Asombran los caminos laberínticos en la relación de la Iglesia Católica, Gobiernos de turno, (no nos referimos al de Chávez), la clase dominante y el pueblo llano, simple, pero abrumadoramente mayoritario, con su cargamento de carencias materiales, su exclusión a cuestas pero con las esperanzas puestas en el futuro.
Asombra igualmente la olímpica ignorancia, el desprecio, la manera como se desdeñan las verdaderas bases de la doctrina cristiana. Aún cuando se desvirtúe dicha doctrina en su reducción sorprendente a diez preceptos o mandamientos, es evidente cómo estos señores, purpurados, miembros de la Conferencia Episcopal Venezolana, aplastan, destrozan y sobrepasan, tales principios. Sólo con aquél de “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, contradice sus conductas. O este otro: “No crear falsos testimonios ni mentir”, cuando de manera evidente, descarada y cínica niegan el progreso de Venezuela y de su pueblo a través de las diversas misiones, o de los programas ejecutados desde el gobierno bolivariano, como avances socio-históricos y socio-políticos del Estado.
Aparte de la conducta de los altos “dignatarios” de la iglesia católica, lo verdaderamente fundamental, lo que permanece oculto, en el mayor silencio, es su doctrina cristiana plena de profundo humanismo, su inclinación hacia los más pobres (las grandes mayorías), expresado en preceptos de lucha de clases, en la estructura de una sociedad en pequeños grupos de explotadores y de las grandes mayorías explotadas. De allí la irrupción de algunas máximas opuestas: “Bienaventurados los pobres porque de ellos será el Reino de los Cielos” frente a “más fácil será para un camello pasar por el ojo de una aguja que un rico entrar al reino de los cielos.” ¿No son acaso ambas máximas cristianas expresiones de la permanente lucha de opuestos en sociedades divididas en clases? ¿No es ello, acaso, el reconocimiento por parte de Jesús de la existencia de una sociedad injusta, desigual y explotadora, que a su vez le lleva a plantear la necesidad de transformar dicha situación?
No obstante, indigna el papel de los grandes burócratas, de los altos jefes de la iglesia, ante las situaciones de desigualdades extremas que se dan en el seno de las sociedades. Podemos remitirnos a lo que dice la historia: el apoyo irrestricto del Papa Pío XII a Mussolini, il duce, el dictador de Italia, constructor del fascismo durante la Segunda Guerra Mundial, autor de numerosos crímenes o el de los máximos prelados chilenos, su vergonzoso comportamiento frente a la sanguinaria dictadura de Pinochet. El silencio de los obispos y de los cardenales frente a los miles de asesinados y torturados por ese monstruo chileno de quien una reina de belleza venezolana dijera que “tenía un corazón de oro”, porque le obsequió un par de aretes. O los de la iglesia venezolana ante las arremetidas, torturas y crímenes cometidos por Betancourt, Leoni, Caldera, Herrera y CAP. Periodistas presos, canales de televisión clausurados, periódicos cerrados, hombres perseguidos. ¿Quién oyó siquiera una voz susurrante, temblorosa, al menos, desaprobando tales desmanes. Por el contrario, recordamos la paliza a Sanín, la detención de parlamentarios, la desaparición y asesinato de centenares de revolucionarios, (Soto Rojas, Carmelo Mendoza, Fabricio Ojeda, Pasquier, Carlos Bello, entre otros), el asesinato de papas por envenenamiento, ¿verdad Rosalio Castillo Lara? El asesinato de monjas y sacerdotes en El Salvador (no es así, Leopoldo Castillo), en suma, el desprecio por los derechos humanos a su máxima escala. ¿y la alta jerarquía eclesiástica qué dijo, qué hizo? Muy ocupada, en antesala (y cola) ante las mujeres de los presidentes de turno para recibir los celestiales chequecitos. Allí están las gráficas, los reportes televisivos, que muestran las sonrisas de oreja a oreja. Ni una palabra disidente y altisonante, que denunciara gobiernos antisoberanos, entreguistas, criminales y delincuentes. Jamás una postura contra los efectos terribles del imperialismo, de su presencia neoliberal o salvaje, sobre la población en todos los órdenes. Mucho menos acompañar en la denuncia a Juan Pablo II sobre el capitalismo salvaje. Por el contrario, Allí está la presencia de altos “dignatarios” de la iglesia firmantes al lado de Carmona, el 11 de abril, cuando pretendió iniciarse como sanguinario dictador. Las obras dicen más que las palabras.
Mientras, en Colombia, un sacerdote, Camilo Torres, entendió el verdadero papel social de la iglesia. Comprendió que la liturgia sin la carne del pobre y sus carencias como eje de la misma, era un simple y vacío ejercicio ritual. Que los pobres son los verdaderos príncipes y condensan el eje del centro de esa iglesia. Camilo, después de numerosos choques ideológicos con las altas jerarquías eclesiásticas colombianas, desalentado ante la incomprensión y tergiversación del mensaje cristiano, convencido del verdadero rol social de esa institución, decidió tomar las armas y unirse a las guerrillas. La tesis de la teología de la liberación comenzaba a tomar cuerpo en el pensamiento y la acción de sus sacerdotes. Los lineamientos de Puebla y Medellín, contribuían a que se generaran discusiones profundas sobre la iglesia, su verdadero papel y en el qué y cómo orientar a los pobres.
El tomar una posición como ésta significaba que la iglesia volviese al verbo original de Jesús, marcaba la verdadera esencia del sacrificio del Hijo de Dios, percibía al pobre como el bienaventurado verdadero dueño de este mundo, de sus riquezas. Se está planteando la problemática en términos teóricos de estructura social capitalista, de clases sociales en pugna y de una clase emergente, mayoritaria, que salvará a la humanidad: la proletaria. Así, se analizó de manera desapasionada las semejanzas y diferencias entre las doctrinas marxista y cristiana. Se obvió el profundo abismo existente entre la teoría creacionista y evolucionista, entre la primacía de la materia o el espíritu en el origen del universo, de la fauna, de la flora, del ambiente. Lo fundamental era la lucha, la búsqueda del bienestar humano en esta tierra, como auténticos hijos de Dios que somos todos. Concentrarse en los puntos de unión y no en las divergencias.
Tal planteamiento implicó el rechazo a los privilegios de un sector de la sociedad, minoritario, opulento, acumulador de capitales, crematístico, cuyo máximo valor es el dinero. Contradecía así la imagen, la visión de una iglesia, que desde que llegó al lado del conquistador, tuvo un afán evangelizador, legitimador del gran despojo, del gigantesco acto etnocida y genocida, cometido por esos criminales que obraban en nombre del rey y su religión, desde fines del siglo XV.
De vuelta con el movimiento de la Teología de la Liberación, en los 60's es importante destacar cómo se percibía el mundo, aquella realidad chocante, desigual, de exclusión y terriblemente injusta: “La iglesia debe estar presente allí donde la humanidad experimenta sus alegrías, esperanzas, tristezas y angustias. En forma particular, debe hacerse solidaria con los más pobres.” Era ése su planteamiento inicial, que expresaba una nueva sensibilidad, otra ética irrumpía en su seno que hacía estremecer sus cimientos. Había y hay una serie de hechos y situaciones, que según sus análisis, sacuden la fe y la acción pastoral de la Iglesia: hambre y miseria de grandes sectores de la humanidad, aspiraciones de transformación ante las desigualdades económicas y sociales; la interpelación de los pueblos hambrientos a los pueblos opulentos. En estos hechos la iglesia reconoce la negación de una vocación humana que es contraria al plan divino; “las desigualdades económicas y sociales son contrarias a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y a la paz social e internacional”.
Es evidente que las raíces doctrinales del cristianismo apuntan hacia la tesis de una justicia social efectiva, no declarativa, militante, que implica el enfrentamiento de un sector consciente, que interpreta a cabalidad la doctrina, y que discute en relación a estrategias, a métodos, para divulgar, proceder y alcanzar los fines de esa verdadera iglesia. Sobre tales principios emerge la elaboración conceptual denominada la Pastoral Liberadora.
Por ello, la Teología de la Liberación expresión de esa elaboración conceptual, apunta hacia la defensa de la especie humana, de su ambiente y del desarrollo de sus potencialidades históricas. Teología de la Liberación es sinónimo de una “preocupación privilegiada, generadora del compromiso por la justicia, proyectada sobre los pobres y las víctimas de esta opresión.” Por ello, en una de sus funciones se establece que la T. de la L. “está en la obligación de despertar la conciencia de los oprimidos”.
Cuando se observa el pensamiento, las ideas, las teorías, pero sobre todo las conductas de los purpurados que conforman la Conferencia Episcopal Venezolana, y cómo enfrentan a un movimiento, al Proceso Bolivariano que busca afanosamente materializar lo planteado por la doctrina de la iglesia católica, por la Teología de la Liberación, no podemos menos que arribar a la conclusión de que esa institución, desde el punto de vista doctrinario e institucional degeneró, sus máximos representantes violan los valores fundamentales que la legitiman, y lo peor, trabajan para impedir que triunfe la justicia, la equidad y, por supuesto, la manifestación de Dios hecha verbo y hombre. Es la anti-iglesia. Allí están, aliados a los sectores más atrasados, como el imperialismo, Súmate, los dueños de los medios de incomunicación privados, pero dominantes y muy poderosos, formando coro para atacar al CNE, la Ley Resorte, las misiones. Pero mantienen un silencio sepulcral sobre el genocidio que Bush y sus otros carniceros cometen en Irak, las masacres que a diario se suceden en Colombia. Que el mundo se halle al borde de un abismo nuclear por culpa de los intereses transnacionales. Eso no les importa. Definitivamente, los altos prelados confundieron la justicia divina con la defensa de los privilegios de un sector minoritario de la sociedad, sector avaricioso, opulento y peligroso, sector integrante del imperialismo yanki, realidad convertida hoy por hoy, en el mayor enemigo que tiene la humanidad. La Conferencia Episcopal Venezolana, aliada del imperialismo no es más que un instrumento diabólico enmascarado en valores cristianos falsificados. Es un deber del fiel o creyente consciente desenmascararla, demostrar que apoya al infierno de injusticia, inequidad y explotación existentes en el mundo de hoy. Paradójicamente, la Revolución Bolivariana lucha porque el oprimido pudiese alcanzar el cielo aquí en la tierra, y es la iglesia misma la que marcha abierta o solapadamente contra esa lucha. En síntesis la iglesia contra sí misma, la iglesia negando su esencia.
Se requiere una constituyente eclesial católica, sería la única manera de que la iglesia contribuyese con el país y América Latina, asumiendo su verdadero papel social. Hace falta que abra sus puertas al análisis, a la reflexión y al razonamiento sobre sus fundamentos doctrinales. Es necesario que las ideas y obras que concibieron los concilios y reuniones que condujeron a Puebla y Medellín despierten, se reactiven, se transformen y encarnen en la verdadera iglesia. Los fieles, el pueblo y el mundo entero lo reconocerían y agradecerían. Pero, tal vez una aspiración como ésa, en las condiciones actuales, equivalga a pedirle mangos al onoto. La iglesia nació para legitimar los privilegios de la clase explotadora, la historia de la propiedad, de la familia y del Estado así lo señala. Pero, también la iglesia está formada por hombres que sueñan y luchan por encauzar su verdadera vocación histórica.