Cuadrando el círculo con el Ministerio del Poder Popular del Desarrollo Minero Ecológico: entre Cantinflas y el neo lenguaje.

–No sé qué es lo que quiere decir con eso de la «gloria» –observó Alicia.

Humpty Dumpty sonrió despectivamente. –Pues claro que no…, y no lo sabrás hasta que te lo diga yo. Quiere decir que «ahí te he dado con un argumento que te ha dejado bien aplastada».

–Pero «gloria» no significa «un argumento que deja bien aplastado» –objetó Alicia.

Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso– quiere decir lo que yo quiero que diga…, ni más ni menos.

–La cuestión –insistió Alicia– es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

La cuestiónzanjó Humpty Dumpty– es saber quién es el que manda…, eso es todo.

Alicia a través del espejo, Lewis Carrol

 

Jugar con las palabras, construir nuevas formas de expresar las mismas ideas, son actividades arraigadas en la naturaleza de los seres humanos. Nuestra mente explora y recrea la realidad constantemente y el lenguaje es el instrumento de esa actividad; es difícil imaginar un lenguaje que no esté sujeto a una existencia propia, a una dinámica que no le puede ser impuesta por academias ni aparatos estatales. El lenguaje, en tanto que revelación del espíritu humano, es libre. Lo podemos comprobar cuando encontramos en cualquier comunidad idiomática una gran variedad de acentos, expresiones y giros, que son reflejo de las identidades e historias particulares de los pueblos.

En una tónica jocosa el genial cómico mexicano Cantinflas hacía gala de un lenguaje con sentidos equívocos que consistía  esencialmente en emitir un discurso que en realidad no decía nada ni significaba nada, era una especie de contra lenguaje sin sustancia que servía para impresionar sin comprometerse con algo concreto. Con un tono y una intención más dramática el escritor británico George Orwell se propuso mostrar el velo de falsedades que el poder nos inocula mediante palabras trucadas y expresiones ambiguas.   En su excelente y muy actual novela 1984, recreó una distopía (lo contrario de utopía, es decir, una sociedad ficticia del futuro que se considera indeseable) en la que existe un gobierno opresor que se hace presente en todos los ámbitos de la vida de los ciudadanos.  En la novela de marras se describen los manejos del poder que instrumenta el Partido del Gran Hermano (Ingsoc) con la población de un superestado llamado Oceanía. El fundamento de las orientaciones políticas del partido es el doblepensar (doublethink en la versión original en inglés) y en él se basa la neolengua (newspeak), así como otros principios que guían la acción política como el borramiento del pasado y la degeneración de la realidad exterior. El doblepensar es una estratagema que opera en la mente y cuya práctica es impuesta a todos los habitantes de Oceanía desde la infancia (pero sobre todo a los miembros del partido, considerado infalible, que deben saber sin recurrir al pensamiento cuál es la consigna, la creencia o la emoción adecuada en cada circunstancia). En este contexto la persona sabe y no sabe algo, pero para el partido debe siempre saberlo. La neolengua es el lenguaje oficial que utiliza la población de Oceanía que supone una simplificación, eliminando palabras y cambiando el sentido de otras, creando un irónico juego de términos con el propósito de impedir el desarrollo del pensamiento crítico y asegurar la adhesión a la ideología del partido INGSOC, evitando así que las personas incurran en delito de pensamiento por sostener una idea contraria al régimen.  Los lemas del partido son Guerra es paz, Esclavitud es libertad, Ignorancia es fuerza.

En Oceanía, además del uso de la fuerza, el estamento político apela de esta forma a una modalidad más refinada y sutil de sometimiento de la población que llega a los extremos del absurdo tergiversando el lenguaje. Los gobernantes producen un desgaste del discurso tal que la verdad se hace irreconocible. Se cambia el nombre de las cosas para alterar las ideas que se tienen sobre ellas. De acuerdo con esta lógica existe un Ministerio de la Verdad encargado de falsificar estadísticas, datos históricos y crear la neolengua, un Ministerio de la Paz que tiene a su cargo la dirección de la guerra y uno del Amor cuyo fin es practicar la tortura a disidentes y presos.

Los casos extremos, en gran medida similares a los que George Orwell somete a la sátira de la neolengua en su novela, han existido y existen todavía en sociedades controladas por regímenes dictatoriales y totalitarios. Pero la pretensión de lograr que la gente pase por alto su percepción de la realidad, que desconfíe de ella, para asumir la verdad oficial dictaminada por las autoridades y los poderes establecidos, ha estado también presente en gobiernos electos de acuerdo a las convenciones de la democracia representativa. Vemos en estos casos un empeño mórbido en la gestión de los medios de comunicación y la tergiversación. De hecho, en el mundo contemporáneo este es uno de los mayores obstáculos para comprender qué es lo que se hace en nombre de la ciudadanía. Existen también distorsiones que surgen del interior de los medios de comunicación, en parte por la presión de una orientación ideológica oculta, pero también debido a la exacerbada competencia comercial y al imperativo inmisericorde de ofrecer "diversión y entretenimiento".  Ya en 1964, Herbert Marcuse, en su obra El Hombre Unidimensional, alertaba acerca de los peligros que suponía el que, en lo que él denominaba la sociedad industrial contemporánea, había un afán de concretizar lo real y hacer del hecho la verdad. En esas condiciones, decía Marcuse,  el lenguaje se torna en un recurso totalitario que representa ante nosotros mentiras evidentes pero inculcadas como válidas desde nuestra niñez.

En la actualidad se ha agudizado la tendencia a llamar a las cosas por lo contrario de lo que realmente son de forma insistente, pesadamente repetitiva y unánime. De esta manera, cuando alguien intenta poner en evidencia el engaño, se topa con la dificultad de explicar que eso no es lo que parece y lo que se nombra, sino otra cosa. Los ejemplos sobran. Corporaciones multinacionales, medios de comunicación y  gobiernos de  izquierda y de derecha, conservadores y progresistas, se involucran cotidianamente en la manipulación terminológica que busca reinventar la realidad condicionando los hábitos mentales de la ciudadanía  imposibilitando formas de pensamiento que apuntan al disenso. Los ejemplos sobran. Para muestra citamos el tristemente célebre caso del portavoz de la OTAN durante la guerra de Kosovo cuando habló de "daños colaterales" (significando muertos y heridos civiles inocentes). En este marco del uso deliberadamente enrevesado del lenguaje por parte de los poderes hegemónicos, la alegoría del Gran Hermano toma cuerpo en leyes de control interno y sistemas de seguridad anclados en las industrias de tecnología de punta y de defensa, que explotan las fobias, los prejuicios, el miedo, el odio, y la indignación de la gente para lograr los propósitos de sectores de connivencia político-empresarial

Una de las principales causas del descrédito que sufren las élites políticas a lo largo y ancho del mundo en nuestros días,  es la distancia creciente que existe entre  sus palabras y los hechos que dan cuenta de sus actos, facilitando así la conversión de la política en un reducto para demagogos. Eso lo vemos claramente en los discursos y la actuación de tirios y troyanos, que someten a la sociedad a las más variadas técnicas de manipulación.  Pero tarde o temprano sus velos de falsedades son puestos al descubierto y la desconfianza comienza a cundir en la ciudadanía. Así por ejemplo, si alguien habla de “administrar la abundancia con criterio de escasez” hay que temer lo peor porque, precisamente, lo que viene es despilfarro. Cuando otro ofrece “el mejor refinanciamiento del mundo” con relación al pago de la deuda externa, podemos tener la seguridad de que estaremos sometidos per saecula saeculorum a la tiranía de altísimas tasas de interés. Si uno anuncia una “guerra contra la corrupción” debemos esperar el colapso de las finanzas públicas por vía de robos, sobornos, malversaciones y empresas de maletín. Si un dirigente decide de pronto definirse como “progresista hagámonos a la idea de que su evolución es en sentido inverso, se retrotrae a una etapa cuasi mineral. Y si se habla de “reconciliación nacional” se trata ni más ni menos de un ardid de los que por debajo de cuerda ya están reconciliados, en contubernio contra los pobres mortales que integramos la mayoría.

Hemos traído todo esto a colación porque el gobierno nacional anunció recientemente la creación del “Ministerio del Poder Popular del Desarrollo Minero Ecológico” y sabemos que algo grotesco se esconde detrás del eufemismo usado para nombrar esta nueva dependencia oficial.  Se trata de la misma manipulación en la que incurrió el inefable Dr. Nelson Merentes cuando anunció hace algunas semanas la puesta en práctica de una supuesta   “minería amigable con el ambiente para la explotación del llamado Arco Minero del Orinoco. Se recurre con esto a un amañamiento ideológico que alcanza cimas muy elaboradas de cinismo tratando de suprimir a las patadas la inteligencia y el sentido común.  Es una burla a los argumentos de calidad presentados por grupos ecologistas, organizaciones culturales, movimientos sociales, asociaciones científicas y profesionales, personalidades diversas del mundo académico y político. Se busca de esta manera ocultar la entrega de una extensa porción del territorio venezolano a un grupo de empresas transnacionales que dejará una amarga estela de ecocidio y etnocidio, de desmanes sociales y atentados a nuestra soberanía, comprometiendo seriamente las posibilidades de construir  modos de vida alternos y viables ante la inminencia de un  colapso civilizatorio global.

Como indicaba el filósofo griego Protágoras, hay que “poder convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles”. El empleo interesado de términos tales como minería “amigable”, “ecológica” o “sostenible” se inscribe en la pretensión de sostener dos creencias contrarias simultáneamente. La idea de una minería limpia, que se puede llevar a cabo sin riesgos ambientales, contando con soluciones técnicas para cada perturbación del ecosistema no tiene basamentos reales. Como lo han demostrado con creces la práctica, las vivencias de muchedumbres  de  pobladores afectados  y las investigaciones realizadas por equipos académicos y grupos de activismo social y ecológico, la minería (en particular la mega-minería) es una actividad que ocasiona una grave e irreversible destrucción del ambiente que interviene, contaminando el aire y fuentes de agua, destruyendo el suelo, impactando de manera profunda y negativa a la flora, la fauna,  el hábitat,  el paisaje  local y la salud humana, degradando las condiciones biológicas, económicas y culturales mínimas necesarias para la perpetuación de la sociedad y la reproducción de la vida en general.

Si no fuera por la enorme tragedia potencial que subyace en los planes extractivistas dados a conocer por el Ejecutivo Nacional, bien pudiéramos hacer mofa del lenguaje oficial pro-minero apelando a su afinidad con la retórica cantinflérica. Pero conviene más confrontarlo poniendo de relieve sus resonancias orwellianas. Sabemos que si se desea conservar el poder, como sostuvo lúcidamente George Orwell, es necesario desquiciar el sentido de la realidad. No obstante, como dijo una figura histórica de otras latitudes, se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo. El extractivismo minero es una opción política y societal que debe ser derrotada por el bien de nuestra naturaleza, nuestros pueblos indígenas y el conjunto de la nación venezolana. Pero igualmente cuenta el destino del planeta que habitamos y su trama de vida. Quienes dignamente nos oponemos a la explotación del Arco Minero del Orinoco tenemos el deber de responder a este exabrupto buscando desmontar el imaginario extractivista con lenguajes y acciones ricas, diversas, indignadas y eficaces, que muestren la convergencia de pluralidades que luchan por un país y un mundo más armonioso, tolerante y convivial.

 

*Antropólogo y ecólogo social

 



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