Uno de los objetivos específicos del neoliberalismo, expresión del capitalismo actual, ha sido atacar y liquidar todas las conquistas logradas por el movimiento obrero mundial en más de tres siglos de luchas. Luchas que dejaron inimaginables bajas, en su mayoría no contabilizadas, con el fin de ganarle espacio a la asesina lógica del capital. Vale recordar que las grandes fortunas, que hoy ostentan los grandes potentados del mundo, se construyeron y siguen creciendo a costa del genocidio de la clase trabajadora y no propietaria mundial. De hecho el genocidio continúa, porque el capitalismo ni se humaniza ni se sacia en su lucha por la ganancia a costa de la vida de cientos de millones de seres humanos lanzados a la exclusión. Vivimos la época de la maldición capitalista: dos guerras mundiales, miles de guerras nacionales e intervenciones imperialistas y una deuda externa que estafó al 80% de la población mundial ubicada en el llamado tercer mundo, todo por el afán expropiador y explotador de los grandes propietarios del mundo en su lógica de acumulación de capital.
Lo anterior viene a cuento porque el capitalismo se ha mantenido no solo por la fortaleza de todos sus aparatos de dominación, sino por las presiones objetivas que históricamente introduce en las filas de los que han optado por la emancipación y las luchas de los trabajadores y pueblos oprimidos. Hay que decirlo, la clase mundial capitalista y sus burguesías nacionales se han cansado de abortar procesos revolucionarios porque cabalgan la lógica capitalista, siempre a su favor, para meter distorsiones que perjudican los proceso de liberación de los pueblos, en esa dinámica se han perdido miles de dirigentes, entre ellos, muchos en nuestro país.
Venezuela es un punto de resistencia mundial contra el capitalismo y lo más sorprendente de todo es que Chávez es quien más baja a tierra este hecho objetivo. Un liderazgo construido por fuera de la tradicional militancia revolucionaria, en medio de una debacle de referentes orgánicos y teóricos mundiales; un liderazgo que ha superado de lejos todos los referentes de izquierda que lo acompañan en el gobierno, por decir lo mínimo. Y esto no lo digo para degradar o descalificar a nadie, lo digo para tensionar hacia la profundización de la Revolución. Lo digo para fortalecer la consciencia sobre la necesidad de formar dirigentes revolucionarios, pero también para fortalecer la consciencia sobre la necesidad de contribuir a construir con el ejemplo un pueblo revolucionario que ha dado muestras heroicas en este sentido. Un recurso renovable, pero que se puede agotar si se mata la disposición de cambio del pueblo: la gasolina del proceso. Los procesos revolucionarios los abren los pueblos y por lo regular lo cierran sus dirigentes.
La dinámica revolucionaria tiene su lógica triunfante y su natural pedagogía: redimensionar hasta el infinito la disposición de cambio del pueblo, es decir, producir los cambios que implican cada lucha victoriosa, traspasando sin vacilaciones las exigencias tantas veces negadas, hasta blindar el proceso, hacerlo irreversible, forjando las bases para que voluntariamente se extienda por el mundo. Esto implica luchas grandes vinculadas a la sumatoria de las pequeñas luchas populares, campesinas, de los trabajadores, indígenas, estudiantiles, etc.; todas, irremediablemente, estarán atravesadas por la confrontación capital vs. trabajo, todas son importantes y en esta experiencia es que el ejercicio del gobierno y sus liderazgos debe ser consecuentemente revolucionario, única forma de empalmar con los millones de compatriotas que han demostrado su resuelta disposición a profundizar el proceso que lidera el Presidente Chávez.
Finalizo explicando el motivo del título de este artículo:
Con todo respeto, debo expresarle a las autoridades del Ministerio del Trabajo mi desacuerdo con la forma en que se condujo el cierre u homologación de la reciente convención colectiva de los trabajadores del Metro de Caracas. Creo que la situación económica de Venezuela es menos crítica que en el pasado, hecho que no ameritaba rebajar las conquistas de una Convención Colectiva discutida democráticamente después de más cuatro años de retraso. Un proceso de formalización de la convención que pudo arribar a feliz término, se distorsionó de tal forma que finalizó con una paralización del servicio sumamente accidentada y en un hecho sumamente grave para los trabajadores del metro y de Venezuela: la extensión de la cláusula por duración del contrato a tres (3) años. Este último hecho significó un retroceso que le mete plomo en el ala a una conquista progresiva de los trabajadores del país y que constituye punto de honor en las discusiones contractuales. No ahondo en pormenores relacionados con este caso, creo que es suficiente con la larga introducción que me llevo a escribir este artículo y, más bien, la intención es animar hacia una rectificación sobre un hecho injustificable. Por supuesto, me dirijo a ustedes porque sé que son la parte más consciente y experimentada de esa discusión donde se produjo ese contrasentido político. Reciban un saludo revolucionario.