Cada vez que se alborota el asunto del Esequibo salen a revolotear las avispas ultranacionalistas. Son compatriotas que postulan la tesis de que hay que ir ya, sin esperar un minuto más, y recuperar ese territorio por la fuerza.
¿Valientes? Bueno, solo en cierto modo, porque la mayor parte de ellos no está ya en la edad de ser llamado a filas y nunca han empuñado un arma, excepción hecha de las que se usan en los videojuegos.
Muchos ultranacionalistas actúan de buena fe. Dicen que están dispuestos a inmolarse por la patria. Pero una cosa es decirlo y otra es poderlo. Un amigo mío promete que si hay que internarse en la selva para liberar el Esequibo, cuenten con él. No es que lo dude, pero el otro día subió al cortafuego del Waraira Repano, en plan de acondicionamiento físico, y durante un reposo (con la lengua afuera) fue picado por unos bachacos, tras lo cual se puso muy consternado y mimoso, y terminó en un CDI pidiendo que le hicieran toda clase de exámenes.
Más allá de lo anecdótico, cualquier persona tiene derecho a opinar y a proponer, pero nadie debería escribir a favor de que el país asuma tesis belicistas ni de que haga desplantes agresivos a menos que personalmente esté dispuesto a poner su pellejo en juego.
Pedir dureza en un asunto como este a sabiendas de que el pecho lo van a meter otros es una cobardía de marca mayor. Hace recordar la actitud de algunos “líderes en el exilio” de la oposición, quienes en unos discursos desgarradores llaman a los jóvenes -por Skype- a luchar hasta la muerte contra el rrrégimen, y luego se van a las areperas de Miami a intercambiar chismes faranduleros.
El belicismo de estos partidarios de “o todo o nada en el Esequibo” contagia a cierta clase media opositora que tampoco ha peleado nunca, salvo en tardes de paintball. Las proclamas incendiarias van y vienen por el ciberespacio. Se diría que sus promotores están a punto de hacerse a la mar para asaltar las plataformas de la Exxon-Mobil, pero la cosa es pura pose. Los francotiradores que disparan esos tiros virtuales saben que ni sus hijos ni sus nietos van a estar en las trincheras [¿Se imaginan el berrinche planetario que se armaría si, en un supuesto felizmente negado, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana llamara a los cuarteles a un contingente de manitos blancas?… ¡Santo Cristo de La Grita!].
Muchos de los radicales pro rescate total del Esequibo lo han sido siempre y merecen respeto por su coherencia. Son los que le rinden culto a José Pilar Barbella Ramos, el coronel venezolano que echó a las fuerzas guyanesas de la isla fluvial de Anacoco, en 1966. No tanto respeto merecen los neonacionalistas que aúpan esas tesis de poner su sitio a Guyana solo por el afán de llevarle la contraria al gobierno o de presionarlo para que sucumba ante las provocaciones y nos veamos envueltos, de un día para otro, en el peor de todos los negocios (excepto para los vendedores de armas): la guerra. Muchos de éstos hacen sus cálculos movidos por el mismo afán de siempre, el de recuperar el poder, no importa que sea sobre un montón de ruinas.
También hay radicales de hoy que fueron cautelosos funcionarios de ayer. Son gente que a la hora de las chiquitas prefirieron respirar hondo y contar hasta cien, pero ahora salen a hacer bravatas y a denunciar cobardías. Daría risa, si no fuese porque ese discurso irresponsablemente peleón puede, a la larga, causar un montón de muertos y daños graves a la unión, ese bien inestimable del que habló Bolívar.
Entre los belicosos teóricos están varios Excelentísimos Embajadores sin Embajada (EE-sin-E), quienes acusan a la Revolución Bolivariana de haber manejado mal el conflicto y dan a entender que antes de 1999, este asunto se condujo estupendamente. Es algo que da también una mezcla de risa y de rabia, pues una simple revisión de la historia contemporánea demuestra que desde el gobierno de Rómulo Betancourt (1959-1964), hasta el segundo de Rafael Caldera (1994-1999), predominaron las omisiones, las negligencias, el mirar para otro lado, el correr la arruga y la consigna “el que venga atrás que arree”.
Esos expertos saben muy bien que eso ha sido así porque este es un problema casi insoluble. Guyana no puede ceder dos tercios del territorio que considera suyo, y si Venezuela acepta un kilómetro cuadrado menos de los 159 mil 500 que reclama, siempre habrá gente que acuse al negociador de entreguista y vende patria. Los EE-sin-E están conscientes de que la única posible solución -técnicamente hablando- es que Venezuela acepte una franja costera que le garantice su salida franca al Atlántico desde las bocas del Orinoco, y se olvide de la mayor parte del territorio que nos robaron vilmente en 1899; y están claros en que un arreglo así sería muy difícil de tragar para la opinión pública. Saben todo eso, pero juegan a las tesis de guerra porque están seguros de que sus propios pellejos no están en peligro. Así cualquiera es echao pa’lante.
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