Cada quien tiene su propio concepto del Buen Vivir, sin embargo la mayoría coincide en un aspecto fundamental, basado en la retribución de aquellos elementos que contribuyen o aportan al vivir bien, y no es más que el sentirse protegido, tener acceso a bienes y servicios de calidad, educarse y contar con servicios de salud, así como sentir armonía en el hogar, en la familia, lo cual se puede resumir en ser feliz.
Plantear las ideas de un “Buen Vivir” en Venezuela es algo totalmente novedoso en este inicio de la segunda década del siglo XXI, aún más cuando nuestro pasado inmediato ha dejado secuelas en la población, reflejadas en pobreza, profundas deficiencias en el sistema educativo –especialmente el público–, delincuencia, pérdida de los valores familiares y sociales, así como ausencia de la ética. Pero este momento, oportuno por excelencia, en un período de Revolución Social, nos permite crear y diseñar un concepto de Política Pública direccionado hacia la gente que más necesita, aquellos que aun sufren por el olvido de gobiernos pasados y que la Revolución Bolivariana de Venezuela trata de rescatar del mal que conocemos como pobreza extrema. Pertinente el momento de rendimientos económicos favorables para el país –que en bonanzas de la IV República no fueron aprovechados para beneficiar a la población pobre–, proveniente de la producción petrolera, en el cual se desarrollan –y se desarrollarán– políticas públicas dirigidas a lo social, –y entiéndase por social todo el marco que afecta al pueblo–, con el fin primero de erradicar la pobreza y el fin último de establecer una sociedad venezolana feliz.
Ahora bien, que la sociedad venezolana llegue a un estado de felicidad pleno no se logra sólo a fuerza de inversión social, debe existir un cambio profundo en los valores sociales. Desde la familia, y pasando por la educación inicial y básica, es importante la erradicación de los antivalores impuestos, tanto por el sistema económico dominante como por las fuerzas imperiales –las cuales imponen el sistema económico y productivo–, de modo que el sistema de valores venezolano sea auténtico, independiente de toda fuerza externa y que contribuya al fortalecimiento de la paz y la soberanía nacional.
Un profundo cambio en los valores debe ser acompañado entonces por una política de autosustento nacional. Ser capaces, como país y como nación, de producir los alimentos necesarios para una dieta sana, producir aquellos bienes que son importados, en su mayoría de las potencias extranjeras dominantes, por lo que requeriremos de una transferencia tecnológica real –no aquella donde sólo se transfieren dólares al exterior y se recibe servicio técnico como “transferencia tecnológica”–, más bien desarrollar una generación de técnicos y científicos formados en aquellos lugares del mundo en los que se han desarrollado tecnologías y conocimientos útiles y pertinentes a la realidad social. Tecnologías capaces de aumentar la producción de alimentos y al mismo tiempo ser capaz de no alterar los espacios naturales, por lo tanto no contaminar a razón del aumento de cosecha agrícola o cría de animales para el consumo humano; tecnología con verdadera sustentabilidad en lo que necesitamos. Buen comienzo se tiene con la Gran Misión Agro Venezuela, sin embargo mucho camino por recorrer nos falta.
Evidentemente que la sola producción de alimentos no bastará para lograr la Suprema Felicidad Social, hace falta que los hogares sin vivienda propia sean provistos de una que les brinde protección, tranquilidad y comodidad al grupo familiar. Grandes avances en este sentido se han presentado en Venezuela desde 2011, con la construcción de más de 150.000 viviendas, logro de la Gran Misión Vivienda Venezuela. Sin embargo, lejos estamos aun de cancelar la deuda social adquirida (más bien generada) en la IV república, nutrida por un sector dedicado a la Construcción corrupto, acaparador y estafador, que se ha enriquecido a costa de miles de familias que fueron engañadas con las estafas inmobiliarias. Volvemos entonces a evaluar los (anti) valores sociales presentes en estos ámbitos y la pérdida, casi en absoluto, de la ética profesional con la cual se burlan de la institucionalidad y por consecuente de la población. Es por ello que cada vez debe impulsarse y apoyarse más la autoconstrucción, es decir, que la misma comunidad sea capaz de aprender a construir y, con ello, hacer sus propias viviendas y espacios de convivencia.
Lo anterior se encadena con el saber y el trabajo liberador. Nace en 2012 la Gran Misión Saber y Trabajo, impulsando el conocimiento y el trabajo liberador, productivo, propio. No solo disminuirá el desempleo, sino la inflación de los precios de la mano de obra (en construcción, por ejemplo) y de los productos elaborados por empresas capitalistas explotadoras y usufructadoras. También se reflejará en la elevación del Producto Interno Bruto, así como el cambio hacia Hombre y Mujer Nuevos, integrales, felices.
Venezuela se conduce o se encamina hacia el verdadero Buen Vivir. Sin embargo se deben analizar aun los problemas estructurales heredados, fundados hace más de veinte años: la pobreza y la miseria. Direccionar políticas públicas que acaben con la miseria es una tarea compleja, pero no imposible. No solo se trata de ayuda material, va mucho más allá. Se trata de un cambio de conciencia, de transformación del Ser y del entorno mediante la educación, atención en salud y un digno hábitat. Se trata de mayor inclusión de ese pueblo que no ha terminado de salir de la pobreza extrema. La Gran Misión Hijos de Venezuela contribuirá a la preparación del terreno –junto con la Gran Misión En Amor Mayor– de esta ardua tarea, pero requiere tanto de voluntad política como de las personas que se encuentran en esta situación. Se interconectan las grandes misiones aquí, en este preciso punto, el de erradicar la miseria, el de la semilla del Buen Vivir.
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