Quien no tenga pantalones

“Si a uno le dan palos de ciego, la única respuesta eficaz es dar palos de vidente.”
Contraofensiva, de Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia

Un viejo profesor, discurriendo sobre asuntos maritales, contaba a sus alumnos que antes del himeneo, tomó uno de sus pantalones, lo dobló con cuidado, se lo dio a su futura esposa y le preguntó: Quiero que me digas ahora mismo quién va a llevar los pantalones en casa ¿Tú o yo? La novia respondió con suavidad: Tú, mi rey. Satisfecho con la respuesta, muy creído la tomó en sus brazos mientras ella lo recibía pensando: Entrégate chico, que quien llevará siempre las pantaletas en la casa soy yo.

Desde que el mundo es mundo, a la mujer se le ha achacado la culpa de muchas de nuestras desgracias. Ha sido paga peo universal frente al eyaculador precoz y hemos inventado un sinfín de vainas como excusa cuando, conocedoras de lo que nos conviene, no tomamos en cuenta sus consejos, así sea madre, hija, jefa, esposa, bruja, médica o cabaretera. Esto último porque más de uno no aprende que no es no y ha cogido su botellazo por payaso.

Dije alguna vez que no entiendo por qué llaman a las prostitutas “mujeres de la vida fácil” pues considero difícil ganarse la vida bajo ese designio. Muchos de esos ignominiosos de la “sociedad civil” buscan refugio en las mañas de esa antigua profesión huyendo de la cuaimatización doméstica. En terapias conyugales piden que sus esposas sean antítesis ofídica, sin confesar que quieren que emule a la innombrable dama, capeadora de su borrasca matrimonial. También dije que la prostitución abunda en la industria mediática donde resulta sumamente fácil ganarse la vida mercadeando la conciencia.

Muchos de estos opositores tienen conexiones con antros de juego y prostitución, amén de sus filiaciones con lupanares informativos. Hace unos años, un connotado dirigente cetevista a quien se le fue un paro patronal como el agua entre los dedos, quiso pasar inadvertido en un casino disfrazado de Juan Charrasqueado. Otra ¿Recuerdan dónde tenían Teodoro y Alberto Federico al Encandilao del Catatumbo antes de su huida? Después, en Lima hacía lo propio a espaldas de la hoy alcaldesa de Maracaibo. No sería extraño que Leocenis esté enconchado en un reducto sicalíptico, tratando de aplacar la parafilia que él exterioriza con un fotomontaje, sin atisbar que la contiene en sí mismo.

Sin embargo, la petulancia es un cascarón tan enorme como vacío. Llamar a un tapiz de jaula 6to. Poder solo produce risa, pues sugiere que nos ven como amarga pesadilla y que anhelan el punto final de la Quinta República. Solo hay tres escollos: El Líder Comandante, Pueblo y Fuerza Armada Bolivariana, trinidad de sus tormentos. Por si fuera poco suponen que ofenden a los hombres en armas de la Revolución, cambiando sus pantalones por faldas, cuando la mujer venezolana en realidad infunde su inigualable brillo a todos sus componentes al formar parte de ellos. De venir los marines, podrán contar con su protección.

Así las cosas, nuestras mujeres no deben sentirse ofendidas por la afrenta. Ofensivo hubiera sido que pusieran sus rostros montados en los cuerpos de un Teodoro, Enrique (cualquiera de los dos), Henry (cualquiera de los dos), Pablo y así por el estilo. Eso sí, sin trajes de cabareteras, pues con toda seguridad esas nobles damas protestarían por el uso indebido de sus atuendos de parte de tales inmorales.


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Plácido R. Delgado


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