Esto es muy bueno en la mayor parte de los casos, para que el pueblo analice, porque de otra suerte la polémica periodística, ya demasiado agria y descompuesta, se convierte bien pronto en un lodazal donde se revuelven inmundicias intolerables; pero esto no quita que la vida privada de un personaje no sirve muy bien para conjeturar sobre su conducta en los destinos públicos. Quien en el trato ordinario no respeta al pueblo y la hacienda ajena, ¿creéis que procederá con pureza cuando maneje el Erario de la Nación? El sujeto de mala fe, sin convicciones de ninguna clase, sin honor, sin moral, ¿creéis que será consecuente en los principios políticos que aparenta profesar, y que en sus palabras y promesas puede descansar tranquilo el pueblo que se vale de sus servicios? El epicúreo por sistema, que en su medio insulta sin pudor al pueblo y el decoro público, ¿creéis que renunciara a su libertinaje cuando sea elevado a la Magistratura y que de su corrupción y procacidad nada tendrán que temer la inocencia y la fortuna de los buenos, nada que esperar la insolencia y la injusticia de los malos? Y nada de esto dicen los medios de comunicación, nada pueden decir, aunque les conste a los periodistas sin ningún género de duda.
Los medios no lo dicen todo sobre las cosas. Hasta en política no es verdad que los medios lo digan todo. ¿Quién ignora cuánto distan, por lo común, las opiniones que se manifiestan en amistosa conversación de lo que se expresa por los medios? Cuando se está al aire hay siempre algunas formalidades que cubrir y muchas consideraciones que guardar; no pocos palangrista dicen lo contrario de lo que piensan, y hasta los más rígidos en materia de veracidad se hallan a veces precisados, ya que no a decir lo que piensan, al menos a decir mucho menos de lo que piensan. Conviene no olvidar estas advertencias, si se quiere saber algo más en política de lo que anda por ese mundo mediático como moneda falsa de muchos reconocida, pero recíprocamente aceptada, sin que por esto se equivoquen los inteligentes sobre su peso y ley.
Cada medio de comunicación refiere las cosas a su modo, según sus noticias, intereses o deseos, y los mismos que saben la verdad son quizá los primeros en oscurecerla haciendo circular las más insignes falsedades. Los que llegan a desembarazarse del enredo y a ver claro en el negocio o callan o se hallan impugnados por mil y mil a quienes importa sostener la ilusión, y la mancha que cae sobre los embaucadores de oficio nunca es tan ignominiosa que no consienta algún disfraz.
Para dejar, pues, de prestar crédito a una relación no basta objetar que el narrador está interesado en faltar a la verdad; es necesario considerar si las circunstancias de la mentira son tan desgraciadas que poco después haya de ser descubierta en toda su desnudez, sin que le quede al engañador la excusa de que se había equivocado o le habían mal informado. En estos casos, por poca que sea la categoría de la persona, por poca estimación de sí misma que se le pueda suponer, mayormente cuando el asunto pasa en público, es prudente no darle crédito, y de esto no puede resultar nadie engañado. Será dable no salir engañado, pero la probabilidad está en contra, y en grado muy superior.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!