Guerra es Guerra. Lo decía y repetía en alerta permanente el Comandante Chávez. Lo viene reiterando el Presidente Nicolás Maduro, Lo confirma el intelectual bolivariano Luis Brito García, lo recuerda siempre el Ministro, Mayor General Vladimir Padrino, lo declara el Comandante Guerrillero Julio Escalona, lo sostiene el disidente chavista Jorge Giordani, lo ratifica el Partido Comunista en sus arengas antimperialistas, lo reafirman las corrientes del radicalismo chavistas de la Coordinadora Simón Bolívar, el Frente Campesino Bolívar Zamora, los Tupamaros pero, a la hora de “aterrizar” en la guerra que se reconoce y las respuestas que se proponen, algunas formulas planteadas parecen estar más cerca de un País Portátil que de una Revolución asediada.
Existe o no existe una guerra en Venezuela?. Claro que sí!. De la menos ruidosa pero no por ello altamente destructiva, la cual no comenzó hoy, sino desde el momento en que los grupos burgueses fueron derrotados 6 de diciembre de 1998 por la candidatura del Comandante Chávez y se dieron cuenta de las dimensiones estratégicas de su derrota y pudieron percibir el inicio de una Revolución democrática y pacífica dirigida a Refundar la República, pagarle al pueblo al espantosa Deuda Social generada por el capitalismo rentista y dependiente, reemplazar a las viejas elites neocoloniales y corruptas por un nuevo Bloque Social Revolucionario e impulsar el sueño bolivariano de la integración de América Latina y el Caribe.
En estos quince años se ha venido desarrollando en Venezuela una Guerra Integral Prolongada, (GIP) motivada por su carácter antimperialista y socialista de la Revolución Bolivariana y, por Venezuela poseer la mayor reserva de hidrocarburos del planeta; guerra ésta que ha tenido diversas variantes y conexiones de confrontación armada (11 de Abril), de insubordinación abierta (Plaza Altamira), de desestabilización económica (Paro Patronal/Meritocrático Petrolero) de invasión encubierta (paramilitares de la finca Daktari), de confrontación violenta (Las Guarimbas del 2014), de Golpes de Estados frustrados (los Golpes de Los Azules de Febrero de 2014 y 2015) y de diversos episodios de terrorrismo (Embajadas de España y Consulado de Colombia, asesinatos del Mayor Eliezer Otayza y el diputado Robert Serra), el asesinato de más de cien (100) activistas y dirigentes campesinos, la infiltración para-militar con fines de delincuencia social y subversión política, de implacable uso de los medios privados para neurotizar al pueblo y descalificar la acción del gobierno en favcor de los sectores populares y las solución pdemocrática del actual conflicto político y de diez y nueve (19) intentos del uso del voto como instrumento subversivo de derrocamiento de Poder Bolivariano y, últimamente, de desestabilización y destrucción del funcionamiento económico, financiero y monetario de la Nación planificado, ejecutado y sostenido como variante civil de la estrategia de violencia subversiva, que ha conseguido, pese a todo el esfuerzo desde el Estado y las organizaciones del Poder Popular, dañar seriamente el funcionamiento “normal” de la economía nacional, debilitar el Bolívar como signo monetario, desabastecer el suministro de alimentos, medicinas y otros bienes esenciales y con ello, potenciar la inconformidad de un sector de la población y la radicalización del conflicto político, con el fin de favorecer la derrota electoral o el derrocamiento violento de la Revolución Bolivariana.
Este escenario, con sus particularidades históricas y sin el grado de perfeccionamiento que hoy ha adquirido las estrategias actuales de las guerras contrevolucionarias, fue la estrategia contrarevolucionaria en todos los procesos de las luchas anticoloniales y anticapitalistas del siglo XIX, comenzando por la Comuna de Paris, las luchas independentistas en Latinoamérica, las revoluciones rusa y china, cubana, nicaragüense y granadiense y las luchas anticoloniales en Africa y Asia en la segunda del siglo XX, frente a los cual, las vanguardias bajo el mando de los nuevos Estados tuvieron que imponer un férreo control de la vida económica y la actividad política y social, enfrentando todo el disenso político y creando una Economía de Guerra, sin la cual era imposible derrotar la acción nacional e internacional de las potencias colonialistas y los grupos neocolonialistas, burgueses y oligárquicos opuestos al nuevo orden establecido.
El problema de las respuestas a las estrategias subversivas del imperio y sus aliados subalternos de la burguesía interna debemos ubicarlas en la definición estratégica de que la Revolución Bolivariana es política y jurídicamente una Revolución Pacífica, que construye un Estado Democrático y Social de Derecho y Justicia y, las circunstancias regionales y mundiales que reivindican la Paz como el estado imprescindible para el desarrollo de nuestros pueblos, la conquista de los derechos sociales y la ampliación de la Democracia; razón por la cual, el Comandante Chávez y hoy, el Presidente Maduro, basaron el fortalecimiento y consolidación de la Revolución en el respeto a ese orden de libertades, garantías y derechos constitucionales, lo cual dificulta enfrentar y derrotar la estrategia de Guerra Integral Permanente (GIP), furiosamente desarrollada por el imperialismo estadounidense, la burguesía interna y los grupos protoburgueses aliados.
Entonces, sin descalificar politicamente a quienes critican la estrategia del gobierno del Presidente Maduro, es evidente que hoy el problema no está ni estará en la tan atacada estrategia económica y social del gobierno del Presidente Nicolás Maduro, sino en la Guerra Integral Permanente, (GIP) que imposibilita aplicar el recetario económico y financiero sugerido por algunos sectores del chavismo y cuya posibilidad de ser derrotada se encuentra en el fortalecimiento del Poder Popular, la atención prioritaria a las necesidades del pueblo y la solidaridad internacional.
Yoel Pérez Marcano