Una amiga mía, opositora, educada, de gestos delicados y atractiva, para más señas, hace pocos años, fue testigo de un episodio que, para ese momento, juzgó como singular; pero, que ahora, con las nuevas autoridades de la Asamblea Nacional, ha podido constatar que ese evento pertenece a la habitual concepción que tiene del hacer político la derecha venezolana: el abuso de poder, el desprecio al pueblo, a sus valores y a sus símbolos.
En una panadería que está a la entrada de la Urbanización Piedra Azul de Baruta, mi amiga tomaba un café mientras esperaba a una estudiante de la Universidad Simón Bolívar. Unos gritos destemplados le hacen mirar a su alrededor para averiguar lo que ocurre y se encuentra con un hombre fuera de sí que vocifera los más ofensivos improperios y vulgaridades de alto calibre que avergonzaban a quienes allí estaban y que ella, al momento de contar lo sucedido, se negaba a reproducir. Se trataba de que el sujeto que vomitaba insultos respondía así a un grupo de chavistas que iba en un transporte público, quienes al reconocerle le habían gritado, en términos despectivo, "¡Adeco!", lo que provocó la iracunda reacción.
En ese momento, la amiga mía se da cuenta de que el desaforado es Henry Ramos Allup e, ingenuamente, le hace la siguiente observación: "¡No le parece que ese no es el lenguaje que debe tener un político!". ¡Mejor que no! Sin transición, aquel energúmeno volcó su ira hacia ella y hacia quienes allí estaban. Les gritó las mismas ofensas que le había dicho a los chavistas y le agregó otras lindezas, entre ellas, la menos subida de tono, fue decirles: "¡Cagones! ¡por eso los chavistas nos tienen metido el dedo en el culo!"
Por esos días, la amiga de la anécdota suavizó sus posiciones radicales contra el gobierno, pues pensaba que quienes eventualmente sustituyeran ese gobierno no podían ser personas peores y, sin duda, Ramos Allup lucía peor. Semejante malandro no tenía -ni tiene- la textura democrática ni el talante ciudadano para asumir responsabilidades de importancia en la dirección del Estado venezolano.
Pero he aquí que el detestable personaje ha vuelto y ocupa hoy la máxima jefatura del poder legislativo. Desde allí, con el agravante de estar revestido de autoridad institucional, en sus primeras actuaciones, ha dado rienda suelta al troglodita que siempre ha sido, para tormento de nuestras instituciones y de nuestra democracia. Le bastaron algunas pocas horas después de haber asumido su cargo como Presidente de la Asamblea Nacional para desplegar un pequeño adelanto de sus dotes de redomado e irrefrenable patán: Pisoteó el Reglamento Interior y de Debates del parlamento venezolano, alterando a su capricho la agenda del día, colocando en la tribuna de oradores a quien no le correspondía; hizo gestos obscenos al pueblo que estaba en los alrededores del recinto parlamentario; desconoció al Tribunal Supremo de Justicia al juramentar diputados surgidos de elecciones que están en revisión de acuerdo a medida tomada por el máximo tribunal; cambió de hecho las funciones del parlamento al señalar de forma explícita, que más que legislar para el país o ejercer acciones contraloras al poder ejecutivo, su función es ahora desalojar de Miraflores, en seis meses, al Presidente Maduro, tan legítimo como los miembros de la Asamblea Nacional y, finalmente, por ahora, para agravio de nuestra historia, ordena con ofensivas descalificaciones, de manera prepotente e irrespetuosa contra los símbolos y valores de la patria, el desahucio de las imágenes de Simón Bolívar y Hugo Chávez.
En relación a este último acto, al igual que muchos venezolanos, he visto en internet el video que muestra al impresentable sujeto en su rol de caporal, dando las instrucciones para que saquen las imágenes y creo ver allí, además de lo evidente, el deseo de humillar a los trabajadores en el orgullo y la dignidad de su patriotismo y con ello, a todo el pueblo.
Es en ese momento en que a uno se le remueven los recuerdos -y hasta un cierto sentimiento de culpa por uno no haber hecho lo suficiente- y se pregunta ¿cómo es posible que semejante esperpento moral ocupe la máxima jefatura legislativa del país? ¿Necesitábamos esto para darnos cuenta de lo que significa el retorno de quienes sembraron la IV República venezolana de miseria, de irrespeto a los derechos fundamentales, de exclusión a densos sectores del pueblo, de entreguismo de las riquezas del país y de alianzas vergonzosas con el imperialismo gringo?
Se tiene, entonces, la tentación de descender al lenguaje procaz y escatológico. Pero los militantes revolucionarios justamente entienden que lo necesario es el trabajo enaltecedor, el que rescata lo más valioso de nuestra vida republicana, lo más exaltado del pensamiento de los grandes hombres que han venido conformando nuestra nacionalidad, sedimentada sobre la defensa de la mayoría del pueblo, de la tolerancia democrática y del respeto al derecho y a las instituciones, como ha hecho nuestro Presidente Nicolás Maduro al reconocer los resultados adversos de las últimas elecciones. Hay más nobleza, más madurez y más sentido de responsabilidad histórica con la patria en la más humilde reunión en un barrio o en un apartado caserío que en las acciones del Ramos Allup, Presidente de la Asamblea Nacional –¡y es un abuso llamar acciones lo que no es más que malandraje puro y simple!