Capitalismo digital. Mutación a la sombra del monopolio de datos

El despotismo mundial ha aprendido a diversificar sus rutas de navegación: además del poderío militar y económico, de la diplomacia del chantaje y la apropiación del conocimiento, gobierna la industria cultural y los medios de comunicación, y controla las preferencias individuales y colectivas, subrepticiamente, bajo un falso manto de sistema de libertades que conculca la privacidad y la voluntad. La época del capitalismo digital ha iniciado.

No se puede cuestionar el avance científico o la revolución tecnológica-informática, desplegada en casi todos los ámbitos de la vida en tanto sean herramientas útiles para el desarrollo de los pueblos, pero si se precisa impeler el escrutinio púbico cuando en aras del progreso se innovan sofisticadas estructuras de dominación universal, a la sombra de las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) y la Big Data, o cuando se apela a una mejora de la humanidad a través de la inteligencia artificial y el transhumanismo como atajo evolutivo.

En este período los intereses de la especie pueden llenarse de sombras, tanto por las privaciones sociales y la obscena manipulación massmediática, como por la aceleración constante de una inercia que empuja la toma de decisiones trascendentes, hacia los límites del sálvese quien pueda.

Datos como mercancía, datos para el control social y datos para la singularidad que busca sustituir la huella orgánica de la especie humana por algoritmos y categorías biológicas de probeta…En un mundo ávido de respuestas, los datos (particulares, colectivos y en enjambre) se han convertido en materia prima, altamente codiciada, en tanto instrumento de poder que hegemoniza la información y sus derivados refinados en conocimiento.

Sociedad On line. Un nuevo blanco en la espalda de los pueblos

La producción mundial de datos por segundo crece conforme se expande el dominio de las corporaciones de tecnología, llamadas a reproducir el control social de la ciudadanía universal. Dicho control global a través del ciber-mundo supone vigilancia individual de personas para fines de "seguridad de Estado" y persuasión de predilecciones colectivas para fines políticos y de mercado.

La imposición ideológica de orientación del deseo, busca prefijar pautas de comportamiento ciudadano en la que la sumisión y domesticación del impulso de libertad, se vuelven la base de sostenimiento de estatus quo.

El usuario digital, ensimismado en su burbuja de aplicaciones y diversidad electrónica, precisa identificar quienes están detrás de cada salto tecnológico y cuáles intereses persiguen las "minorías consistentes" que gobiernan el orbe mundial, también está obligado a tomar conciencia y ejercitar sus habilidades de discernimiento al navegar las fascinantes pero peligrosas aguas de la red.

Captar la atención obediente del Homo Digitalis es el objetivo central de las operaciones sicológicas de los amos del mundo, quienes no cesarán en su afán por asegurar la subordinación intelectual y cultural de la humanidad tanto como la explotación y apropiación del trabajo ajeno. Su estadio ideal: instaurar servidumbre voluntaria que haga "misericordiosa y afable" la expoliación.

La alienación basada en influjos escolásticos es cosa del pasado. Corren los tiempos de la post-verdad, donde la distracción digital y las redes de consumo de datos ganan elecciones, determinan nacionalismos, relativizan guerras, refuerzan o destruyen reputaciones.

En ese contexto, el individuo se abstrae del entorno y desdibuja su legado histórico, al tiempo que bloquea la comprensión de las interrelaciones que componen la sociedad. El discernimiento se torna binario encerrado en las pompas del like y los fake news.

El entretenimiento se vuelve mercancía de rápida caducidad, por tanto, adictivo, el aislamiento individualista su mercado de transacciones, el relacionamiento social se sustituye por reconocimiento virtual ponderado por el número de seguidores en redes sociales. Los grupos de chats y las comunidades de intercambio proporcionan las emociones y los afectos necesarios, además suplantan la ignorancia con infinitas disponibilidades de información, "conocimiento y apoyo en la toma de decisiones". Una suerte de dependencia por lo virtual reemplaza la empatía de la aproximación personal y la cohesión social, nadie escapa del credo silencioso que clama por megabytes y conectividad y olvida las gratificaciones del contacto humano.

Un automatismo inducido sustituye el razonamiento, el cuestionamiento y el pensamiento crítico, todo cuanto demande fijar posición se inscribe en el orden del convencionalismo frívolo e interesado que determinan los medios de comunicación, las aplicaciones móviles, la industria cinematográfica, los youtubers, y los reality show; también los sistemas de mensajerías y la utilización de algoritmos de Big data como arma de guerra de quinta generación.

La tecnología de la información y la comunicación (TIC) es el opio de los pueblos en tanto manipula la verdad y la interpretación del mundo. La Big data, el hermano mayor que cuida la guardería de infantes obligados a abandonar su lúdica del crecimiento es, a la vez, sumo Sacerdote que repasa la asistencia en iglesias o cárceles, y excomulga la sensatez, el sentido común y la inteligencia colectiva de los pueblos.

La fuerza de la adicción a la realidad virtual es capaz de eclipsar los sentidos y la propia identidad. Establece marcos regulatorios de una conducta esperada y estereotipada, de una voluntad cedida, y un discernimiento conculcado.

Datos como mercancía

Es indudable que existe una multiplicidad de aspectos positivos relacionados con la Big data, por ejemplo: desarrollo a futuro de los vehículos autónomos, gestión del tráfico, aportes a la ciencia médica de nano-dispositivos para el combate de enfermedades, optimización de procesos industriales, análisis predictivos, estudio del material genético en organismos, inteligencia artificial, etcétera. Pero tales beneficios eclipsan al verse atrapados en la órbita del afán de lucro empresarial desprovisto de propósitos sociales.

La información global que se recoge sobre el comportamiento humano en sociedades abiertas, se ha mercantilizado. En el ámbito de la Big data, la privacidad es mercancía, el volumen de negocio por venta de bases de datos con información personal es tan cuantioso hoy, que se equipara a las transacciones internacionales de minerales escasos y piedras preciosas.

La data a gran escala se emplea como soporte opaco en procesos electorales, o como sistema de ventas cruzadas, o como predictores bursátiles, como estimadores de gastos totales en clientes bancarizados, o como optimizador de cadenas de suministros, por esta razón crece el interés y la especialización empresarial en la acumulación de datos masivos: IBM, Oracle, Facebook, T-Mobile, Spotify, Amazon, Google, Nexflix, Nike, Grandes Bancos, y un largo etcétera.

El capitalismo lo comercializa todo, por lo que era obvio suponer que con los datos sucedería lo mismo, en tanto puede catalogarse como entidad transferible o activo transable con un valor de cambio implícito. Claudio Katz describe este proceso con una clara lucidez: "Por eso el ciberespacio es concebido -en la tradición norteamericana- como una "nueva frontera", que serviría para afianzar la colonización mercantil".

En cada una de sus crisis cíclicas, el capitalismo se reinventa en la búsqueda de reconstruir su legitimidad y su matriz de reproducción económica, con el dominio de los recursos estratégicos siempre en la mira. La propiedad privada, como pilar fundamental en la valorización del capital, históricamente ha gobernado todo cuanto pueda tranzarse: tierras, materias primas, medios de producción, patentes, conocimientos, y recientemente, datos.

Es una variante del fascismo social aludido por Boanaventura de Sousa Santos, en términos de privaciones individuales, violencia corporativista y exclusión sociedad, reeditado en cada ciclo neoliberal cuando en lo atinente a su tasa de ganancia, el agua llega al cuello. La mercantilización de los datos procesados en información, y del conocimiento generado a partir de ella, comporta un peligro opresor para los pueblos del mundo a merced del monopolio por parte del mejor postor de su antropología digital.

Ecosistemas Big Data y Transhumanismo

¿Es deseable el mejoramiento y/o transformación de la humanidad a través de la ciencia y la tecnología? Sí, siempre y cuando dicho proceso no sea aprovechado como vehículo de dominación y suponga pérdida de identidad para la especie.

Hoy por hoy, la captura, almacenamiento y tratamiento de la cuantía de datos electrónicos se realiza de forma rutinaria y sin límites fronterizos. Al no existir mecanismos de regulación legitimados a escala global, una especie de explotación de las canteras de datos se produce prácticamente sin arbitraje. Un horizonte semejante a lo sucedido en Norteamérica con la fiebre del oro se reedita en nuestros días, solo que la frenética acción no se limita a los territorios del "lejano oeste" sino a los ilimitados predios del mundo digital y los bastos rizomas de la internet.

En la era Big Data el debate ético no solo se apoya en las formas de obtención de la información, también se centra en su puesta en valor. Entre los usos más populares y oprobiosos están, como se ha dicho, el empleo de los silos de información para dominar mercados y preferencias consumistas, o bien para moldear conductas políticas.

Quizás el más emblemático ejemplo de cómo los liderazgos mundiales evitan todo debate, que vaya a contracorriente de los intereses de los amos del mundo, es el de la Bioética. Temas emblemáticos por sus implicaciones en el curso de la vida como la transgenia, la clonación, la eugenesia y más recientemente la biotecnología y el transhumanismo, se omiten y ocultan deliberadamente. El salto evolutivo a través de la tecnología que supone estadios de felicidad superior, super-inteligencia y máxima longevidad, está reservado para los ricos del planeta en primera instancia.

El tecno-entusiasmo de la clase dominante por desarrollar el homo deus crece, a la par de la capacidad de procesamiento de infinitos datos que alimentan los cada vez más avanzados sistemas de inteligencia artificial. Sin mucho sobresalto, más bien a hurtadillas, los grupos de poder global ha abierto un curso de acción a través del cual se transforme la condición humana en un ser superior (H+), compuesto por conexiones neuronales (herencia orgánica) e inteligencia artificial (evolución inorgánica). Una apuesta por pasar del homo sapiens al homo cyborg, con mayores capacidades psíquicas e intelectuales.

Más allá de los argumentos éticos, aún es prematuro aspirar a mejorar las condiciones humanas y superar los límites físicos y mentales de la especie. Al menos hasta que no se logre una vida humanamente gratificante y se despliegue el amplio potencial de la solidaridad y el bienestar colectivo. Quienes apelan y apuestan al transhumanismo como vía altruista que forjará una superhumanidad, omiten deliberadamente el hecho de que la Big data se emplea como regulador social y como mercancía para el incremento de la tasa de ganancia de la clase que luego, aspira mantener su estatus de privilegio evolutivo.

Sistemas de control social

El orden económico mundial invierte y expande su poderío, tanto en la gobernanza de internet y la deshumanización de las relaciones sociales como en el monopolio de las armas. Sin embargo, hoy en día, su principal apuesta se basa en la aplicación de Sistemas de Control Social difusos que coartan la voluntad, mientras mantiene la apariencia de sostenimiento del sistema de libertades.

La masificación del acceso e intercambio de la información no supone victorias tempranas para la libertad de expresión y de pensamiento. Las corporaciones, gobiernos y grupos de interés mandan en la red. Con recursos ilimitados, tienen la capacidad de realizar sutiles manejos del deseo, intención y decisión de las amplias multitudes de individuos, que poco reconocen calidad y correcta disposición de los contenidos disponibles.

En el mundo on line no existen juicios de valor autónomos. El discernimiento particular se manipula y sesga a partir de la comprensión de los patrones de conducta, perfiles de preferencias y hábitos inmanentes por cada grupo etario, racial, condición sexual, etc.

Las personas son cada vez más dependientes de las tecnologías y como quiera que los Big data, se especializan en el reconocimiento de los modos de comportamiento y consumo masivo de la población interconectada a través de las TIC, el cibernauta mundial es objeto de procesos de espionajes masivo. Los teléfonos celulares y dispositivos tecnológicos recopilan vía cookies y demás procesos de vigilancia, ingentes masas de datos que luego son destilados en refinerías de información y utilizadas para alcanzar los fines ulteriores de las Agencias de Seguridad Nacional.

El análisis y procesamiento de miles de millones de terabytes globales, le permite al hermano mayor identificar comportamientos y movimientos de sujetos en concreto y la evolución de procesos sociales en tiempo real.

El Gran Hermano orwelliano nos dice e impone subliminalmente lo que debemos desear y crean las bases para el vasallaje inconsciente. La capacidad de libre elección de contenidos y el filtraje de basura virtual, no es tarea que cada persona enfrentada a su dispositivo electrónico pueda hacer en aras de liberarse del señorío informatizado, tampoco será suficiente la censura tecnológica de agencias gubernamentales o la adopción de legislaciones parciales, se requiere mucho más, una revolución civilizatoria librada en el mismo campo de batalla cibernético.

Si la ciudadanía universal no actúa decididamente, la vieja guardia represora de los amos del mundo remozará una vez más su poderío. A instancias de las nuevas plataformas informáticas dinamitará, uno a uno, los oasis de los sistemas de libertades, estados de derecho, democracias y estados sociales, y logrará moldear, a su conveniencia, el estilo de vida de toda la humanidad en el futuro cercano.

Para que la salvaguardia de los derechos ciudadanos y de las libertades civiles deje de ser ficción, los pueblos del mundo deben lograr la gobernanza de las tecnologías y ponerlas al servicio de la gente y su emancipación. El punto de partida: alumbrar el entendimiento y la rebeldía.

Información democratizada y veraz

Las denuncias al sistema de inequidades mundiales apelan contantemente a las asimetrías entre pobres y ricos, explotador y explotado, países desarrollados al Norte y subdesarrollo al Sur, los hombres y las mujeres, superioridad blanca y xenofobia al negro, nacionalistas e inmigrantes, pobladores urbanos y campesinos rurales, educados e ignorantes, profesionales y obreros, etcétera, pero poco se dice de la discriminación que comporta las privaciones al acceso a la información y del manejo de la verdad.

En la actualidad, un poco más de la mitad de la población mundial tiene acceso a internet, de ella, 3 de cada 4 personas utilizan redes sociales, y la abrumadora mayoría de usuarios de las redes sociales (90%), lo hacen desde un dispositivo móvil. El norte y occidente concentra una mayor penetración y empleo de la tecnología, la informática y la internet en comparación al sur y al oriente del planeta. Ciertamente se precisa equilibrar el orden mundial de la información y la comunicación. Que ello acontezca es cuestión de tiempo, la interrogante es ¿quiénes resultarán realmente beneficiados?

Con la maduración del mercado de las computadoras, la simplificación del acceso a los servicios de internet vía Wifi y el apogeo de los Smartphone, el paradigma de la democracia de la información digital no estará referida a la cantidad de personas interconectadas sino a la calidad, pertinencia y veracidad de los contenidos y a los límites que debe imponerse a la industria de la manipulación, el engaño y la alienación cultural.

La actual ocupación de seis horas/día por usuarios promedio de dispositivos con servicio de internet, y la tendencia en franco incremento, son aspectos que las grandes corporaciones conocen y emplean en función de captar beneficios económicos y posiciones de poder.

Evitar la propagación de la mercantilización de la privacidad ciudadana y el control social de las TIC y las Redes Sociales (RRSS), es una agenda de primer orden. Tales, poderosas e imprescindibles, herramientas que forman parte indisoluble de la vida presente de las personas, pueden y deben emplearse para objetivos sociales superiores: entretener, educar, comunicar e informar, así como para interconectar positivamente a las civilizaciones, y socializar las buenas prácticas y experiencias exitosas de las comunidades, a fin de ser adaptadas y emuladas en donde sea posible.

El proyecto humano por una sociedad completamente interconectada debe asumirse para el bien común y no para el sojuzgamiento intelectual de las mayorías, por unos pocos. Las comunidades más vulnerables del orbe, ciertamente precisan mayores despliegues tecnológicos, en línea con políticas públicas orientadas a la emancipación y superación de la pobreza y las desigualdades, pero a cambio no puede aceptarse la explotación como forma de contraprestación.

Guerra y supremacía no convencional

Como se ha afirmado, adueñarse de la audiencia de las TIC y las RRSS tanto para incrementar la tasa de ganancia como para desinformar, alienar, domesticar la opinión pública cada vez más dependiente del consumo digital y censurar la disidencia progresista de los pueblos, es el telón de fondo de quienes conspiran contra la humanidad desde los tronos donde se ejerce el poder económico, militar, político y cultural del mundo.

En la era telemática, casi todo se supedita al control masivo de los datos y preferencias personales de la población ciber-dependiente, por parte de las Agencias de Seguridad y las corporaciones de la información al servicio del establishment.

La confianza de los usuarios hacia sus proveedores de servicios de internet, telefonía y multi-plataformas se ha roto con la develación de los entramados conspirativos para fines mercantiles, políticos y militares, pero independientemente de los acomodos cosméticos, como las legislaturas y acciones por la protección de datos, la suerte del sistema de libertades civiles y derechos ciudadanos está echada, por mandato señorial.

Tan solo basta citar el testimonio de uno de los operadores del hegemón global para comprender el alcance de su despotismo, en este caso al Almirante de EE.UU y en su momento Comandante Supremo Aliado de la OTAN, James G. Stavridis: "No nos será posible dominar completamente el flujo de la información en el espacio estratégico de la comunicación, ni podemos controlar completamente el cibermundo. Pero podemos trabajar para fortalecer el uso de las redes sociales para obtener información e inteligencia para reforzar la democracia y el reino de la ley."

Bits en vez de balas, hackers en vez de tropas, virus y gusanos en vez de misiles, algoritmos selectivos en vez de prisioneros, satisfactores virtuales en reemplazo de propaganda Goebbeliana, cibermundo en reemplazo del campo de batalla, tecnologías modernas de la información en sustitución de la artillería, redes sociales para líderes políticos antes que tarimas, Fake News en relevo de medios de comunicación. Las guerras de hoy conquistan mentes, arrebatar territorios y recursos naturales, botines secundarios.

Anteponer réditos culturales a los económicos

Es un hecho, nuestra sociedad pierde cada vez más el control sobre sus datos, y a instancias personales, no es posible protegerlos enfrentados a las grandes empresas especializadas en arrebatarlos del entorno de nuestra intimidad.

Los datos personales nos pertenecen y como quiera que la propiedad de cualquier bien, es una condición necesaria para ser mercantilizado, entonces nos asiste el derecho de demandar protección para nuestra información o, a lo sumo, exigir contraprestaciones por el empleo de nuestros metadatos en el creciente comercio de la economía digital.

Las necesidades individuales por socializar no pueden ser sustituidas por el intercambio virtual, que nos pone a merced de ocultos intereses de dominación. Por ejemplo, Facebook hace del exhibicionismo impersonal una suerte de terapia psicológica con la que desnuda hábitos, rutinas, patrones de preferencias y grupos de relación. Google convierte los deseos de conocimiento y la búsqueda de información en geo-referentes de nuestras actividades personales y ductor de intereses que moldea comportamientos. Ambas macro-corporaciones junto a otras más, facilitan una vía para la instauración de una futura gobernanza mundial.

Toda vida privada expuesta a las plataformas, aplicaciones y redes sociales será, inevitablemente, escudriñada minuciosamente, como quien somete su cuerpo a un resonador magnético. En este caso, el cuerpo social es manipulado sofisticadamente tanto para fines económicos (sociedades de consumo y esclavitud auto consentida) como para propósitos políticos (control social).

Una contraofensiva en defensa de los intereses culturales de la humanidad debe ponerse a andar: Las iniciativas europeas sobre privacidad, protección de datos y comunicaciones electrónicas, aunque progresistas son tímidas respecto de sus campos de aplicación y la seguridad jurídica. La política de independencia y soberanía tecnológica-informática de China preludia nuevos campos de batalla comercial con occidente y pierde el foco en la búsqueda de procesos sociales de autodeterminación.

Un nuevo mundo es posible para la especie siempre que se logre una agenda universal de vida humanamente gratificante, se equilibre la locomoción económica con los imperativos medioambientales, impere el reino de la justicia, la libertad e igualdad y también se supera el capitalismo digital.

Venezuela ha alcanzado en las últimas décadas importantes avances en el combate a la privatización del conocimiento, a partir de la instalación de centros gratuitos de trabajo telemático (Infocentros), computadoras escolares a toda la población estudiantil (Canaimas), masificación subvencionada del uso de teléfonos celulares, democratización del espectro radioeléctrico entre comunidades de base, creación de televisoras populares y alternativas al monopolio de la información (Telesur, Vive Tv), avances en soberanía cinematográfica (Villa del Cine), búsqueda de independencia satelital, subsidio del servicio telefónico, entre otras iniciativas que deben preservarse y mantenerse aún en medio de las dificultades presentes, más aún, resta bastante por hacer en la perspectiva de asegurar un uso liberador y consciente de las TIC, también en la conformación de redes de intercambio solidario entre la ciudadanía, y el bloqueo de la soledad individualizante que comporta la adicción por las tecnologías. La inversión pública no puede declinar en investigación tecnológica al servicio de la población.

La humanidad vive ensimismada dentro de una prisión en la que el hermano mayor vigila, sin que se le permita conocer o ver, a su observador secreto. La época de la imposición cibernética avanza, el 1% de la población del planeta que concentra el 85% de la riqueza global también conocerá y, por tanto, dado su poder, será dueña de los secretos, comportamientos, hábitos, sentimientos y deseos del resto de la población.

Es preciso avanzar en un acuerdo universal a instancias de la ONU donde se unifique la actuación de las agencias de protección de datos y se instaure una suerte de legislación global que asegure los derechos y libertades individuales y sociales, cada vez más conculcados por la extrema capacidad de los sistemas de coacción y control social de las trasnacionales que mercantilizan la información, las corporaciones que manipulan las preferencias y la conciencia, y los Estados que espían para silenciar la disidencia y uniformar la ideología.

También es preciso que los pueblos levanten su voz y los movimientos sociales y populares se movilicen junto a las naciones progresistas del mundo, en pos de una cruzada internacional que ponga límites a la violación de la privacidad personal vía Big data, revoque el influjo alienador de la industria cultural que hegemoniza las TIC y democratice los medios de comunicación e información.

Por descabellado que parezca, también podría articularse una inmensa plataforma mundial en la que programadores, hackers del bien, agencias gubernamentales, ONG´s, etcétera, se dediquen a denunciar y desenmascarar el control social digital, producir y masificar herramientas de protección de datos, socializar información útil para la humanidad ahora mismo bajo el monopolio de privados y, finalmente, generar contenidos, conocimientos y dar libertad de acceso sin restricción. Las naciones con gobiernos progresistas están llamadas a financiar y liderar esta iniciativa.

 



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Haiman El Troudi

Ex-ministro de Transporte y Obras Públicas entre 2013 y 2015. Ingeniero de Sistemas egresado de la Universidad de los Andes, planificador, investigador, docente y escritor. Diputado Asamblea Nacional Venezuela. BLOG: https://haimaneltroudi.com/

 @HaimanVZLA

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