Colombia aplica la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos

El atentado contra las torres gemelas del World Trade Center del 11 de septiembre de 2001 sirvió como excusa para la presentación de una nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos de América, formulada por George W. Bush en Washington el 17 de noviembre de 2002, y muy acorde con las propuestas del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano. En ella, proclama que en el mundo ha ocurrido una victoria decisiva de las fuerzas de la libertad que es “la de un solo modelo sostenible de éxito nacional: libertad, democracia y libre empresa”. Un triunfo decisivo debería conducir al desmantelamiento de la “posición de fuerza militar sin paralelo” que mantiene Estados Unidos. Para justificar que ello no suceda, hay que definir un nuevo enemigo, por lo cual se declara que “defenderemos la paz al luchar contra los terroristas y tiranos”; se declara el carácter perpetuo y el alcance planetario de la confrontación al afirmar que “la guerra contra el terrorismo de alcance global es una empresa mundial de duración incierta” y se amenaza, no sólo con que dicho país “ayudará a aquellos países que necesitan nuestra ayuda para combatir el terrorismo” sino que “hará responsables a aquellos países comprometidos con el terrorismo –incluso aquellos que dan refugio a terroristas-, porque los aliados del terrorismo son enemigos de la civilización”. De nuevo, todos los países de la tierra quedan involucrados en la confrontación que interesa a Estados Unidos; una vez más, sólo les queda el recurso de convertirse en instrumentos de la gran potencia o ser agredidos. Por ello, “las naciones que disfrutan de libertad deben combatir activamente al terrorismo. Las naciones que dependen de la estabilidad internacional deben ayudar a impedir la propagación de las armas de destrucción en masa. Las naciones que procuran obtener ayuda internacional se deben gobernar a sí mismas sabiamente, para que la ayuda se gaste apropiadamente. Para que la libertad prospere, se debe esperar y exigir la rendición de cuentas”. A fin de utilizarlas en este conflicto planetario se espera reclutar sin más las organizaciones internacionales, ya que “Estados Unidos está comprometido con instituciones perdurables como las Naciones Unidas, la Organización Mundial del Comercio, la Organización de los Estados Americanos, la OTAN, así como con otras alianzas de larga data. Las coaliciones de naciones dispuestas a participar pueden aumentar estas instituciones permanentes. En todos los casos deben tomarse en serio las obligaciones internacionales. No se las puede asumir simbólicamente con el fin de obtener apoyo para un ideal, sin promover su realización” (Bush, George W. 2002).

Cinco puntos resultan de particular interés en esta declaratoria de guerra al mundo formulada como doctrina de seguridad:

En primer lugar, la indefinición total del enemigo, que coincide con la atribución implícita conferida a Estados Unidos para definirlo. En el citado documento se afirma que dicho país lucha “contra terroristas esparcidos por todo el mundo” añade que “el enemigo no es un régimen político, persona, religión o ideología aislados”, y precisa que “El enemigo es el terrorismo premeditado, la violencia por motivos políticos perpetrada contra seres inocentes”. Aparte de que no hay mejor definición de la política permanente de Estados Unidos que la contenida en esta frase, ella puede ser esgrimida –la violencia y la frase- contra cualquier régimen, persona, religión o ideología. Por ejemplo, a comienzos de siglo el Documento Santa Fe IV detecta que “ha surgido en escena una nueva amenaza al hemisferio de singular fuerza: los comunistas chinos” (Santa Fe IV).

En segundo lugar, la definición del enemigo no requiere que éste haya perpetrado alguna violencia, sino que Estados Unidos piense que podría cometerla. Y así, se afirma que “si bien Estados Unidos tratará constantemente de obtener el apoyo de la comunidad internacional, no dudaremos en actuar solos, en caso necesario, para ejercer nuestro legítimo derecho a la defensa propia, con medidas preventivas contra esos terroristas, a fin de impedirles causar daños a nuestro pueblo y a nuestro país; y privar a los terroristas de nuevo patrocinio, apoyo y refugio seguro, convenciendo u obligando a los Estados a aceptar sus responsabilidades soberanas”.

El propio documento revela el tenor de tales medidas “preventivas”, al mentir que “durante la Guerra del Golfo obtuvimos pruebas irrefutables de que los designios de Irak no se limitan a las armas químicas que había utilizado contra Irán y su propio pueblo, sino que abarcan la adquisición de armas nucleares y agentes biológicos”. A la postre se reveló que ni armas ni pruebas existían, no obstante lo cual la ocupación de Irak se prolonga indefinidamente. Pero el enemigo podría justificar una guerra preventiva mediante otra agresión infinitamente más sutil: la “penetración económica”. La misma razón de ser de la globalización se vuelve así declaratoria de guerra. Conjuntamente, el Documento Santa Fe IV multiplica al infinito los rostros de la amenaza:

Pero la amenaza no se da sólo en el frente militar, como en Colombia. Es mucho más complicado. La penetración económica es especialmente preocupante. Ante todo, lo más evidente es la situación del Canal de Panamá, donde Estados Unidos ha pagado para deshacerse del premio estratégico más importante del hemisferio, si no del mundo. Al hacerlo, Estados Unidos ha puesto su futuro económico a merced de una situación política muy inestable e incierta. Los hechos son preocupantes. Los dos puertos, en el extremo Atlántico y Pacífico del Canal, están en manos de la Compañía Hutchinson Whampoa, una empresa que tiene vínculos muy estrechos con Beijing. Al mismo tiempo, las compañías de China continental están entrando en profundidad en los diversos puertos de la Cuenca del Caribe, que son fundamentales para la economía de Estados Unidos, como Freeport en Bahamas (Santa Fe IV).

En tercer lugar, el documento vindica el derecho de “actuar solos, en caso necesario”, vale decir, sin el consenso e incluso en contra de las organizaciones internacionales y de las leyes internacionales, a las cuales sólo se admite como instrumentos incondicionales o estorbos prescindibles.

En cuarto lugar, en función de esta cruzada posiblemente preventiva y al margen del orden internacional contra un enemigo indefinido que él precisará en cada caso, Estados Unidos asume por propia cuenta y sin que nadie se lo haya solicitado las siguientes tareas, que presuponen una reestructuración total del planeta:

“-se erigirá en paladín de los anhelos de dignidad humana;

-fortalecerá las alianzas para derrotar el terrorismo mundial y actuará para prevenir los ataques contra nosotros y nuestros amigos;

-colaborará con otros para resolver conflictos regionales;

-impedirá que nuestros enemigos nos amenacen a nosotros, a nuestros aliados y a nuestros amigos con armas de destrucción en masa;

-suscitará una nueva era de crecimiento económico mundial por medio de los mercados libres y el libre comercio;

-expandirá el círculo del desarrollo al abrir las sociedades y crear la infraestructura de la democracia;

-desarrollará programas para una acción cooperativa con otros centros principales de poder mundial, y

-transformará las instituciones de seguridad nacional de Estados Unidos para enfrentar y aprovechar las oportunidades del siglo XXI”.

Notemos que el “policía del mundo”, así travestido como “paladín”, incluye entre las metas de su doctrina estratégica “resolver conflictos regionales”, imponer “los mercados libres y el libre comercio” y “abrir las sociedades y crear la infraestructura de la democracia”, cuestiones que sólo atañen al soberano orden interno de las demás naciones, y que no podrían ser impuestas sin quebrantarlo.

En quinto lugar, la doctrina planifica para América Latina y el Caribe “nuestra integración”, vale decir, la impuesta por la potencia hegemónica:

En el Hemisferio Occidental hemos establecido coaliciones flexibles con países que comparten nuestros intereses prioritarios, en particular México, Brasil, Canadá, Chile y Colombia. Juntos forjaremos un hemisferio genuinamente democrático, donde nuestra integración dé impulso a la seguridad, la prosperidad, las oportunidades y la esperanza. Trabajaremos con instituciones regionales como el proceso de la Cumbre de las Américas, la Organización de los Estados Americanos (OEA) y las Reuniones Ministeriales de Defensa de las Américas, en beneficio de todo el hemisferio.

Por lo pronto, como codicilo de lo expresado, se comienza ejerciendo la atribución unilateral para definir al enemigo, afirmando que “en cuanto a Colombia, reconocemos el vínculo que existe entre el terrorismo y los grupos extremistas que desafían la seguridad del Estado, y el tráfico de drogas, que ayuda a financiar las operaciones de tales grupos”. La intervención regional anunciada se explicita y amplía al afirmar que “hemos formulado una estrategia activa para ayudar a los países andinos a ajustar sus economías, hacer cumplir sus leyes, derrotar a las organizaciones terroristas y cortar el suministro de las drogas”, asuntos que, una vez más, sólo conciernen al soberano orden interno y que Estados Unidos haría bien en resolver dentro de sus fronteras. La integración subordinada del mundo y de América Latina forma parte de la nueva doctrina estratégica de Estados Unidos. A sus víctimas nos corresponde formular la propia.

Es oportuno recalcar que existe una suerte de consenso en torno a esta doctrina en los más altos círculos de poder estadounidense. Así Jesse Helms, antiguo presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado estadounidense, proclama que “nos encontramos en el centro y pretendemos quedarnos en él (...). Estados Unidos debe dirigir el mundo portando la antorcha moral, política y militar del derecho y de la fuerza, y servir de ejemplo a todos los demás pueblos”. Y Thomas Friedman, anterior consejero especial de la secretaría de Estado, afirma que “Para que la mundialización funcione, América no debe tener miedo a actuar como la invencible potencia que es en realidad (...). La mano invisible del mercado no funcionará nunca sin un puño bien visible. La McDonald´s no puede extenderse sin la MCDonnel Douglas, el fabricante del F-15. Y el puño invisible que garantiza la seguridad mundial de la tecnología de Silicon Valley es el ejército, la fuerza aérea, la marina y el cuerpo de marines de Estados Unidos” (Ziegler 2003, 43-44).

Ante tales planteamientos los países de América Latina y el Caribe debemos desarrollar una doctrina militar propia, que no sea mero remedo de la de Estados Unidos y que defina a éste como el principal antagonista potencial de nuestros países. Las intervenciones europeas en el hemisferio tendieron a desaparecer durante el siglo pasado: en el curso de él sólo se registran el bloqueo inglés, alemán e italiano a Venezuela en 1902 y la agresión británica contra las Malvinas en 1982. Las agresiones estadounidenses son en cambio una realidad cotidiana. Si bien no abrigamos planes hegemónicos ni proyectos estratégicos de invasión, debemos organizar nuestra defensa con el fin de presentar una capacidad disuasiva que impida futuras intervenciones.


Sistema Hemisférico de Seguridad

Mientras tanto, desde el origen de nuestras repúblicas avanzan planes sistemáticos y constantes para integrar a nuestras fuerzas armadas como instrumentos de las potencias hegemónicas foráneas. Como descaradamente confiesan los asesores estadounidenses autores del Documento Santa Fe I:

La política cambia, pero la geografía no. Este Hemisferio es todavía la mitad del globo, nuestra mitad, la mitad americana. Nuestro futuro geoestratégico, económico, social y político debe estar asegurado por un sistema hemisférico de seguridad. Los sueños de Simón Bolívar y Thomas Jefferson son tan válidos en la actualidad como lo fueron en 1826. El TIAR, o Tratado de Río, es tan vital actualmente como lo era en 1948, cuando se firmó en Bogotá (Santa Fe I).

El paso del tiempo simplemente acendra estos planes. Con motivo del proyecto de integración económica estadounidense del ALCA, se exige un alineamiento que se extiende a lo político y lo militar. Según denuncia Jaime Estay:

En cuanto a las estrategias geopolíticas de EEUU hacia América Latina y el Caribe, lo que interesa destacar es que el ALCA es un componente de esas estrategias, las que incluyen además elementos directos de dominación política y militar, con los cuales la presencia económica de las empresas y productos estadounidenses se complementa y asegura con el control físico del territorio hemisférico, constituyendo todo ello un conjunto coherente a través del cual se pretende que la región –con sus recursos naturales, su gente y la totalidad de su infraestructura- responda por completo a los objetivos y necesidades definidas del lado estadounidenses (Estay 2003, 107).

Estos planes “para un sistema hemisférico de seguridad” y para el control físico del territorio hemisférico pueden ser jerarquizados en un orden de intensidad creciente. Éste comprende la formulación explícita de doctrinas interventoras, su consagración en acuerdos y tratados internacionales, el espionaje militar y sociológico, los planes de adiestramiento por ejércitos foráneos, las maniobras conjuntas con ellos, las ventas y suministros de armamentos, el aporte de instructores que de hecho ejercen funciones de comando, la colocación de las fuerzas armadas bajo el mando de instituciones extra nacionales como la OEA, la DEA la OTAN o la OTAS, la instalación de bases, la instalación de contingentes, la intervención armada abierta y la secesión de países. Estas medidas no siguen siempre estrictamente el orden indicado, pero por lo general se aplican en creciente orden de intensidad hasta lograr el objetivo de imponer la voluntad del agresor al intervenido. En Colombia han llegado hasta su culminación total.

(Luis Britto García: América Nuestra: Integración y Liberación)

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Luis Britto García

Escritor, historiador, ensayista y dramaturgo. http://luisbrittogarcia.blogspot.com

 brittoluis@gmail.com

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