Cuando todos seamos libreros

La esclavitud espiritual es el síndrome más visible de la pobreza material de una sociedad, del poder y riqueza en manos de unos pocos y la miseria y el dolor para que se repartan entre los muchos. Sin esclavos no podría haber nunca ninguna expresión de explotación del hombre por el hombre. La clase que domina pero explota coloca un límite de acceso del pueblo a la educación y a las ciencias. Lo único que le interesa es la mano de obra esclava, en el capitalismo, libre jurídicamente para venderla y ya ni tanto eso. Pasarse de esa raya es convencerse que los de abajo también pueden hacerse cultos. La burguesía es enemiga de la globalización del conocimiento, porque mucho ama y disfruta la concentración del capital. Eso se sustenta sobre los esclavos, y lo que más hace a un esclavo ser fiel y buen esclavo es, precisamente, la resignación a su propia esclavitud espiritual.

La cultura tiene su resorte esencial en la técnica. Por eso decía Lenin que  “para ser cultos  es preciso que haya cierta base material”. Esta no puede ser otra cosa que la persona viva bien en todo el sentido de la palabra o de su significado. Dentro del contexto del capitalismo, y peor aún en su fase de globalización capitalista salvaje, es una utopía proponerse que todos y todas las personas lleguen a ser cultos y cultas. Esta simple razón de la vida, es suficiente para que luchemos por el socialismo, porque sólo cuando éste, engrandecido por su desarrollo y enaltecido por el género humano, deje de mirar hacia atrás para concentrar casi toda su atención en el presente creando futuro digno para todos, será que podremos decir: la cultura y el arte son, definitiva y para siempre, universales. La humanidad producirá sus bienes bajo la planificación colectiva y la distribuirá con la mayor justicia social resolviendo todas las necesidades materiales y espirituales.

 Dijo Marx que el socialismo, avanzado por supuesto, crea las condiciones materiales y espirituales para que la persona deje de caracterizarse por tener una profesión específica. Su facultad de culto y la economía de tiempo le crearán todas las oportunidades y facilidades para ocuparse de múltiples tareas o actividades. Si desaparecen el campesino y el obrero y las contradicciones entre el campo y la ciudad, porque todos se transforman en trabajadores cultos, corresponde entonces a éstos ejercer diversas funciones en la vida material y en la vida espiritual. Como nunca ha conocido la historia humana la persona combinaría, por vez primera con el socialismo altamente desarrollado, las facultades físicas y mentales de la manera más armoniosa y científica posibles. La burguesía, que se las goza todas por tener la concentración del capital, es enemiga de esa lógica dialéctica inevitable en el transcurso de la historia social. Pero como ésta no depende de la exclusiva voluntad de la burguesía ni tampoco de la exclusiva voluntad de los obreros, el inusitado desarrollo de las fuerzas productivas –esencialmente la técnica- forjará la lucha para aplastar con sus brazos fuertes a  las caducas relaciones de producción que le pongan fronteras, y conducirá a los pueblos a crear un universo pleno de facultades y de condiciones óptimas para que cada quien trabaje según su capacidad y obtenga según su necesidad.

 El libro –entendiendo por éste la educación, la técnica y la ciencia- es para el espíritu o la conciencia social como el pan –entendiendo por éste una buena y excelente alimentación- para el cuerpo físico o ser social. El primero hegemón del espíritu y el segundo de la materia. Si el sol fuese el cuerpo, la lluvia sería la mente o lo contrario. Lo uno no podría vivir sin lo otro. Son dos necesidades privilegiadas para la vida del reino animal y del reino vegetal. Sería como decir: agua y aire. El primer paso del esclavo para romper con la esclavitud es proponerse no querer seguir siendo esclavo.

 Un buen libro es tan apetitoso para el espíritu como una exquisita comida –por su poder nutritivo y su excelente condimentación dialéctica- para el cuerpo. La burguesía lee, sin duda alguna. Sin embargo, desprecia los textos que denuncian sus atrocidades y muy poco los leen. En cambio, los que luchan por transformar el mundo, se interesan por el legado de conocimientos que aporta la burguesía a la humanidad, y sobre él se inspiran para crear lo nuevo, lo que supera a lo viejo. Mientras un burgués, por tanta riqueza económica acumulada, de pronto entra en el ocio y termina, por inspiración anticomunista, comprando un pedazo de concreto como si fuese una valiosa joya artística, sencillamente, porque formaba parte del muro que separaba a los alemanes; o de pronto compra el gancho donde se colgó el flux con que enterraron a Elvis Presley; o más de pronto, compra la última pantaleta que en vida se puso Marylin Monroe para olfatearla en sus ratos de lectura de los resultados de la bolsa bursátil, un revolucionario, cuando algo de dinero tiene en sus manos, lo primero que hace es comprarse un buen libro no sólo para adquirir conocimientos, sino también para combatir el ocio.

 La historia humana debe conducir a que todo hombre y toda mujer, ya cuando ser culto o culta sea la cotidianidad de la vida, se transforme en librero y en librera; es decir, cada hombre y cada mujer lean permanentemente por convicción y no por obligación, y, al mismo tiempo, estarán en capacidad de crear, de escribir un libro científico, una novela de alta calidad, un cuento feliz, un poema hermoso, una canción bellísima, un obra de teatro digna de la admiración de la audiencia, un guión de cine realmente realista y atractivo, una historia rigurosamente cierta, y hasta una consigna capaz de recoger el sentimiento íntegro de la humanidad en torno a un deseo igualmente enaltecedor del género humano. Ese día, los obstáculos sociales serán vencidos sin que la humanidad tenga que hacer inversión de sacrificios costosos o dolorosos.



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Freddy Yépez


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