La causa de la paliza a los señores matanza ha sido imputada “a la guerra de Irak”, a los errores en su planificación y ejecución, por parte de la Administración Republicana. La propuesta del Partido Demócrata, de retirar de Irak las fuerzas militares invasoras, en un plazo de cuatro meses, refuerza esa idea. Al margen de este aspecto clave y decisivo, el análisis de la paliza a Bush debe ubicarse en otro lugar, la correcta apreciación de las razones y consecuencias de tan descomunal derrota, no la encontramos en la polvareda que levantan las “noticias del día” o en las operaciones de marketing diseñadas para mostrar como ajustan sus cuentas los bloques de poder que pugnan por liderizar la política exterior estadounidense y representar, a escala mundial, los intereses de la elite imperial. Y desde esta perspectiva, la cuestión decisiva es: si los resultados de las recientes elecciones en los Estados Unidos determinan el fin de un modelo de hegemonía capitalista, de una modalidad específica de dominación mundial y de control político- social de los pueblos.
El advenimiento de un sistema económico dominante y común a todas las grandes potencias capitalistas, constituyó, la base para que la elite imperial proclamase que había emergido, de la mano de eso que llaman la globalización, un futuro compartido por todos los países del planeta y gestionado por el consenso entre ellos. La elite imperial, eufórica y supremacista, dada la crisis del socialismo real, con apresuramiento inusitado, anunció la bienvenida de una hegemonía que sus ideólogos e intelectuales denominaron benigna o ligth, de un capitalismo aterciopelado y reposado, la democracia global y un mundo multipolar comprometido con la convivencia pacífica y pletórico de beneficios. Los pueblos y el tiempo se encargaron de arreglar cuentas con tales presunciones. Y una pregunta se ha instalado, a escala mundial, con la fuerza de las evidencias y del sentido común: ¿por qué, después de la caída del Muro de Berlín, no se abrió paso el mundo equitativo, igualitario, justo, pacífico que los “triunfadores” vaticinaron? La idea de “todos vamos en el mismo barco, todos cabemos en él y todos tenemos el mismo rumbo”, denotó y denota una sobrevaloración (sumamente extremista) de las posibilidades y potencialidades reales del capitalismo unificado, de la homogenización global y del papel hegemónico de los Estados Unidos.
El desarrollo del capitalismo salvaje (al estilo de Reagan, la Dama de Hierro y del implantado en América Latina) exige de un ejercicio coercitivo, autoritario y compulsivo del poder: de la implementación de una geoestrategia (con un fuerte componente militarista y belicista) que asegure la sumisión de los pueblos y el control de las fuentes de energía, (gas y petróleo) los recursos acuíferos y la biodiversidad. Y para alcanzar tales objetivos, a escala mundial, la elite imperial se impuso el modelo de hegemonía característico del pensamiento neoconservador estadounidense y británico, así como del neofascismo europeo (Berlusconni y Aznar entre otros).
Hacerse cargo de un mundo signado por la exclusión social y garantizar la reproducción del sistema capitalista, con base a la globalización de la guerra o a la lógica de la guerra y al monopolio mundial de la violencia, esta modalidad específica de reatrincheramiento capitalista (guerrerista, autoritario y neofascista) ha culminado en un intento fallido de asumir la cuestión peculiar de la crisis de un sistema de dominación y la problemática constitución de una nueva hegemonía capitalista. Y es ese modelo hegemónico y no uno de sus hechos emblemáticos (la guerra contra Irak) lo que está en juego en la paliza recibida por los señores matanza (derrota de Aznar, Berlusconi y Bush, y las barbas de Blair ardiendo). La cuestión crucial es determinar si hemos llegado al fin de la hegemonía dura y como ello incide en la cuenta regresiva del Imperio, en su desmoronamiento tendencial e inevitable.
fclugo49@cantv.net