En medio de la campaña electoral presente, contra la maquinaria mediática que trata de hacer creer al país la falacia de que efectivamente existe un adversario político con nombre de cultivos florales cuyo verbo atemoriza más a sus asesores de imagen que a los revolucionarios, es bueno recordar lo que previamente era claro, y que pudiera perderse de vista entre el barullo de la supuesta contienda.
Decíamos, aún antes que el espinoso arbusto fuera digitado para representar esa melcocha informe, vacía de proyecto y henchida de racismo, fascismo y exclusión que se hace llamar oposición, que cualquier candidatura que se propusiera desde esa trinchera de negación de la pluralidad iba a tener un sólo propósito: convertirse en vehículo de drenaje del odio sembrado por los medios en los venezolanos de allá, las víctimas del aparato de dominación que se denomina economía de mercado, quienes hacen de los símbolos de status objetos de dogma.
Ésto era evidente dada la popularidad de Chávez como líder indiscutible de las mayorías nacionales, por su carisma, por su rectitud, por su defensa de los intereses populares en cualquier escenario, por las acciones decididas y las soluciones concretas a los problemas que han gravado y sumido a las mayorías ante la mirada indiferente, si no de rechazo, de los sectores que se privilegiaban de no haber nacido en la otra orilla de la división socioeconómica.
En pocas palabras, la oposición racional (la mala, la que razona en función de costo/beneficio), sabía claramente que no iba a ganar una contienda electoral. ¿Qué le iban a ofrecer a las mayorías, aquellas que habían sido tachadas de un plumazo por ellos mismos cuando el breve Carmona pasó por Miraflores? No hacía ciertamente falta lanzar candidato alguno para medir el repudio de la población al fascismo. Calcular el rechazo a Chávez contando la asistencia a las marchas "atrevidas" expuso al riesgo de tener que hacer montajes fotográficos y multiplicar por diez para evitar desmoralizar aún más a los pocos disociados que se toman la molestia de salir con su kit antiChávez a las exiguas concentraciones convocadas para "salir del tirano"... y ojo, no negamos que las toxinas mediáticas hayan sido eficaces, habrá ciertamente un sector de la población que votará, no por un candidato, sino contra Chávez, pero sólo un reducido porcentaje de este sector cree realmente que Chávez perderá las elecciones.
Entonces, queda la pregunta: ¿Para qué hacer este esfuerzo si de antemano saben que van a perder... si es que se "atreven" de verdad? Bueno, la economía de mercado no gasta el dinero inútilmente. ¿De qué provecho puede ser el insulso relleno de floreros? Pues, para fines de mercadeo. Mal que bien, tiene un sector de la población cautivo, justamente en los estratos con mayor poder adquisitivo: es fácil ponerle en las "chuletas" una determinada oferta, esperar que la lea correctamente y no la eche a perder con algún acto de mal gusto, como el beso asqueado a "su negra" o el cálculo de los años en un siglo, y luego salir a medir el grado de aceptación de la propuesta. Quién sabe, a lo mejor resulta que una de esas ofertas (no las electorales, todos saben que puede ofrecer la Luna, total como sabe que no va a ganar no está obligado a cumplirla), como decía, puede que una de esas ofertas se convierta en un boom de algún producto o servicio... a costa de la campaña "electoral".
Eso tranquiliza. Le dá a uno la sensación de que la economía está bien, y los especialistas de mercadeo se tiraron una de creativa. Qué bien. Por lo menos Rosales sirve de algo.
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