Cardenal Urosa dijo en diciembre 2010: “La iglesia no debe resguardar damnificados a menos que la emergencia sea muy grave” ¿Acaso no es de suma gravedad lo que está aconteciendo en el país, en el que más de 100.000 damnificados y miles de familias perdieron sus hogares, sus pertenencias y muchos de sus seres queridos?
En otras palabras, estos religiosos –caso de altos prelados CEV venezolanos— rayan en lo que el Maestro Jesús denominó “sepulcros blanqueados que se ven limpios y hermosos por fuera, pero que están llenos de hipocresía y de podredumbre por dentro…” Y son lerdos y sordos cuando se trata de asistir, ayudar, solidarizarse y darle la mano al necesitado, al hambriento o al pobre de solemnidad, que viéndose en la imperiosa necesidad de vivir en zonas de alto riego, sufren los rigores de la naturaleza y pierden en un infausto momento, además de su hogar y sus enseres, todo lo poco que tienen.
Mientras se mantenga en esa casta de falsos sacerdotes el dominio de las pasiones, los odios, la manipulación, la mentira, la separación de clases y el orgullo, no sirven de nada la lectura de las escrituras ni el rezo del rosario. Es como aferrarse a un cuerpo que carece de vida…
¿Es mucho pedirle a los curas, en estos momentos de aciagas circunstancias atmosféricas, que colaboren y se solidaricen (con hechos y no con palabras) con la gravedad que padecen miles de familias que quedaron sin hogar y sin nada, a raíz de las peores inundaciones que en 50 años no ocurrían en el país? Cardenal Urosa, la ayuda humanitaria se ha hecho eco desde lejanos países que casi no tienen vínculos comerciales con Venezuela, y ustedes ante el odio que le profesan al pueblo de a pie y al presidente Chávez, con cínica saña y venenosos dardos se hacen los indiferentes, ante los cuantiosos daños ocasionados por las lluvias como no se había visto en 50 años.
¿Es mucho pedirle a los siervos de Cristo (monseñores, obispos, arzobispos y cardenal) que ayuden con hechos y no con palabras a los miles y miles de damnificados que actualmente se encuentran en la difícil situación de recibir la ayuda de donde venga –y que de forma excelente el gobierno la está llevando a cabo—y más que todo esperar de estos religiosos sin que se les llame, en estas graves circunstancias por la que pasan miles de venezolanos, la ayuda sincera y espontánea al prójimo, según lo estipulado en las enseñanzas crísticas?
Señor Urosa, todos por igual somos hijos de Dios, y ante su majestad y Omnipotencia no hay diferencia alguna si se es negro, mulato, blanco, pobre o rico. Dios no hace distinción social entre el encumbrado Cardenal y el más paupérrimo ciudadano. Todos, absolutamente todos, tienen los mismos derechos para entrar en el reino de los cielos, y gozar de los mismos privilegios como para hacerse acreedores de las canonjías celestiales.
Presidente Chávez, urge revisar y reconvenir el Convenio con la Santa Sede, firmado el 6 de marzo de 1964 por el gobierno en cabeza del presidente Rómulo Betancourt, y buscar la forma de derogar el Art. XI de ese Convenio y su vinculación con los Art. VIII y IX, que entre otras cosas dice:
“El
Gobierno de Venezuela, dentro de sus posibilidades fiscales, continuará
destinando un Capítulo del Presupuesto que seguirá llamándose «Asignaciones Eclesiásticas» para el decoroso sostenimiento de los Obispos, Vicario Generales y Cabildos Eclesiásticos.
También se destinará una partida presupuestaria adecuada para ejecutar y
contribuir a la ejecución de obras de edificación y conservación de
templos, Seminarios y lugares destinados a la celebración del culto.”