Comunicación, periodismo y verdad

En Venezuela resulta frecuente la fácil práctica de etiquetar, clasificar y (pegaito, porque pa' eso es) aceptar o rechazar de cuajo las opiniones según sean o no culpables de desentonar en el coro de loas a los íconos gregarios. Gracias a esa predisposición, el producto "noticia" viene ahora aderezado para dos y solo dos gustos. La veracidad de la noticia depende ahora de la interacción política entre emisor y receptor y de la manera de presentarla e interpretarla asumiendo de entrada que está parcializada.

Las noticias se presentan de acuerdo a la filiación poítica del patrono del comunicador social con o sin carnet, y en ese proceso la noticia en sí, la "verdad" que se recogió pura y sin condimentos de la calle de la historia diaria se convierte en un producto sospechoso ante el cual el usuario se ve obligado a presuponer segundos fines y sustratos ocultos. El colectivo que consume información, y que también tiene ahora una predisposición a etiquetar la noticia según su "bando", ha llegado a tener que dudar del producto, cualquier producto, que se le presenta gracias a la falta de compromiso profesional o al exceso de compromiso "ideológico" del licenciado con carnet y/o del comunicador alternativo.

Que se pretenda reducir a dos las corrientes de pensamiento convierte la riqueza intelectual de nuestra fauna humana a dos macrogrupos homogeneizados, los de acá y los de allá.
Resulta que, a pesar de los esfuerzos de los liderazgos de ambos grupos, no somos tan primitivos; entre los extremos en pugna hay una rica gama de matices, pero es como más cómodo buscarnos el ángulo que permita etiquetarnos solo como partes o irradiaciones de alguno de los dos "polos atractores". Esa caracterización previa banaliza la opinión individual y la alimenta al molino que la convierte en propaganda "polarizada".

El izquierdista ultroso, boina roja y flanela ídem, más aún si con currículum, que se atreva a cuestionar ese antimonumento al socialismo del siglo XXI que es el nuevo centro comercial Millennium (Metro Los Dos Caminos, en el este de Caracas) y los soportes filosóficos que apuntalaron su construcción corre el riesgo de ser tildado con uno o varios de los estigmas verbales que lo mudarán cerca o al otro lado de la barrera de la contienda virtual. Simétricamente, cualquier duda sobre la sentencia a los tombos o sobre la honorabilidad y legitimidad de los bienes del virtuoso Rosales atraerá la mirada suspicaz de compañeros globovidentes prestos a cuchichear paranoicamente sobre la lealtad de quien la asome.


El error no está en la polarización de las opiniones, que son expresiones libérrimas (condicionadas o no) de quienes las emiten. El error es la barrera en sí, y el tratar de presentar noticias y opiniones en relación a esa barrera… o peor: convertirlas en material de la misma.

La barrera es una cuña clavada en el costado de la sociedad venezolana. Su propósito es dividirnos y azuzarnos para facilitar las condiciones que permitan una intervención extranjera tipo Irak, Panamá o los Balcanes. Es un cebo que le resulta muy cómodo a los líderes de los extremos, pues capitaliza la polarización en términos electorales y facilita la satanización del contrario, pero distrae la atención colectiva de, digamos, el uso inapropiado del erario público o de los lazos sospechosos de algunas ONG's con poderes extranjeros. ¿Agarran a alguien con las manos en un guiso? Se convierte automáticamente en un perseguido político. ¿Alguna irregularidad en procesos licitatorios? Se justifica por la urgencia revolucionaria.

La comunicación es una de las patas del estado. El CNP era y es el soporte comunicacional del estado de la cuarta, y sigue vivo porque ese mismo estado sigue vivo. El CNP sigue siendo a la SIP lo que Miraflores era y Fedecámaras es a Washington. Estamos construyendo una revolución utilizando como cimientos ese mismo estado absolutamente contrarevolucionario para ello. Con esas bases, y la tambaleante pata o columna comunicacional representada en el CNP incluso por aquellos "progresistas" que siguen leales a la "irrenunciable", "indiscutible" afiliación al mismo, será algo difícil garantizar la solidez de un edificio del cual nadie (y quizás esa es la idea) conoce los planos.

No somos tan ingenuos como para ignorar que la división existía antes de que esto que llamamos "proceso" empezara; lo que ha hecho la maquinaria mediática es usarla como herramienta para debilitar a la sociedad como un todo, en vez de combatirla en aras de la necesaria unidad nacional para enfrentar los retos del futuro.

Si conocemos el poder de la comunicación, es decir, si asumimos que la comunicación ES el poder, ¿porqué no lanzarnos de una vez a tomar el control de esa cosa? Porque mientras sigamos de este lado de la pantalla o del periódico, vamos a seguir recibiendo el material que producen otros, con sus fines particulares. Mientras no seamos dueños del sistema de comunicaciones, seguiremos viendo y oyendo lo que quieran quienes ostentan ese poder.

La cuestión va más o menos así: tenemos a mano a un gobierno dispuesto a proveernos un acceso a las comunicaciones, tanto para recibir como para generar información. Lo que nos toca es apropiarnos de ese aparato para que esté al servicio de las bases, y no de las cúpulas.

Ahora, las bases tienen diferentes tendencias. Y lo justo es que todas puedan expresarse. Si se desplaza el debate al lugar que le corresponde, es decir, a la base poblacional, habrá una proporción de comunicadores que no simpatizan con Chávez pero que, si se amoldan a esta dinámica, están descartando las posiciones más extremas de la oposición. Habrá espacio para esa especie roja que pide más claridad y menos culto a la personalidad del líder. Se formará un nuevo equilibrio usando el nuevo partido-medio como vehículo tanto para informar como para pulsar la opinión del público sobre asuntos que lo conciernen y sobre los cuales puede influir y participar. Una comunicación que haga del ciudadano urbano o rural el protagonista, que le dé poder de escuchar y hacerse escuchar entre personas en el mismo ejercicio pleno de las consignas de empoderamiento de las bases sin la intermediación de un carnet de periodista.

Ese tipo de estructura interactiva debe susbstituir en la lista de apetitos comunicacionales tanto a la ponzoña adictiva que se inyecta diariamente el globovidente devenido por ello en oposicionista a ultranza como al metamensaje oficial "Estamos haciendo todo por el pueblo" tras el cual uno quisiera ver más que la respuesta automática "¡Ordene, mi comandante!" que parece querer imponerse en y desde la prensa, la radio y televisión pública hasta la red alternativa.

Prefiero una estructura inclusiva como ésta, que hace de la comunicación un vehículo de maduración del debate y que involucra a todos en la distribución y defensa de la verdad como método para convencer al opuesto ideológico, a una batalla en la que solo se use como parte del debate la posibilidad tipo "comodín" de callar a uno de los debatientes. Hacer un referéndum para revocar la concesión a Globovisión no es suficiente, ni erradica el mal del periodismo de palangre. El asunto es mucho más profundo, e implica compromisos serios con la verdad y los derechos de los usuarios de la comunicación. Pretender que eso se resuelva atacando al síntoma, o en este caso al mensajero, en vez de mejorar la calidad del mensaje es aplazar una discusión imprescindible para el desarrollo de la democracia participativa.
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muninifranco@gmail.com


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Franco Munini


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