Con AD se vivía mejor, porque los compañeros del partido se “morían” por un cambur, así fuera titiaro. Los tipos no eran egoístas, tenían espíritu participativo porque robaban y ni pendientes si te llevabas insumos quirúrgicos, unas resmas de papel o redondeabas la arepa “agilizando” trámites que tú mismo enlentecías en tu buró. Aquello era vivir vivianes, por eso Henry habla de “ busca vidas” cuando El Pueblo aplaude la propuesta de Vivir Viviendo. Aquello era de muerte lenta o súbita, dependiendo de cuanto protestaras contra el Reegimen guanabanesco. Las desapariciones tuvieron su estreno aquí y la PM afinaba puntería con estudiantes cuyo delito era reclamar Moral y Luces. A la sazón los gringos nos decían “toma tu bitumen” como faja estranguladora de nuestras necesidades.
Dicen que esa frase de “pónganme…” no es adeca, que fue letanía de ciertos trashumantes de izquierda, quienes azuzados por la perfidia, asumieron que para desñangarizarse lo mejor era ser ministros o diputados del puntofijismo. Resultaron azotes con talento para dejar privadas a muchas empresas del Estado con sus respectivas miserias para familias enteras. Ese terror se convirtió en vanguardia capitalista, decantado en “estamos mal, pero vamos bien”.
El Pueblo famélico tuvo que abrirse a nuevos mercados, como el canino, para matizar el hambre con perrarina. Nos mostraban el tramojo entre secretarias aprobadoras de ascensos militares, carraplanismo verdiblanco, viernes negros y 103% de inflación. Salvo la oligarquía y la aquiescente clase política pitiyankee, pocos lograban tener sus gastos “cubridos”
Un adelantado doctor ocupó un tal Ministerio para el Desarrollo de la Inteligencia y uno se preguntaba cómo se podía asimilar nociones sobre el tema si muchos compatriotas subsistían con un 50% menos de la ingesta calórica mínima. La universidad de la vida ofrecía pocas carreras, dando origen a un estigma, cuyos promotores delinquían impunemente sin sufrir cárcel, retardo procesal, condena mediática o repudio de la “sociedad civil”: Malandro. Los más “vivos”, los de “cuello blanco”, se largaban del país y se los apreciaba como estereotipo de astucia y clientes VIP de las tribus judiciales. Solo un chinito capitalizó toda la pendejura de entonces por un puñado de dólares de RECADI.
La cuarta república tuvo cuervitos. Así nacieron y se criaron Leopoldito, Enriquito, Pablito, Julito, Jhoncito, Mariíta y otros tantos querubes neoliberales, quienes sin querer queriendo, son demostración de que esa palabra, malandro, es un boomerang semiológico. Y fundaron derivaciones partidistas de la cuarta con real del Pueblo, que ahora son receptáculos de dólares, directrices de Washington y cuevas con más de 40 ladrones. Mientras Enriquito fanfarronea sobre un camino nuevo sin darse cuenta que esa trilla es vieja, la sin par Mariíta propone el fantabuloso mundo del capitalismo popular en el cual conjuga sonrisas con el verbo responsabilidad. En el mercado de Coche enseñó de qué se trata: Coñazos con el que no se deja arriar por la trocha capitalista. Y uno recuerda de inmediato el plomo para callar a los inconformes, la estimulación mediática de la competencia para postrar la solidaridad, la represión para los sedientos de justicia, las cuotas balón y créditos indexados para esparcir la angustia y la desesperanza, todo popularizado por esa cofradía infame.
Ahora dicen, como si su clase no fuera gestora de los cinturones de miseria, que van de frente contra el hampa. Uno recuerda también al loco de los Peñonazos, quien ofreció echarles plomo con el gringo Bratton y se entiende por dónde vienen los tiros.
Fábulas viejas, títulos nuevos y una moraleja inexorable: Capitalismo es violencia y eso es lo único que ellos saben popularizar.
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