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Bien cierto es que aquí, en nuestra patria, se desarrolla y vivimos a diario la sempiterna lucha entre el bien y el mal. Ocurre que lamentablemente la oposición que hoy hace vida política ha incurrido de manera preocupante en la falta de identidad, lo cual se traduce en la carencia de un perfil democrático y su apego incondicional a los intereses extranjeros.
Hay datos que nos permiten reforzar la comprobada tesis que efectivamente son apátridas. Su comportamiento es distante, ajeno y extraño. Han sido contrarios a la esperanza de millones, destructivos en sus discursos y actos, y de los más acérrimos enemigos de los sectores populares, contra quienes han arremetido con odio, cuando en sus arrebatos les ha dado por destruir los espacios de salud, educación, transporte y abastecimiento.
También es cierto que ellos se han convertido en sembradores y cultivadores de inusuales conductas en la cual el odio, sin límites, sigue siendo su epidémica carta de presentación. Tienen y reproducen el mismo discurso de quien en los inicios de los años 60, traicionando el sueño democrático, hizo del anticomunismo la más feroz persecución que a la postre nos dejó el triste el saldo de una Venezuela convulsionada y ensangrentada con luchadores perseguidos, encarcelados, asesinados y desaparecidos.
De manera que uno no encuentra en ellos un gesto positivo. Seguro que es mucho pedir una sonrisa o un acto de alegría al enterarse, por ejemplo, que miles de compatriotas aprendieron a escribir y leer. Que el acceso a la educación en sus diversos niveles se ha democratizado al punto que las matrículas en todos los niveles revelan un crecimiento vertiginoso y de calidad. Que a niños y jóvenes se les garantizan sus útiles escolares, incluyendo una computadora.
Para ellos no existen los CDI ni la titánica labor de las Bases de Misiones como brazos tendidos a los más vulnerables. Ignoran la lucha de nuestro pueblo y gobierno contra la guerra mediática y alimentaria, convertida por ellos en estandartes electorales. Igual menosprecian los logros y el espacio de respeto ganado por nuestra política exterior.
En fin, quieren ver a nuestros ciudadanos en el peor cuadro de miseria, para buscar culpables. Para proclamar a los cuatro vientos el fracaso de la Revolución Bolivariana. Por ello, cuando decimos que son apátridas tenemos como prueba empecinado afán por el fracaso, la muerte, el odio y el hundimiento del país.
Ejemplos: Parecen felices y apuestan para que sigan las colas, como supuesto saldo electoral. Rechazan, por su complicidad, el cierre de la frontera con Colombia. Incentivan el paramilitarismo y sus secuelas. Son cínicos ante la muerte de los dos compatriotas de la aviación que cumplían labores de protección de la frontera e incapaces de emitir una nota de duelo para sus familiares. Incapaces también de felicitar a nuestra selección de basquetbol y su histórico triunfo. Entonces uno se pregunta: ¿por qué son así? ¿Qué cosa es quién apuesta al fracaso de su país?