Que dulces años aquellos en los que no se pensaba en construir un mundo distinto. Años 80 y 90 del siglo pasado, enmarañados entre corruptelas clientelares, demagogias gubernamentales y orgías del dinero. No había compromiso político, mucho menos social, los mundos alternativos posibles sólo eran utopías de un grupo de trasnochados que seguían pensando en una revolución que no tenía sentido, puesto que había caído la URSS, única fuerza mundial, que desde el capitalismo Estadal, se abrogó el titulo de “Socialismo Real”. Los tiempos históricos cambian, y afortunadamente los procesos sociales emancipatorios reviven nuevas utopías ante la vorágine descarada de un mercado que organiza los destinos de nuestras sociedades.
En contra posición de todo esto, estamos profundamente de acuerdo en que Venezuela es un país que vive un momento histórico trascendental, donde el derrumbe de los paradigmas instituidos, se traducen en posibilidades (reales por demás), de transformar las relaciones sociales y políticas entre los habitantes de nuestra nación. Evidentemente acudimos al llamado de construir una sociedad alternativa, que por medio de la participación social, terminara de enterrar las formas verticales de representación, autoritariamente instituidas (pero lo más importante), incongruentes con la propuesta política que pretende dar paso (no instaurar) el tan manoseado y poco practicado “poder popular”.
Uno de los aspectos fundamentales (a mi juicio) para que todo proceso político, que sea propulsor de una revolución, avance en términos significativos, se condensa en el debate político, teórico-reflexivo, práctico-accionar, que puedan generar sus militantes de base (en este sentido no hablamos de pasiones afectivas o simpatías carismáticas), y que en el caso de nuestro país, se ve apabullado por algunos factores del chavismo, que desde los medios oficiales discuten cuestiones que sumergen la crítica y la dialéctica, en una dinámica legitimadora de un gobierno “vulnerable” ante los ataques de una oposición (desarticulada y ambiciosa de poder, por demás), que no tiene ninguna propuesta ante la nueva realidad del país y los nuevos retos por afrontar.
Por las razones expuestas (y por otras que mencionaremos más adelante), bien vale la pena preguntarse ¿Cómo construiremos y fortaleceremos el (tan ausente) “poder popular”? ¿Quiénes son los sujetos históricos que participarán en estas nuevas construcciones colectivas? ¿Cuáles son las nuevas relaciones que deberían existir entre el naciente poder popular y el Estado? ¿Cómo y de qué forma el poder popular puede interpelar, e incluso sobrepasar las propuestas y lineamientos que desde el poder Estadal se bajan a la sociedad? Sería fundamental analizar, por otro lado, si existe la posibilidad de que nos estemos mirando bajo los lentes liberales, estableciendo una diferencia sustancial entre sociedad civil y sociedad política. Todas estas cuestiones (y por supuesto que estoy dejando intencionalmente muchas otras por fuera), parecieran no ser elementos importantes a discutir. Sin embargo, lo preocupante de toda la vorágine mediática en la que se ha embaucado nuestro proceso político, está en legitimar espacios faranduleros y poco serios que pululan en la Internet, para retornar a peticiones y reclamos personales, al mejor estilo del Aló Presidente de los primeros años; un espacio donde se solicitaba empleo, se le pedía ayuda personal al presidente y se fortalecía el imaginario paternalista-mesiánico que tanto daño ha causado a nuestra sociedad.
Por otro lado, Antonio Gramsci, por ejemplo hacía mención, a que la arena donde se gestaban los conflictos y los debates políticos, era la sociedad civil, y que a través de la toma del poder de ésta, pasando por consensos políticos, se construía una verdadera hegemonía. Estoy de acuerdo en que lo que acabamos de afirmar, puede ser un simplismo de las ideas gramscianas, no obstante, en la Venezuela de hoy día, nadie le discute los usos que sobre estos conceptos han tenidos los factores opositores al proyecto político bolivariano; logrando instaurar de esta manera cierta aversión a un concepto que puede ser fundamental para comenzar a generar identidades colectivas que planteen propuestas organizativas que se perfilen en superar el estado actual de las cosas. Hablo de Gramsci, por citar alguno de los pensadores que nos incitan con sus planteamientos a correr el riesgo de proponer nuevas formas de relacionarnos, tanto como población, como con el Estado.
La cuestión aquí, no se trata de atacar sin razón al presidente Chávez, por caer en el juego estéril de los cyberdebates, por el contrario nuestras pretensiones están orientadas hacia la necesidad de desplegar un debate político serio, que comience a dar saltos significativos en cuanto a generación de nuevas subjetividades; en ese sentido, creemos fundamental que, en la medida que se fortalezcan identidades colectivas, que a su vez miren al Estado como un actor político y no como un padre, podremos profundizar un accionar político que reflexione teóricamente, pero que también se perfile realmente a trasformar las relaciones cotidianas de los sujetos que creen que el socialismo es posible. Y digo necesario.
La nueva propuesta que hace el gobierno es la creación de un espacio Web (presidencial), que sirva para incitar el debate. Un espacio mucho más serio, pero que debe ser llenado con reflexiones políticas que encaminen la práctica, y en el que la práctica cotidiana encuentre los elementos teóricos necesarios para que derrumbemos otro paradigma. El de la representatividad.
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