“Los esclavos se entregaron a una destrucción implacable… Por sus amos habían conocido la violación, la tortura, la degradación y, a la menor provocación, la muerte… pusieron en práctica lo aprendido… Y sin embargo se portaron con sorprendente moderación… con mucha más humanidad que la demostrada o la que demostrarían sus amos hacia ellos… La propiedad y los privilegios engendran siempre crueldades mucho más feroces que la venganza de los pobres y los oprimidos.”
- CLR James, Los Jacobinos Negros
Los Jacobinos venezolanos son noticia de nuevo en la prensa internacional. Bien sea por las conmemoraciones del primer aniversario de la muerte de Hugo Chávez –un verdadero Toussaint Louverture– o por la reciente entrevista del Presidente Nicolás Maduro con Christiane Amanpour, los debates sobre Venezuela suelen centrarse en las alturas más elevadas del poder político. Hasta cierto punto, esto es defensivo: en las últimas semanas, los que buscan restaurar a los privilegios feudales del derrocado ancien régime venezolano han intentado aprovechar las protestas, principalmente de estudiantes de clase media y alta, para derrocar al gobierno de Maduro, y la "comunidad internacional" ha respondido a su llamado.
Las adineradas élites criollas (que hablan inglés sin rastro de acento) han utilizado Twitter y los medios internacionales para captar solidaridades. Y fueron bien recibidos por la prensa estadounidense y una cantidad de celebridades ingenuas, quienes repiten con entusiasmo las exageraciones, distorsiones, y abiertas mentiras sobre supuestos “abusos de los derechos humanos” atribuidos al gobierno de Maduro. Estos esfuerzos para suturar la “violencia” a la “revolución,” sin embargo, han perdido progresivamente su coherencia mientras pasan los días y los anti-chavistas se muestran cada vez más desesperados y divididos.
Luego de unas muertes a manos de las fuerzas del gobierno – algunas de las cuales han resultado en detenciones de las policías y los soldados involucrados – la peor parte de la violencia está recayendo ahora en los transeúntes y los mismos chavistas, como es el caso de las dos personas asesinadas a tiros por la oposición en una zona adinerada de Caracas el 6 de marzo, así como una chilena asesinada el 9 de marzo en Mérida después de ayudar a sus vecinos a levantar las barricadas.
Las Crueldades de la Propiedad
Mientras este deslizamiento hacia la brutalidad por parte de los manifestantes reaccionarios puede condenarlos al fracaso a corto plazo, la cuestión del vínculo entre violencia y revolución queda sin resolverse. Pero sí refleja algo que el marxista Afro-Trinitario CLR James consideró un truismo: que “La propiedad y los privilegios engendran siempre crueldades mucho más feroces que la venganza de los pobres y los oprimidos.” Lo desproporcionado de la violencia reaccionaria ha sido una característica del proceso revolucionario bolivariano desde el principio.
El proceso bolivariano nació de la rebelión y la masacre, con ambos lados contribuyendo decisivamente. El 27 de febrero del 1989, el bravo pueblo venezolano se levantó contra el paquete de reformas neoliberales en una semana de revuelta conocida como el Caracazo. Los excluidos de siempre – económica, social, política, racial, y geográficamente – ocuparon espacios anteriormente prohibidos, traumatizando a una generación entera de la burguesía venezolana.
Si fuera necesario un recordatorio de la observación de James, el mismo fue proporcionado durante el breve golpe contra Chávez en abril de 2002, en el cual se asesinaron más personas en unas horas que en los años anteriores. Esta tendencia se confirma de nuevo hoy, cuando la oposición reaccionaria toma las calles, alimentada por un odio racial y clasista contra las “hordas” chavistas, tan frecuentemente tildados de violentos. La hipocresía de atacar violentamente a los que uno juzga violentos no debe sorprendernos, siendo una característica constante que confirma el dicho de Frantz Fanon: Para los que han sido relegados al no-ser, el sólo hecho de aparecerse es en sí un acto violento. Atacar los privilegios siempre será presentado como violento por los poderosos.
Hoy la cuestión de la violencia, así como la tarea – tan imposible como inevitable – de medirla de alguna manera, están otra vez en la agenda. Pero a pesar de la exageración en los medios internacionales, producto de lo que Iñigo Errejón ha llamado la “sobrerrepresentación mediática” de las protestas, la observación de James sigue siendo válida: aún en la Revolución Haitiana, tan “bárbara” según dicen, los verdaderos bárbaros eran los poderosos, los “antiguos propietarios de esclavos… los que quemaban ‘un poco de dinamita’ en el culo de un negro, los que lo enterrar vivo para que los insectos se lo coman.” Y resultaigualmente válida su prescripción: “por todos éstos no hay necesidad alguna de derramar una lágrima o una gota de tinta.”
Los Sifrinos
“Como buen burgués sentía un inmenso respeto por la sangre azul y noble.”
- CLR James, Los Jacobinos Negros
La clases sociales en Venezuela nunca han sido solamente una cuestión de dinero, sino que han girado en torno a esa mescolanza particular de raza y clase que es el linaje, una nobleza heredada que es una fuente de capital en sí misma. La clase no es algo que uno adquiere o compra fácilmente – generalmente es algo con lo cual uno nace. Mientras este linaje en algún momento estuvo asociado con las élites blancas conocidas como los Mantuanos, o aquellos a los que en Caracas se les conocía simplemente como los “Amos del Valle,” el mantuanaje ha sido reemplazado por lo que, en una etnografía reciente, Ociel López llama el sifrinaje, el “ethos cultural” de los sifrinos venezolanos.
Es a través del sifrinaje que toda la rabia simbólica de las élite desplazadas se moviliza y se trasmite a una clase media celosa, que “denigra de los sujetos populares, criminaliza toda acción popular,” con epítetos como “mono,” “hordas,” y “chusma.” Durante las últimas semanas, el término despreciativo preferido ha sido “colectivos” – una referencia vaga a la base organizada del proceso revolucionario – a quienes se culpa repetidamente, y sin evidencia alguna, de toda la violencia (que frecuentemente se descubre más tarde que fue cometida por otros).
Tales peyorativos en sí mismos funcionan para legitimar la violencia reaccionaria, como por ejemplo cuando un general jubilado tuiteó la sugerencia de que los manifestantes opositores coloquen alambres en las barricadas a una altura específica, con el fin de “neutralizar hordas criminales motorizadas,” presuntamente chavistas.
Los Gochos
Sin embargo, estas protestas no comenzaron con los mantuanos o los sifrinos, sino con una identidad política muy distinta cuyo centro de gravedad se encuentra más hacia el oeste, al pie de los Andes, en el estado lejano del Táchira: los gochos. Los gochos se conocen como tercos y combativos, y allí las guarimbas han sido las más orgullosamente violentas. Como un manifestante, con un arma toscamente labrada en la mano, dijo al New York Times, “aquí no somos pacíficos.” Cuando las protestas se convirtieron en nacionales el orgullo gocho se infló, pero como demuestra un tuit reciente, se trata de algo más que simplemente una identidad regional: “Los gochos son los putos amos de Venezuela.”
Mientras las élites urbanas solían burlarse de los gochos como palurdos retrasados, la región produjo siete presidentes (dictadores incluidos) en el siglo XX. La identidad gocha como montañeros trabajadores surgió como contraste directo con la supuesta indolencia de los esclavos de la costa, y su orgullo nunca ha sido totalmente distinguible de la superioridad de casta: “contrastaron su vida austera con la de los venezolanos abajeños de piel más oscura, quienes representaron como descendientes de antepasados esclavizados amantes de la diversión y el retozo.”
Son políticamente conservadores, que desdeñan de quienes perciben como racialmente inferiores, y cuyas alabanzas a lo industrioso, rápidamente se transforma en desprecio hacia los pobres: son algo así como los electores o integrantes del Tea Party de Venezuela.
Más recientemente, las élites nacionales no tuvieron dificultad en coincidir con un presidente quién llevaba el apodo de El Gocho: Carlos Andrés Pérez, quién impuso el paquetazo neoliberal en 1989 que desencadenó la rebelión del Caracazo y todo lo que ha venido después. Los rebeldes empobrecidos de los barrios, mientras tanto, no tenían mucha dificultad en hacer todo lo contrario: durante la revuelta, “fuera el Gocho” era una consigna habitual.
Recientemente conversé con un expatriado venezolano quién describió la interacción de identidades en los términos de la Teoría del Partisano de Carl Schmitt: los gochos, con sus guarimbas en el oeste de Venezuela, se sienten “partisanos telúricos, los verdaderos venezolanos defendiendo a sus vecindarios de los colectivos, entendidos en términos fuertemente raciales.” Pero en este proceso, me explicó, llegan a desarrollar el mismo tipo de violencia que atribuyen a ese enemigo imaginario.
Semejante complejo de superioridad alimenta a las protestas a nivel nacional: como me explicó una residente de la zona de clase obrera de El Valle, al sur-oeste de Caracas, los que estaban organizando las guarimbas viven en los edificios grandes al lado de la avenida central y “se consideran mejores que los del barrio.”
Los Sansculottes
“Los jacobinos, además, tenían una perspectiva autoritaria… su deseo era actuar con la gente y por la gente… Los sansculottes, por el contrario, eran extremadamente demócratas: deseaban el gobierno directo del pueblo por el pueblo; si exigían una dictadura contra los aristócratas, deseaban ejercerla ellos mismos”
- CLR James, Los Jacobinos Negros
Si nos oponemos a la brutalidad innecesaria, existe no obstante una forma de brutalidad radicalmente democrática que no podemos repudiar completamente. Ésta es la misma brutalidad con la cual “arrastraron a los Borbones del trono” y que, enfrentado la conspiración incansable para restablecer la esclavitud, llevó finalmente al masacre de los blancos de Saint-Domingue, la cual fue francamente comentada por James con estas palabras: “tanto peor para los blancos.”
Esto no era la brutalidad en nombre de la brutalidad, sin embargo, y mucho menos la brutalidad más violenta y repugnante que se ejerce en nombre de la jerarquía osificada. Es, en cambio, una paradoja extraña: la brutalidad igualitaria, la dictadura radicalmente democrática de los condenados de la tierra.
Los que hoy se desprecia como colectivos y “las hordas,” aquellos a los que se calumnia como “Tupamaros”, y durante décadas anteriores como “ñangaras,” son de hecho la expresión más directa y orgánica de los condenados de la tierra venezolana. Son la fracción más politizada y revolucionaria de esa masa humana anteriormente desechada, de la cual nunca se ha preocupado esta oposición ni por un segundo. Si son autoritarios, es solamente en el sentido que exigen que los últimos sean los primeros.
Como dijo el actual ministro de las comunas en una entrevista reciente, “los colectivos son sinónimo de la organización, no la violencia,” y ésta organización es un fenómeno radicalmente local y directamente democrático que busca transformar al Estado mismo. Como me han dejado absolutamente claro muchos militantes revolucionarios, están con el Chavismo solamente mientras el Chavismo esté con la revolución.
Incluso dentro de algunos sectores del Chavismo existe un peligroso desprecio de clase hacia los más pobres que conlleva el riesgo de ver a los residentes de los barrios como beneficiarios en lugar de protagonistas del proceso bolivariano. Irónicamente, la misma Revolución Bolivariana ha creado algunos beneficiarios entre “las capas media-bajas que vienen creciendo gracias al ingreso petrolero de los últimos años y al ‘engordamiento’ del Estado… La Burocracia como clase, con sus propios intereses y nuevos temores.” Si los Jacobinos del proceso bolivariano prefieren optar acercarse a este sector, a expensas de la base revolucionaria, corren el riesgo mortal de “perder influencia en el barrio como espacio privilegiado de producción de chavismo”, como identidad política.
Los Comuneros
“Toussaint, como Robespierre, había destruido su propia ala izquierda y con ello había sellado su propia perdición.”
- CLR James, Los Jacobinos Negros
La Revolución Bolivariana nunca se trató de Hugo Chávez como individuo. Ésta lo precedía y excedía, así como los sansculottes de Francia y Haití presionaron hacia adelante a sus propios Jacobinos, continuando el proceso en su ausencia. Así como los sansculottes construyeron la Comuna de Paris un siglo más tarde, también los revolucionarios venezolanos de hoy se dedican a una tarea semejante bajo la bandera de “¡Comuna o Nada!”Las mismas personas calumniadas hoy como “colectivos” y “las hordas” son quienes se dedican a la construcción lenta y difícil de las alternativas socialistas radicalmente democráticas y participativas.
Lo suyo es una forma de brutalidad radicalmente democrática, que no evita ningún esfuerzo o medio para destruir las estructuras de privilegio. Contra las mitologías opositoras, el gobierno chavista no ha desatado este tipo de brutalidad popular, sino que la ha contenido. Pero, ¿qué pasaría si ya no fuera contenido el pueblo? Pese a las miles de desesperadas páginas escritas durante siglos por intelectuales temerosos de la “tiranía de las mayorías,” la historia de nuestro mundo ha presenciado mucho más de lo contrario: la tiranía de las pequeñas minorías, de las élites raciales, coloniales, y económicas.
El proceso bolivariano hoy se enfrenta a barreras económicas – las cuales también son inherentemente políticas y profundizadas por la muerte de Chávez y la inclemente agresión opositora hacia Maduro. Lo que se necesita hoy, lo que es más urgente que nunca, no es ni el diálogo ni la reconciliación, ni la armonía ni la comprensión, sino un compromiso radical que presione a avanzar de forma decisiva.
Los venezolanos están exigiendo precios justos, pero éstos están todavía establecidos por los capitalistas. Los venezolanos están exigiendo seguridad en las calles, pero las policías han sido un mal instrumento para enfrentar a las mafias. Los venezolanos están exigiendo la profundización de las instituciones participativas, pero los sectores poderosos quieren mantener la renta petrolera en sus manos. Un nudo gordiano está siendo anudado y sus hilos, que se entrelazan entre sí incesantemente, exigen ser cortados.
No son los jacobinos venezolanos los que nos van a salvar, sino los sansculottes.
Este articulo fue publicado originalmente en inglés en la revista Jacobin, 13 de Marzo 2014.