Nuestro gran rollo es la conciencia, no el papel tualé

Capriles confiesa públicamente que le telefonean desde otros países y le preguntan cómo se limpia el que te conté después de “hacer del 2”. En onda de confidencia, revela que esas preguntas lo apenan. Y claro, está bien que se apene, pues resulta verdaderamente bochornoso que a alguien que –según él mismo– debería ser hoy el jefe del Estado, le invadan la intimidad con un tema tan prosaico y que puede llegar incluso a ser muy asqueroso, pues remite a tiempos en los que la maestra increpaba: “¡A ver, Henriquito, muéstrame las uñas!”.

La vergüenza de Capriles es muy representativa del segmento social y político del que forma parte el ex candidato presidencial y presunto gobernador de Miranda. Demuestra el acierto de la aguda escritora Carola Chávez cuando eligió el título de su libro sobre cierta clase acomodada, una de cuyas frases recurrentes es: ¡qué pena con ese señor! En realidad lo que atormenta a este tipo de personajes no es el problema en sí, sino el qué dirán de los demás, sobre todo los privilegiados que viven en esos países soñados donde hay pocetas 3.0, de las que tienen acceso a Internet y Twitter y –si es de tu gusto– te hacen lavado y engrase con agua tibia y perfume de lavanda. ¡Qué ricura!

Podríamos despachar la polémica diciendo que a cada quien lo llaman para hablar de asuntos sobre los que sabe y por eso no es insólito que a Capriles lo interroguen desde el extranjero acerca de su forma de limpiarse luego de dejar un poco de su esencia en la porcelana. “En el exterior están al tanto de que el tipo la embarra con suma frecuencia”, me dice mi amigo el Estrangulador de Urapal. Pero, mejor es no despachar la cuestión tan simplonamente. En realidad, el asunto de la escasez de papel higiénico es claramente una parte muy exitosa de la estrategia opositora destinada a generar en la colectividad un clima insoportable en el que germine cualquier mala semilla.

En este problema de higiene doméstica se nota la huella de los expertos en guerra sucia. Pretenden que un pueblo que ha sido dignificado por la Revolución en tantos campos (vivienda, salud, educación, cultura, deporte y, sobre todo, en conciencia de patria y de soberanía), se perciba a sí mismo como indigno porque tiene que ahorrar el papel tualé. Aprovechan el mejoramiento de la calidad de vida y del poder adquisitivo de la mayoría para hacerle sentir a esa mayoría que ahora vive peor. Como dijo una vez Toby Valderrama: logran que la gente que nunca tomaba leche, se queje porque a la leche que venden en Mercal no le sale espumita.

El Gobierno está enfrentando la coyuntura crítica con una importación masiva. Parece una buena táctica, aunque los cabecillas de la guerra sucia usan esa medida para reforzar su matriz y hacer de nuestras penurias en el baño un tema de desprestigio internacional.

Un pana del ultrachavismo me dice que eso se resuelve estatizando las empresas fabricantes de papel sanitario y sostiene su argumento con la tesis de que ya el comandante Chávez lo hubiese hecho. Señala que la escasez de papel higiénico durará hasta el día en que en lugar de salir a hacer compras nerviosas, tengamos cargamentos disponibles y, por tanto, seamos capaces de mirar con desdén a los fabricantes, comerciantes, medios golpistas y al eterno candidato y mandarlos a todos bien largo a lavarse eso que una vez torció la puerca.

Tal vez sea suficiente, pero el problema estructural, estratégico, de fondo debe apuntar al mismo tiempo a lo pragmático y a la conciencia colectiva. No basta con tener una fábrica socialista de papel tualé. Es necesario ganar la batalla de la conciencia colectiva. Ese es, en verdad, nuestro gran rollo.



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Clodovaldo Hernández


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