y (las tres heridas de Miguel Hernández).
Nos acompañó tanto durante décadas, a todos los latinoamericanos, que casi lo veríamos como a un padre, pero fue demasiado compañero nuestro que no podíamos menos que desconocer sus 88 años.
Nos acompañó en el amor que amanecía, nos dio las palabras que explicaban el balbuceo ante los ojos de la mujer, los ojos que nos silenciaban la boca y nos arrebataban el pecho.
Nos acompañó en el amor maduro, contando y balanceando los años de los sueños largos.
Nos mostró el corazón de pueblo, y nos hizo compartir la calle y los hermanos, los compañeros, y a cualquier ebrio de esperanza que gritara justicia.
Nos mostró a verso desnudo al enemigo, esa metrópolis de muerte que tanto se propagandea, y en una lección de vida nos enseñó qué era el imperialismo.
No nos develó el misterio de la muerte, sabía que no podía, pero exorcizó su encanto para congelarlo y dejarlo siempre para más tarde. Al menos para el último momento nada más.
Y se mantuvo firme (cosa difícil), siempre firme, ante las décadas de oprobio o los estadium de sangre, ante los doctos expertísimos del imperio, con sus libros, sus diarios y sus radios, ante la triste opinión pública pero no popular.
Sé que es un exabrupto, pero recuerdo en segundos sus poemas, buscando cómo recordarlo. Acaso las bodas de perlas. Acaso, también se me viene, "A ras de sueño", y la pregunta final:
¿Es tan distinto,
tan necio, tan ridículo, tan torpe,
tener un espacioso sueño propio
donde el hombre se muera pero actúe
como inmortal?
Sé que es o parece un exabrupto, pero recuerdo más en este momento el poema que escribió Benedetti al enterarse de la muerte del Che. Aunque las simetrías no se produzcan, y las distancias sean salvadas, también estamos consternados, y también da vergüenza el confort.
Consternados rabiosos
Así estamos
consternados
rabiosos
aunque esta muerte sea
uno de los absurdos previsibles
da vergüenza mirar
los cuadros
los sillones
las alfombras
sacar una botella del refrigerador
teclear las tres letras mundiales de tu nombre
en la rígida máquina
que nunca
nunca estuvo
con la cinta tan pálida
vergüenza tener frío
y arrimarse a la estufa como siempre
tener hambre y comer
esa cosa tan simple
abrir el tocadiscos y escuchar en silencio
sobre todo si es un cuarteto de Mozart
da vergüenza el confort
y el asma da vergüenza
cuando tú comandante estás cayendo
ametrallado
fabuloso
nítido
eres nuestra conciencia acribillada
dicen que te quemaron con qué fuego
van a quemar las buenas
buenas nuevas
la irascible ternura
que trajiste y llevaste
con tu tos
con tu barro
dicen que incineraron
toda tu vocación
menos un dedo
basta para mostrarnos el camino
para acusar al monstruo y sus tizones
para apretar de nuevo los gatillos
así estamos
consternados
rabiosos
claro que con el tiempo la plomiza
consternación
se nos ira pasando
la rabia quedará
se hará más limpia
estás muerto
estás vivo
estás cayendo
estás nube
estás lluvia
estás estrella
donde estés
si es que estás
si estás llegando
aprovecha por fin
a respirar tranquilo
a llenarte de cielo los pulmones
donde estés
si es que estás
si estás llegando
será una pena que no exista Dios
pero habrá otros
claro que habrá otros
dignos de recibirte
comandante
Mario Benedetti
[También Benedetti es nuestra conciencia]