La decisión del gobierno de Iván Duque Márquez de apoyar a Juan Guaidó como presidente interino, favoreciendo incluso la presencia norteamericana en Colombia de cara a una eventual avanzada invasora al país hermano, es la misma decisión que lo tiene emproblemado: no tiene argumentos para pedir la extradición de la excongresista, Aida Merlano.
La política fue condenada por corrupción a 15 años de prisión, tiempo durante el cual no solo jamás se acostumbró a las rejas, sino que protagonizó una serie de hechos propios de una telenovela.
A comienzos de octubre pasado fue partícipe de una fuga cinematográfica cuando, aparentemente, asistía a una cita odontológica en un consultorio donde se practican fundamentalmente tratamientos estéticos para el embellecimiento de sonrisa, lujos que se pueden dar muy pocos presos en el territorio colombiano.
La de Aida Merlano no es la historia de la cenicienta, de una mujer pobre que se enamora de un empresario rico. En absoluto. Es la mejor graficación de la forma como la política es utilizada para manejar los hilos del poder en detrimento del erario público y en perjuicio de una amplia base popular.
No es algo nuevo. La historia colombiana ha estado signada por hombres y mujeres que al amparo de un favoritismo partidista, se enriquecieron al tiempo que amasaron un caudal de votos a costa de favores hechos a los electores, pagarles los servicios públicos, cubrir el costo de una fórmula médica o el carnaval de la arena y el cemento el día de los comicios. Y es lamentable reconocerlo, pero por un plato de lentejas muchos electores venden su conciencia.
De incógnita en un país que cuestionó
Ahora, volviendo a los hechos, el 27 de enero capturan a Aida Merlano en Maracaibo. Venezuela, el país que cuestionó como hace todos aquellos que se ubican entre la clase privilegiada. Lo que les importa es el dinero y todo lo que les suene a la socialización de los bienes particulares, les produce urticaria.
Allí, en ese ambiente de búsqueda de una sociedad igualitaria o al menos más equitativa, estaba refugiada. Cruzó ilegalmente la frontera y, amparada en una peluca y el bajo perfil, se movía como Pedro por su casa. ¡Las vueltas que da la vida! Incluso, con siete celulares. Alejada del glamour pero sin querer renunciar a las comodidades.
Un problema diplomático
La situación es complicada porque Colombia no tiene relaciones diplomáticas con Venezuela. Colombia reclama tener aquí a Aída Merlano, que pague la deuda con la sociedad. Pero Iván Duque, otrora un presidente camorrero a quien se le ha ido cayendo la estantería tras comprobarse que su gobierno no tiene norte, no sabe qué hacer.
El abogado de la excongresista, Bladimir Cuadro, es consciente de la situación y, por supuesto, quiere sacarle ventaja, como dijo a los medios de comunicación: "No sabemos qué decisión tomara el poder judicial de Venezuela, si la deportará, o abrirá un poder administrativo contra ella. La familia tomó la decisión de ubicar una persona que la ayude. En una visión estado debería dar el trámite de extradición pero hay una coyuntura política. La última palabra la tiene Venezuela".
Tanto la ministra de Justicia, Margarita Cabello, como la ministra de Relaciones Exteriores, Claudia Blum, reconocen que la situación es compleja. Aun cuando profesan animadversión al presidente venezolano, Nicolás Maduro, deben reconocer que todo depende de la voluntad política de las autoridades de ese país.
La ex parlamentaria podría ser encarcelada en el vecino país o, incluso, liberada ya que allí no hay cargos contra ella. Eso, por supuesto, constituiría una tremenda bofetada al gobierno de Duque, que pretende tener el control de todo pero que no mide el alcance de lo que hace, especialmente en materia diplomática.
Así las cosas, el caso de Aída Merlano puede cambiar en cuestión de horas y evolucionar hacia una extradición o seguir siendo un nuevo capítulo de una telenovela sin final feliz.