Cuando comenzó el golpe de estado programado contra Dilma Rouseff, destinado a restar toda posibilidad de que la izquierda vuelva a gobernar a Brasil, mientras no haya una reacción popular contundente y demoledora, la derecha tenía en la mira dos objetivos muy precisos.
El primero de ello, revertir los procesos unionistas de Nuestra América, que habían impulsado Lula Da Silva, Néstor Kirchner y Hugo Chávez. Los dos últimos desaparecidos físicamente, pero continuados en sus ideales por Cristina Fernández y Nicolás Maduro.
El estado transnacional, también llamadoimperialismo, está consciente del daño que le hacen mecanismo integracionistas que no sigan las pautas neoliberales de privatización, desregulación de la banca, reducción del estado, libre comercio e inversiones.
Organismos como UNASUR, CELAC, el ALBA y un MERCOSUR contagiado de los principios de distribución de los ingresos, bienestar educativo, social, salud, inclusión e igualdad son enteramente peligrosos para los objetivos de acumulación de capital y poder total que pretenden las elites tradicionales que usufructúan el poder popular.
Al concretarse la primea parte del golpe seco en Brasil, el peón escogido, Temer, designa al archírival de Lula y Dilma en las elecciones, como Canciller, al señor José Serra.
Sin vacilación alguna, en el mayor ejercicio de cinismo, el canciller de facto, ataca sin vacilación a MERCOSUR a través del saboteo de frente a la institucionalidad, al pretender que Venezuela no ejerza la presidencia pro tempore, que por reglamento y lógica le corresponde.
De esta manera, pretenden avanzar en el segundo objetivo, cual es, derrocar a la Revolución Bolivariana, principal responsable de los cambios que venían dándose en la integración nuestra americana.
Serra usa argumentos paradójicos. Él, que procede de la ruptura de la decisión popular en Brasil, acusa al gobierno venezolano, fruto de varias elecciones, de no democrático. Él, que viene de una elite represora en Brasil esgrime el fraudulento argumento de violación de derechos humanos en Venezuela.
Para no dejar dudas de su calaña, se atreve a intentar comprar al gobierno de Uruguay, en lo que podría catalogarse como la más grande vergüenza a la que ha sido sometido el hermoso pueblo brasileño. Todo un record olímpico.