Los crímenes del “bueno” Lenin

 

No es extraño que un sacerdote de cualquier orden religiosa, cuyo corazón y cuya conciencia se dejen guiar por la furia del anticomunismo  con el Diablo metido en su cabeza y con su pie derecho pisándole el cuello a Dios y con el izquierdo a Jesucristo, diga sartas de mentiras creyendo que en el Cielo será premiado con el cargo de Alcalde de las alcaldesas.

            No pocas barbaridades he leído en mi vida pero entre las peores, entre las más inauditas, está la de acusar al camarada Lenin de criminal por un sacerdote jesuita. Mojón abstracto que ni siquiera el zar Nicolás podía creerlo. Que Lenin era vertical en su posición política, es cierto; que era radical en la defensa de su ideología, era cierto; que no conciliaba los principios fundamentales de su creencia doctrinaria, era cierto; que no jugaba al sube y baja en los conceptos esenciales de la ciencia política, era cierto; que no bailaba al son que le tocara cualquier filosofía, era cierto, sencillamente cierto. Sin embargo, el camarada Lenin era un político con una doctrina científica, dialéctica y revolucionaria bien metida en su cabeza. Por eso, en algunas cosas no conciliaba con nadie ni con nada y en otras sí llegaba a acuerdos, porque las líneas políticas, las tácticas políticas no dependen de la doctrina ni de la voluntad voluminosa de los deseos sino de circunstancias concretas de tiempo y espacio, de realidades objetivas, de correlaciones de fuerzas, de claridad sobre el programa revolucionario, de la disciplina y la unidad de la vanguardia política.  Lenin fue tan grande como dirigente revolucionario visionario que en julio de 1917, existiendo condiciones necesarias, se opuso a que se le arrebatara el poder a la burguesía en Rusia porque no podrían sostenerlo, pero  en la última semana de octubre  del mismo año sostuvo que era el momento ideal y no hacer la insurrección era dar la espalda al proletariado y su revolución. Entre la noche del 24 y la madrugada del 25, se hizo y triunfó realmente la revolución bajo la dirección no del Partido Bolchevique sino del Soviet de Petrogrado, a cuya cabeza tenía, nada más y nada menos, que a ese excelso del marxismo y de la lucha revolucionaria el camarada León Trotsky.

            Lenin fue el Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo desde 1917 hasta 1924 en que murió, víctima de las consecuencias de un maldito atentado terrorista de los socialrevolucionarios de izquierda que en muy pocos detalles se diferenciaban de los terroristas de la derecha. Todo quien haya leído algo de la Revolución Rusa  conoce que ésta se enfrentó, demasiado temprano, a dos guerras una vez finalizada la Primera Guerra Mundial: la realizada desde fuera por los imperialistas y la ejecutada desde dentro por la contrarrevolución. Fue una guerra muy cruenta y muy costosa para una Revolución que comenzaba y, además, se vio afectada por crudas realidades internas y, especialmente, desde el punto de vista de la producción, del manejo de las industrias lo que, entre otras cosas, la obligó a decretar un “comunismo de guerra”.

            Una guerra sin muertos no pasaría de ser meras escaramuzas de palabrotas y de miradas y gestos sicológicos. Pero una guerra de verdad donde se utilizan armas que disparan balas en vez de flores tiene, necesariamente, que causar muertes en ambos bandos y, ciertamente, en uno más que en el otro. Los que acusan a Lenin de ser un criminal nada nos dicen de la cantidad de obreros, de soldados, de jóvenes, de campesinos, de bolcheviques  que formaron parte, desde su inicio, en las filas de las que salió la construcción del Ejército Rojo y que muchísimos murieron defendiendo su ideal, su sueño, su revolución. Pareciera que esos no eran seres humanos para los detractores violentos de la Revolución Bolchevique.

            Dicen que el sacerdote jesuita Jorge Fernández Pradel escribió un libro titulado “La URSS”, donde tiene una parte o un capítulo identificado como “Los crímenes de los <buenos> Lenin y Stalin”, en el cual señala o narra sobre miles de miles de muertos por lo que cataloga el “terror leninista”. Libro que fue publicado en Santiago en 1932, 10 años posteriores a la muerte del más grande revolucionario del siglo XX en todo el planeta Tierra. Dice el sacerdote jesuita que de 1917 a 1921 (en sólo 4 años) Lenin cometió un millón seiscientos setenta mil setecientos treinta y ocho (1.670.738) crímenes, personas asesinadas. Incluso las identifica por clase y profesión: 890 mil campesinos; 268 mil soldados y marinos; 56 mil Oficiales; 196 mil obreros; 8.800 médicos; 6775 profesores y maestros, y 212.263 intelectuales y empleados. Y eso sin contar los obispos y sacerdotes pero aclarando que la Revolución o el “terror leninista” no se metió ni con los rabinos ni con las sinagogas. Pues, el sacerdote jesuita Jorge Fernández Pradel miente, miente con descaro y no sólo demuestra su odio contra el comunismo sino, igualmente, contra los judíos.

         No sé si el sacerdote jesuita, pareciera que no lo hace en su libro, escribe sobre los crímenes cometidos por los imperialistas y por los contrarrevolucionarios; no sé si en alguna página de su libro reseñe los muertos como resultado de combates y batallas en la guerra. No lo sé, porque existen libros que son tan palurdos en las mentiras que para leerlos hay que desnudarse y recostarse bajo un frondoso árbol que de la sombra necesaria para quedarse dormido tan pronto el prólogo se vuelve tedioso y mentiroso. Me estoy refiriendo al período en que el camarada Lenin fue Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, es decir y creo repetirlo, desde 1917 hasta enero de 1924. En verdad, el sacerdote jesuita Pradel, lo aseguro y requeteaseguro, no hizo ningún esfuerzo intelectual o de investigación por conocer aunque fuese menos de un 10% de la obra y del pensamiento del camarada Lenin. Este no podía ser un santo para nadie y mucho menos para los enemigos de la Revolución. Era el jefe del Gobierno y la dictadura del proletariado había que garantizarla por encima de todos los sentimientos de humanismo porque representaba el espíritu de la redención de los explotados y oprimidos. Creo que a unos cuantos jesuitas les ha tocado luchar con las armas en las manos y no creo que vayan al combate poniendo el pecho abiertamente para que les disparen sin ellos disparar primero en defensa de sus ideales o conquistas. Lenin no salió al combate de la guerra con una pistola en mano, pero era el jefe de la Revolución y dictaba órdenes en su defensa. Pero de allí a acusarlo de criminal hay una distancia imposible de recorrer aun falseando la historia a grados de sandeces increíbles.

         El sacerdote jesuita Pradel no tuvo la delicadeza ni siquiera de preguntar ¿cuál era la opinión de Lenin sobre la religión? Allí cualquiera, incluso hasta un mismo sacerdote, le hubiera aclarado sus dudas, sus inquietudes para que no se desbarrancara por un abismo de mentiras. No supo o no quiso saber el sacerdote jesuita Pradel que Lenin era el político más cuidadoso, más prudente y más sabio en eso de combatir religiones o en eso de respetar los derechos humanos. Humanista era Lenin y no el sacerdote jesuita que fue a buscar mentiras en la URSS para venderlas como verdades. ¿Cómo quería el sacerdote jesuita Pradel que la Revolución respondiera al Ejército Blanco dirigido por generales zaristas atacando a los bolcheviques por muchos flancos, a las fuerzas de la Entente (británicas, francesas, estadounidenses y japonesas) subsidiando a los blancos, y a las fuerzas polacas que atacaron sin compasión al naciente Estado Proletario?: ¿Con flores, con rezos, con oraciones, con súplicas, con abrazos, con besos, ofreciendo las hijas de los bolcheviques, con la política del avestruz, esperando que del Cielo se dictara una orden para que dejaran a la Revolución en paz o con plomo limpio? El sacerdote jesuita Pradel, debió saberlo por lo menos, que la guerra no es una convivencia en un convento o monasterio para formar sacerdotes. No, son campos de batallas donde el Estado Mayor del Ejército juega un papel decisivo para el triunfo o la derrota. Las armas determinan pero no deciden, así de sencillo. ¡Viva Lenin… viva Lenin! El mundo actual necesita varios Lenin y no miles de miles sacerdotes jesuitas como Pradel. Acusar a Lenin de Criminal es como acusar a Jesucristo de los genocidios cometidos por el nazismo en la Alemania de Hitler. Pero, seguramente, al jesuita Pradel nunca dejó de encantarle que los nazis mataran judíos por ser éstos inferiores a los cristianos y católicos.

         Por el período estalinista, pues, que lo defiendan los estalinistas porque al camarada Lenin jamás le simpatizó la idea que Stalin fuera ni jede del Partido Bolchevique ni del Gobierno. Es todo.



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Freddy Yépez


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