La derecha latinoamericana lleva casi tres décadas inmersa en un proceso de reconstrucción que no termina de culminar. El experimento neoliberal de los 80 y 90 se saldó con un fracaso estrepitoso. Las mayorías populares, exhaustas tras el enésimo despojo, decidieron tomar las riendas de su destino. Las élites y sus clases subalternas tuvieron que ceder sus espacios de privilegio en lo político y en lo social, si bien mantuvieron su enorme poder económico. Hubo más de desconcierto simbólico que material. Creyeron ver peligrar su estatus por unas masas que hasta ese momento habían estado confinadas en los ranchos, en las favelas, en las villas miseria...
La restauración conservadora que asoma al subcontinente no se corresponde con una verdadera reorganización de la derecha, tanto a nivel conceptual como en la praxis. Venezuela es un ejemplo paradigmático. La oposición no constituye una identidad uniforme más allá de su animadversión hacia el chavismo. En líneas genéricas, se pueden distinguir tres grandes grupos:
1.- La derecha sociológica. Correspondería con la clase media, más amplia que en otros países latinoamericanos gracias al rentismo petrolero pero minoritaria frente a una clase popular que supone el 70% de la población. Ha sido siempre una clase funcional a la oligarquía proveyéndola de los servicios que ésta necesitaba, desde el comercio hasta la recreación, de profesiones de corte liberal al suministro de bienes y servicios. Su base la conforma la emigración europea de los años 40, 50 y 60 y sus descendientes. Es la que se sintió más amenazada por la llegada del chavismo. Pensó -o le hicieron pensar- que los desheredados venían a arrebatarles su posición. Mantiene un discurso racista, clasista y meritocrático, siendo la abanderada de la visión negativa sobre el país. No reconoce que los tiempos han cambiado ni que es necesario ceder parcelas de poder. Sueña con regresar al orden prechavista, al que veía como una situación casi natural en la que cada estrato ocupaba el lugar que supuestamente le correspondía.
2.- La derecha política. Es la concreción partidista de los discursos y expectativas que permean a la derecha sociológica y a la clase media que la sustenta. Tradicionalmente, las formaciones políticas de derecha han sido promovidas por las élites, pero sin estar en un primer plano. La dirigencia recaía en profesionales liberales. La oligarquía petrolera, importadora y terrateniente prefería estar en la retaguardia. La llegada del chavismo y los sonoros fracasos para derrocarlo (golpe de Estado de 2002, sabotaje petrolero de 2002-2003) obligaron a algunos miembros de esas élites a bajar a la arena política. Al igual que la base sociológica en la que se apoya, la derecha política sigue presa de los tics del pasado. Sus propuestas, difusas y sin un objetivo claro, a duras penas consiguen encubrir el deseo de un retorno al estado de cosas anterior. Se nutre electoralmente del desencanto del votante ante la compleja situación económica que vive el país, pero no logra seducir ni captar adhesiones inquebrantables de forma masiva. Por tanto, su voto es volátil y dependerá en buena medida de la evolución de la economía. Además, carga con el lastre de las asonadas golpistas y desestabilizadoras que ha protagonizado. Aún está por ver si es capaz de llegar al poder por vías estrictamente democráticas. Da la impresión de que no ha sacado ninguna conclusión del desastre neoliberal del pasado siglo.
3.- La derecha neo-neoliberal. Se concentra en profesionales liberales como Luis Vicente León, presidente de la encuestadora Datanálisis; el economista y actual diputado José Guerra; el también economista Asdrúbal Oliveros o el asesor electoral Juan José Rendón, entre otros. Son quienes mejor han sabido leer el nuevo momento político. Frente a una derecha política inmovilista y enredada en sus luchas internas, es esta derecha neo-neoliberal la que diseña el argumentarlo más eficiente de cara a la reconquista del poder (no obstante, hay que aclarar que sus matrices de opinión no siempre llegan a la derecha social y más allá, a otros sectores, dado que quien tendría que actuar de mediadora, que es precisamente esa derecha política, permanece ajena a su discurso). Tienen claro que la forma de acceso al poder es la electoral y que la vía de ataque es la económica. Por lo tanto, quedan fuera del discurso las acusaciones de autoritarismo y supuesta vulneración de los derechos humanos. Han comprobado a lo largo de los años que el argumento antidemocrático sólo cala en las bases más radicalizadas. Las mayorías populares no perciben ese presunto carácter antidemocrático del chavismo. Antes bien, consideran que se han ensanchado notablemente las posibilidades de participación democrática. Su verdadera agenda oculta es el neoliberalismo, pero el discurso público es una amalgama de ataques a la intrínseca ineficiencia del socialismo, aparente racionalidad y sentido común y pseudocientificismo, combinado con una interpelación muy directa a las clases populares. Saben que ya no pueden prescindir de ellas, al menos en esta fase de estrategia de asalto al poder. Es la principal lección que han extraído del pasado. Está por ver cómo reconducirían ese novedoso interés por los más humildes en el caso de que su propuesta triunfara. Justicia social y capitalismo neoliberal son conceptos antagónicos.