienes poco después comenzarían una guerra contra los enemigos: los indígenas, con los derrotados asignados a reservaciones, hasta hoy día –algunas siguen siendo las zonas más pobres y devastadas del país. Eso continúa con guerras, invasiones e intervenciones contra los que representan una amenaza, ya sea en América Latina, el Caribe, Europa, Asia o Medio Oriente. Vale recordar que ello fue acompañado por medidas de control y represión dentro del país, incluyendo redadas contra rojos durante la Primera Guerra Mundial (el caso de Sacco & Vanzetti parte de esto), la detención de unos 120 mil estadunidenses de origen japonés en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial (el japonés-estadunidense George Takei, actor famoso por su papel en Star Trek, y su familia vivieron en uno de ellos; los padres y abuelos del representante federal Mark Takano, también); el macartismo y sus decenas de miles de víctimas; las operaciones de represión y vigilancia del movimiento anti-guerra, y del de derechos civiles por las autoridades federales en los años 60. Ni mencionar casos más recientes contra las comunidades musulmanas, el movimiento altermundista Ocupa Wall Street y los migrantes latinoamericanos.

Estados Unidos –que hoy se congratula por ser el faro de la libertad en el planeta– tiene la población más encarcelada del mundo y sigue, algunos dicen más que nunca, violando libertades civiles. Su festejo democrático está manchado por un sistema electoral descompuesto; se ha comprobado que no sólo no se desea que todos voten, sino tampoco que todos los sufragios sean contados. Como resume el excelente reportero político Matt Taibbi, de Rolling Stone: “los votantes de América…. han sido sometidos a uno de los sistemas más brillantes de supresión del cambio jamás inventados. Tenemos elecciones periódicas, las cuales dejan a los ciudadanos con una sensación de autogobierno. Pero en realidad a la gente sólo se le permite escoger entre candidatos cuidadosamente evaluados por los donantes ricos. Nadie sin mil millones de dólares y la aprobación de media docena de empresas mediáticas gigantescas tiene posibilidad de alcanzar un puesto electoral alto”.

Pero, como siempre, brotan expresiones contemporáneas –algunas de manera masiva– de luchas por principios democráticos tan antiguas como el país y que se contraponen, cuestionan, esa historia oficial vacía, que encubre la impunidad de los que actúan contra los valores que supuestamente se festejan este día. O sea, la definición del 4 de julio aún se disputa.

Tal vez una versión más genuina del himno nacional para este 4 de julio es la de Jimi Hendrix en Woodstock, llena de furia y distorsión a través de su guitarra, acompañada en un momento por su mano ofreciendo el símbolo de paz.

Tomado de La Jornada- México


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David Brooks


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