"Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar"(epígrafe P.B.J)
La paz en Colombia se halla cansada, creíamos que la guerra iba a dejar de ser un rugidero de muerte. Pero no, hoy existe un riego de sangre en nuestros campos que algún día fueron floridos.
Ella exige de las manos campesinas para abonar la tierra de amor y reconciliación; para aplacar la barbarie que hace víctima al sufrido pueblo.
No ha transcurrido la primera semana del 2022, y en nuestro país, una vez, más la guerra se ensaña contra la vida.
Veinte muertes violentas en el departamento de Arauca, llena de luto a un pueblo que lo único que reclama es el respeto a la vida.
Hoy, mi amada Colombia gime de dolor entre ríos y montañas; no podemos seguir siendo un jardín de sueños truncados por los estilistas de la muerte.
¿Hasta cuándo?... ¿hasta cuándo la muerte y la barbarie van seguir cabalgando como jinete apocalíptico de la guerra? Es inconcebible que el maldito y misterioso polvo blanco de la muerte, se siga tiñendo con la sangre de humildes colombianos.
Pareciese que los esbirros de la muerte se ensañaran contra su propia familia; esa familia de colombianos y colombianas que aman, sufren, ríen, lloran. ¿Hasta cuándo tendrán que llorar sus propias desgracias?
Es como sí el pueblo colombiano tuviera que cargar para siempre la cruz de la infamia.
¡Señores de la guerra! vayan y hagan algo por la paz en la patria. Ella no merece seguir siendo humillada y maltratada...
¡Basta ya! Dejen de joder al pueblo. ¡No sean infames!
Señores alquimistas de la muerte, hoy emerge un pueblo que clama por el respeto a la vida, la paz con justicia social, trabajo y prosperidad. No queremos ver más la sangre derramada de humildes campesinos, indígenas, mujeres, comunidades afros, ni mucho menos que profanen los cuerpos sagrados de niños y niñas. Ellos no merecen seguir derramando lágrimas de dolor; suficiente el látigo que azota sus estómagos vacíos en regiones donde el Estado se desentiende de sus deberes con nuestros infantes y jóvenes.
Mientras un pequeño sector de la sociedad colombiana se incendia por el escalonamiento de la guerra, y sus corazones se insuflan de odio y plomo, también les decimos que hay un huracán de hombres y mujeres que amamos la paz y la vida...
Nuestra amada Colombia no merece otros "Cien años de Soledad"; "Cese la horrible noche", que el traqueteo de las balas sean silenciadas por bellos bambucos, vallenatos cumbias y currulaos; que el lenguaje de la guerra sea reemplazado por los versos de nuestros insignes poetas. La paz la seguiremos viendo en los óleos de nuestros grandes pintores, en la casta danza de nuestros pueblos originarios y en los mapalés y currulaos de nuestros mulatos.
Desde nuestras montañas, valles, selvas, nevados, páramos, ríos y en los azulados mares del Atlántico y el Pacífico, haremos una poética paleta de vida.
La Paz en Colombia se vuelve a veces en eterno sol que nos quema... Convirtiendose en leves rayos que laceran el alma... abierta como un mar de lava, y paradojicamente la muerte nos envuelve en una tenue y suave nube gris...
¡Señores de la guerra!, los colombianos y colombianas queremos ver la paz en las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia; no la queremos seguir viendo en la muerte del pico solar, de una dulce arpía vestida de blanca paloma...
Jhon Jairo Salinas/ Jornalero de la Paz.
jjsalinas69@gmail.com