Todos los signos políticos, militares y económicos que se visualizan en el actual escenario mundial deben llevar a la conclusión que las grandes potencias capitalistas, hoy unificadas en su propósito de reconquistar el mundo para la superación de la crisis de su sistema de explotación, se están preparando aceleradamente para una confrontación militar que tienen en el poderío militar estratégico de la Federación Rusa y la supremacía comercial de la República Popular China, sus objetivo bélicos pero centradas en dominación de las nuevas y tradicionales fuentes energéticas, los materiales estratégicos y en la supremacía militar insuperable.
El propósito de imponer una hegemonía mundial unilateral por parte de los Estados Unidos de América, con sus aliados subalternos de la OTAN y Japón, luego de la desmembración del Pacto de Varsovia y la desintegración de la Unión Soviética y su posterior tránsito al Capitalismo, resultó imposible por la crisis sistémica ya acumulada por el centro capitalista mundial desde mediados de los años 70’s del siglo XX, el desarrollo acelerado de la economía de la República Popular China, la emergencia de otras potencias medias y, particularmente, la estabilización política y económica de la Federación Rusa, luego del colapso de la URSS, del reordenamiento de sus alianzas estratégicas en el seno de la Comunidad de Estados Independientes, CEI, y su reafirmación como potencia militar y nuclear disuasiva.
La desaparición temporal del equilibrio estratégico URSS-USA/OTAN/JAPON, le concedió, inicialmente, al bloque colonial-imperialista, una importante ventaja en el control de la escena mundial que fue erosionándose en la medida en que el aparato industrial fue perdiendo capacidad competitiva con sus rivales chinos y otros rivales comerciales, su sistema financiero y monetario entró en franco proceso de crisis sistémica, provocada por la no sostenibilidad de su expansión global en operaciones especulativas de alto riesgo y de pérdidas acumuladas (imposibles de sanar) por la recesión económica y la pérdida de confianza en el dólar por la emisión inorgánica de moneda de la Reserva (Banco) Federal de los Estados Unidos como único medio de compensar los trillones de dólares de déficit fiscal y deuda pública y el aumento del gasto militar pos las aventuras militares en Afganistán ( la más larga de la historia militar de USA) y las dos guerras de Irak.
En ese marco de crisis global del centro capitalista mundial, tensiones y conflictos bélicos regionales y fortalecimientos de sus históricos rivales chinos y rusos, las elites gobernantes del Estado de Japón, aún bajo el mando del Emperador Akihito, hijo del Criminal de Guerra Hirohito - perdonado por el presidente Truman y el general Mc Acthur para que sirviera a sus intereses hegemónicos en Asia y el mundo -, han venido desarrollando una persistente política dirigida a modificar su estatus de país vencido en la Segunda Guerra Inter-imperialista Mundial ( a la cual fue arrastrada la Unión Soviética), pretendiendo revisar la verdad histórica de su agresión colonial a China, Corea, Mongolia, Vietnam, Laos, Camboya, Birmania, Malasya, Singapur y las Filipinas, reivindicar los jefes políticos y militares responsables de la criminal conducta del ejército nipón, la esclavización de millones de asiáticos, la prostitución forzada de decenas de miles de mujeres chinas y coreanas y el uso forzado de prisioneros de guerra para experimentos que los llevaron a la muerte.
En este siglo, el “pacífico” Imperio Japonés se involucró como parte de su asociación militarista con la OTAN y con la cobertura de las resoluciones de la ONU, en las dos guerras promovida contra Irak, definiendo su Misión como “no armada” y “humanitaria”, con el fin de relativizar su legitimación como factor bélico internacional y la preparación de sus mandos militares y a la sociedad nipona, en general, en la nueva doctrina de “Derecho de Autodefensa Colectiva” que implicaría su participación en guerras de agresión al lado de los Estados Unidos y sus socios subalternos de la OTAN; además de provocar tensiones militares con China por la propiedad de las pequeñas islas Daheyu, históricamente propiedad de su rival asiático, con el fin de modificar la resistencia mayoritaria del pueblo japonés a la modificación de la Constitución pero que cuanta con el consentimiento de los Estados Unidos, autores del criminal ataque nuclear a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki
De allí el reciente acuerdo del Consejo de Ministro del gobierno del Imperio Japones, que preside el chauvinista y revanchista Primer Ministro Shinzo Abe, del Partido Liberal Democrático, PLD, de acordar promover una iniciativa de ley de reforma de la pacifista de Constitución de 1.947, aceptada por el Imperio Japonés como parte de su rendición incondicional ante los Estados Unidos, mediante la cual renunció “por siempre” a la guerra.
Esta peligrosa decisión del revanchismo colonialista japonés constituye un nuevo elemento dentro del escenario de tensiones regionales y mundiales y es indicador que las burguesías nacionales de los Estados Imperialistas y colonialistas que han sembrado la guerra en el Medio Oriente, Africa mediterránea y en el sur de Asia p[ara recuperar su debilitada hegemonía global y proteger a sus aliados monarcas petro-feudales y sionistas del ente israelí, están dispuesto a incendiar el planeta Tierra con tal de alcanzar sus objetivos estratégicos de recolonizar el planeta, apoderarse de sus fuentes de energía, materiales estratégicos y compradores de su sobreproducción de mercancías al precio de genocidio de la Humanidad y la destrucción del hermoso planeta Azul, por lo cual, todas las fuerzas pacíficas y democráticas de la Tierra, especialmente de los países del centro capitalista mundial, deben asumir su papel histórico de contención de ésta nueva barbarie de la Sociedad de los Propietarios contra los pueblos de planeta Tierra.