Renace la izquierda sobre el moribundo liberalismo

 Colombia es, al mismo tiempo, el país más católico, más alegre, y uno de los más violentos del mundo entero. A los ojos de la percepción eso parece una Ilíada inventada por algún ‘loco’ utópico de final de siglo XX y promocionado por sus alumnos ‘cuerdos’ en el XXI. De otra parte, es uno de los pueblos más indiferentes o de más resistencia a participar en procesos electorales, pero de una capacidad de trabajo que varias naciones del mundo de capitalismo altamente desarrollado deseara de sus pobladores. Esto lo pueden testimoniar los grandes latifundistas venezolanos que le explotan su mano de obra e inventan patrañas para no cancelarle la deuda salarial.

 
A los ojos del corazón pareciera incomprensible que un candidato que ofrece la guerra en todos sus mensajes, sea reelegido por arrase en la primera vuelta luego de haber incumplido con su promesa hecha en 2002 de entregar un país en completa paz en 2006. En la política también el pueblo una que otra vez le hace parábola a  la ironía. Quizá, por apatía o por conciencia, por protesta  o por hábito. El candidato que fue capaz de expresar su simpatía por la pena de muerte, se extinguió en el 99% de rechazo en la urna electoral.

 
En el análisis del resultado de un proceso electoral no sólo se debe tomar en cuenta, para determinar la inclinación de las tendencias del pensamiento social, la realidad sociológica o histórica de un país, su lucha de clases interna, la conflictividad política de sus movimientos, los recursos económicos disponibles, la inclinación en la correlación de fuerzas, el contexto internacional que le influye no pocas veces de manera decisiva, sino también -y es muy importante- tanto a las organizaciones políticas como a los candidatos.

 
Colombia es un país que viene, casi ininterrumpidamente, en una violencia desde 1948 cuando asesinaron en una calle de Bogotá al líder del liberalismo de izquierda, Jorge Eliécer Gaitán, soterrándose por décadas aún no cesadas una esperanza de nuevo amanecer para una mayoría del pueblo colombiano que lo daba por seguro vencedor en la elección presidencial de ese año. Desde allí cada proceso electoral -hasta ahora- ha estado signado, de alguna manera, por la violencia, por el miedo y por el silencio, mayormente impuesto desde arriba, de los que detentan el poder político, económico y los grandes medios de la opinión ideológica.

 
Los historiadores, los sociólogos, los biógrafos, los teólogos, los generales, y los politólogos colombianos, de un lado; y, del otro, los obreros, los estudiantes, los marginados, los campesinos, los desplazados, los soldados, los homosexuales reprimidos, las prostitutas execradas, las madres que sufren hambre en su vientre, los mendigos que razonan pero no se dejan ver del viejo amigo, es decir, los explotados y oprimidos colombianos son los que tienen la suprema potestad de responder al conocimiento humano por las verdades de sus procesos, de sus luchas y de sus decisiones.

 
Ganó Alvaro Uribe la reelección, venció la concepción de la violencia. Casi siete millones cuatrocientos mil colombianos (un poco más del  62%) de los que votaron, lo hizo por la opción de apostarle a la guerra para lograr la paz. Antana Mockus, simpatizante de la pena de muerte y opuesto a dialogar con los movimientos armados, obtuvo un poquito más del uno por ciento. Los candidatos que ofrecieron la paz con políticas de no más la guerra, terminaron con el siguiente resultado: César Gaviria, alcanzó más del veintidós por ciento, y Horacio Serpa, un poco menos del doce por ciento. La guerra, continúa; la paz, una esperanza aún lejana.

 
Alvaro Uribe supo recoger lo más granado de la derecha tanto del partido liberal como del conservador, es decir, los sectores más poderosos de la oligarquía económica,  lo más ultrareaccionario de la política y la destilación químicamente pura de la ideología proimperialista. Pero sería un desprecio y una bofetada a la verdad, no reconocer que arrastra una masa importante de sectores medios y bajos de la sociedad, que no sólo creen que ese gobierne va a solucionar sus problemas económico-sociales más urgentes, sino también consideran que con mano férrea de la guerra es la metodología de lograrse la paz, para construir la utopía de una Colombia de clases pero sin odios ni exclusiones. Eso dará fuerza a Uribe para proponer un diálogo condicionado tratando que sea aceptado por la insurgencia. Sabe que no habrá otra reelección, y si deja el país encendido de fuego su candidato a sustituirlo será un seguro perdedor, y su movimiento político correría el riesgo de diluirse en poco tiempo. Por ahora hay más Uribe que fuerzas organizadas de conservadores y liberales.

 
El liberalismo político propiamente dicho está acéfalo de liderazgo capaz de renovarlo. Horacio Serpa quedó muy por debajo de la masa liberal que, por una u otra razón, se siente defrauda y piensa –heterogéneamente- en la búsqueda de nuevos horizontes organizativos. La fuerza expansiva de la globalización capitalista, su política de privatización de las grandes fuentes de la riqueza planetaria, su poder de fuego para la guerra, la desglobalización de la riqueza del mundo en la concentración de los más grandes y poderosos monopolios del capital financiero, propinaron la muerte súbita a los nuevos intentos de liberalismo económico, dejando prácticamente sin ideología a sus movimientos políticos. El liberalismo político tradicional colombiano está en terapia intensiva. Para salvar su vida, está obligado a renovarse inclinándose sin miedo hacia la izquierda democrática participativa y no representativa.

 
El Polo Democrático Alternativo, sin ganar la presidencia, ha vencido una barricada. Un hombre ya viejo en edad pero culto y honesto de juventud; labrado en el apego más a los principios legados en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano que de repentina política que provoca involucrarse bajo bandera de radicalismo revolucionario, con un corazón para mirar lejos, supo reunir el espíritu de la rebeldía antiimperialista y por una paz sin hacer la guerra ni execrar al factor insurgente. Carlos Gaviria es ese género de hombres y mujeres justos –más cerca de Rousseau que de Marx- que cree que todos debemos nacer libres y tenemos que ser libres e iguales en derechos. Su edad avanzada obliga a la búsqueda de un liderazgo emergente que sea capaz de seguir el ejemplo de su nivel intelectual y su vocación de justo, y aparte de su camino todo intento de supremacía hereditaria de liderazgo que ha caracterizado a conservadores y liberales y, también, a la vieja izquierda.

 
La abstención, común en Colombia, representa a más del cincuenta y cuatro por ciento de la población con derecho y deber de voto. Es heterogénea y no tiene línea política en relación con un programa específico de destino del país. Nadie es su propietario. Si se decide su mayoría a participar en un proceso electoral inclina la balanza hacia su candidato. La abstención, como mayoría, siente que ningún candidato –por ahora- le representa sus intereses o es indiferente a lo que la minoría decida por ella.

 
La insurgencia no puede quedar execrada de un análisis postelectoral. El porcentaje de pueblo que sufragó, expresó sus tendencias internas y su veredicto por el esquema de país que desea. La insurgencia tendrá que dar su visión política sin modificación de su ideología. El movimiento más poderoso de la insurgencia (farc-ep), ha dicho que con Alvaro Uribe no dialoga, porque éste sólo le apuesta a la guerra. La inteligencia de esa organización revolucionaria, apreciando las circunstancias concretas, determinará una nueva táctica de enfrentamiento político o de diálogo sin planteamiento de desmovilización ni entrega de armas. El eln, con más inteligencia que maniobra, podrá crear simpatía en espacios que si bien son opositores a la violencia, están convencidos que Alvaro Uribe es un obstáculo para conseguir la paz.

 
Valoremos la profundidad filosófica de las dos ideas enfrentadas en la oposición pero adversarias al uribismo: A. El liberalismo –ya moribundo- dijo refiriéndose al triunfo de Uribe: <<Venció, pero no convenció>>. Quizá, en esa expresión descubramos una razón de frustración del liberalismo de Serpa, pero no lo suficiente para descargarla del enorme pedazo de realismo que contiene. La oposición a Uribe alcanzó más del 35% de los votantes, por un lado, y, por el otro, un 55% de los facultados para votar se abstuvieron y no puede decirse ni que sea uribista ni activita de la oposición, pero en todo caso, hay razón para creer que no se siente representado ni por el vencedor ni tampoco por los perdedores. B. La izquierda electoral propiamente dicha recurrió a palabras no de un connotado ideólogo marxista, sino de Jorge Luis Borges, quién en ideología se inclinó un tanto hacia el fascismo político, para decir: <<La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece>>. En verdad el triunfo de Uribe es ruidoso y no merecido, pero es la victoria de un 27,71% del pueblo adulto colombiano, y constitucionalmente termina siendo legítimo. Pero en la ‘derrota’ de la izquierda colombiana, a la simple percepción de un analista incluso dándose hipócritamente de imparcial, se denota el renacer de una nueva izquierda democrática que pasando por encima del viejo y moribundo liberalismo, da la cara por la esperanza en una democracia participativa conquistada a través del voto.
 
Si por intelecto, por sabiduría se determinase la victoria en un proceso electoral como el recién finalizado en Colombia, ni los más enconados adversarios de la izquierda se hubiesen negado aceptar que Carlos Gaviria no tenía contendor, y, por consiguiente, se le hubiese declarado triunfador. La política no la deciden los sabios, sino la lucha de clases, y lo que de ella se derive.

 
Quizá, para analizar lo acontecido en Colombia, nada más conveniente que ir en procura de la obra de <<Los Miserables>>, donde Víctor Hugo describió magistralmente elementos de situación semejante. Tal vez lo más idóneo que mejor caracterizaría el papel logrado por la izquierda,  concentrada en el Polo Democrático Alternativo, es aquello que Víctor Hugo descifró para decir que a veces <<… una batalla perdida es un progreso conquistado>>. Ciertamente, al ocupar el segundo lugar en la preferencia de los que votaron, la izquierda perdió ante la derecha que hizo ganador a Uribe, pero históricamente representa -sin duda alguna- un progreso en un país donde la represión y la muerte es el destino de todos los que pública y sin armas enfrentan la política del Estado. Si avanzamos con Víctor Hugo, esos dos millones y un poco más de seiscientos mil votantes por la izquierda pluralista –sin tomar en cuenta la votación del liberalismo que se mueve más hacia la izquierda que hacia la derecha-, se pudiera decir que el tambor de la guerra no ha callado, pero la razón está comenzando a tomar la palabra que le pierde el miedo al terror. Ese es el atrevimiento y, sin éste, no puede concebirse –como sin la imaginación y la intuición- ninguna conquista sublime en el mundo.

 
Esa derrota de la izquierda, puede describirse de la siguiente manera: <<Es necesario para que progrese el género humano, que encuentre en las cumbres de la sociedad lecciones permanentes y altivas de valor. La temeridad deslumbra a la historia, y es una gran luz para el hombre. La aurora es audaz cuando aparece. Intentar, desafiar, persistir, perseverar, ser fiel a sí mismo, luchar cuerpo a cuerpo con el destino, asombrar a la catástrofe con el poco miedo que nos cause, ora haciendo frente a los poderes injustos, ora insultando la victoria llena de embriaguez, resistir y persistir, éstos son los ejemplos que necesitan los pueblos; ésta es la luz que los electriza. El mismo formidable relámpago enciende la antorcha de Prometeo que el botafuego de Cambronne>> (Víctor Hugo). ¡He allí el atrevimiento como un progreso que desafía toda la impunidad y el terrorismo de un Estado, para enfrentarlo en un proceso electoral! El pueblo colombiano está perdiendo el miedo y ya no quiere seguir siendo víctima de su propio silencio.

 
Sólo el pueblo colombiano, pronto o tarde, hará de su palabra un hecho. La izquierda con sus hechos podrá ganarse o no, ser la palabra del pueblo.


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Freddy Yépez


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