Apenas se apagó la pantalla los opositores más refractarios transmutaron su discurso hacia las sombras abrasadoras de la violencia irracional. Negándose a sí misma y odiando su destino político, la oposición socavó sus propias bases al querer parapetarse en la masa estudiantil, que con rostros desconcertantes marcharon iracundos a atizar la guarimba.
Tras las marchas estentóreas pero vacías de contenido y discurso, el paroxismo estudiantil comienza a mostrar signos de fatiga. La receta se consumió en una derrota moral e intelectual que conducirá, inevitablemente, a la frustración y acrecentamiento del odio en muchos de nuestros jóvenes. El daño ya está hecho. Las consecuencias serán irreversibles para todo el movimiento universitario, al permitir que las universidades se convirtieran en casernas del odio, donde los derrotados liderazgos opositores quisieron recobrar aliento, quizás pensando que desde allí podían resurgir como el ave fénix. No obstante, hay que decirlo: algunos sectores universitarios han sido utilizados y manipulados. Como parte del colectivo se borraron de la escena, sus contornos se difuminan a partir de una lucha extraña y ajena. No queda en pie más que la frustración.
Divergir de su propia esencia los convierte en retrógrados y vástagos del puntofijismo, pisatarios de las tierras situadas en los pantanos de la irracionalidad, donde precisamente se hundió Radio Caracas Televisión. La Universidad como un todo debe desligarse, desmascarse de esa casta opositora y emprender el rumbo de los cambios revolucionarios que desde hace rato le viene indicando el pueblo. Punto por punto deben ir reorientando su visión política sobre el Estado y el poder, y afianzar sus lazos con la sociedad; reorganizar el pensamiento para contrastarlo con la realidad y no quedarse estancada en la visión borrosa de un solo ojo. Sobre la base de una nueva aptitud es posible proceder a un inventario sistemático de las posibilidades y los componentes de la universidad para que ésta vuelva a ser un cuerpo se que se construye a si misma.
La radicalización fundamentalista de algunos estudiantes y pocos profesores carece de apoyo social y no representan en realidad más que sobresaltos impotentes. Aunque puntualmente pueden producir muchos daños no son una amenaza para la estabilidad del sistema político ni mucho menos constituyen una alternativa consistente y durable.
Con el advenimiento de la democracia participativa, revolucionaria y socialista, ahora con nuevos referentes, es obligante para la universidad asumir per se el compromiso institucional de formar ciudadanos para funcionar en democracia. Pero más que eso, realmente se necesita de hombres y mujeres que siembren los verdaderos valores democráticos en la conciencia de nuestros jóvenes, de hombres y mujeres que estén ganados a defender la soberanía de la nación y la integridad de la República. Seguir divorciadas de la realidad nacional, y ahora alineadas con el discurso derechista, está llevando a la universidades tradicionales por una peligrosa senda regresiva. No dejemos que las palabras de los falsos filósofos se conviertan en referencias del discurso académico y político.
No dejemos que las universidades sean utilizadas como el tizón que aviva la guarimba, práctica y aspiración perversa que paradójicamente está sacralizada por las homilías dominicales de la iglesia católica. Esta institución al igual que las universidades enciende sus velas y sermones para mantener vivo el fuego de la guarimba.
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