Lo domo, lo exprimo y luego lo boto

El imperialismo, en sus políticas tanto internas como externas y especialmente el estadounidense, es capaz de todo sin el menor respeto por la verdad como tampoco por los derechos humanos de nadie. Su única mirada o su exclusivo objetivo es el dinero por medio de la ganancia, el interés y la renta bien sea  en distancia corta o en larga. Los marines, fundamentalmente, están para custodiarlo y garantizarlo aunque tenga que llevarse por delante a Dios y  todos los santos y santas juntos. Legalizan la tortura y torturan a diestra y siniestra  y tienen el cinismo de protestar contra gobiernos acusándolos de violación a los derechos humanos; matan a miles de personas que no están activas en una guerra y tienen el descaro de reconocer –sin ni siquiera pedir perdón- que fue un error o equivocación lamentable; invaden un país acusando a su gobierno de terrorismo cuando nadie es más terrorista que el Estado imperialista; critican sentencias jurídicas que se aplican en otras naciones contra terroristas comprobados mientras en Estados Unidos condenan a varias cadenas perpetuas a quienes denuncian, con muchas pruebas a la mano, hechos de terrorismo. ¡Que monstruosidad!

         El imperialismo capitalista se diferencia, entre tantas cosas, de los seudo-imperialismos romano, de los grandes gobiernos feudales y del monárquico, en que ha elevado la mentira a un pedestal sagrado sin la cual no podría vivir ni un segundo más de tiempo y, por otro lado, ha hecho del oportunismo más descarado una bandera divina para su intervencionismo político en muchas regiones del mundo. Y por encima de esas dos perversidades tiene en sus manos algo más grotesco y repugnante: utiliza a los seres humanos sacándoles lo máximo de provecho para los intereses de su emporio y, luego, el mismo imperialismo los convierte en desecho y a patadas limpias los abandona, los execra y hasta los derroca si ocupan alguna magistratura de poder político en alguna nación del planeta. Sin embargo, toda regla tiene su excepción: al imperialismo también le sale su corolario tal como le aconteció Bid Laden, que luego de adoctrinarlo y creyendo tenerlo completamente domado lo envió para hacer terrorismo contra los soviéticos en Afghanistán y le salió el tiro por la culata. Después que los soviéticos salieron de Afghanistán, Bid Laden enfiló  sus baterías y sus luchas contra el imperialismo estadounidense y contra gobiernos árabes serviles a la Casa Blanca. Y conste, que no es comunista como tampoco lo será el nuevo gobierno egipcio que sustituirá a Mubarak..

         Cuando se escucha, por ejemplo, al Presidente Obama solicitar al Presidente de Egipto, su gran y fiel aliado y cómplice de las atrocidades del sionismo en el Medio Oriente el señor Mubarak, que no de orden de disparar contra las manifestaciones de protesta o a la señora Clinton expresar que Estados Unido, hablando por toda la sociedad estadounidense, espera una transición pacífica de gobierno en Egipto pero nada dice de Jordania ni de Yemen, provoca risa pero, al mismo tiempo, arrechera por sus mentiras ya que el Estado imperialista estadounidense lleva treinta años apoyando al señor Mubarak y todas sus políticas represivas contra el pueblo egipcio y, además, a una economía donde la aplastante mayoría de la sociedad que conforma la nación egipcia vive en una pobreza extrema. Basta saber que en El Cairo existe una población numerosa –estamos hablando de más de un millón personas- que vive de la recolección de la basura, de los desechos que bota la otra parte de la población de la capital de la República. ¿Es eso un régimen de justicia social en Egipto? ¿Acaso no es tan responsable de esa situación el imperialismo estadounidense como el gobierno del  señor Mubarak?

         Actualmente o, mejor dicho, a raíz de unos pocos días hacia acá el señor Mubarak, dictador al servicio del imperialismo estadounidense y de otros imperialismos, se ha convertido en un desecho político, en un estorbo, en una basura de la cual el pueblo egipcio, tal vez, no la quiera reciclar pero en la Casa Blanca . El deseo del gobierno de Estados Unidos es que el nuevo Presidente egipcio tenga las mismas características de pensamiento servil que el señor Mubarak pero no el mismo rostro físico; que sea tan reformista como su antecesor para que contenga y haga desistir a esa parte de la población que ansía cambios radicales en la política interna y externa de Egipto. Pienso, que lo va a lograr, por lo menos, por ahora. Toda la historia del mundo árabe, de alguna manera, cabe en la historia de Egipto.

         Si en Egipto triunfase un movimiento político  islámico, cristiano o laico  que profese radicalismo el antiimperialismo y el antisionismo, eso tendría inmediatamente una gran influencia en todo el mundo árabe y una gran repercusión en el planeta. Correrían riesgos todos los gobiernos encabezados por reyes, jeques y príncipes del mundo árabe; surgirían o despertarían organizaciones políticas de izquierda planteando socialismo. Sería como considerar que el Medio Oriente representaría un vasto territorio minado por los cuatro costados y su centro. Toda la población de esa región tendría que saber caminar para no ser víctima de las explosiones. Egipto no es ya para ser gobernado por Alejandro Magno ni Saladino como tampoco por Nasser ni Mubarak. El tiempo que se avecina, fuera o dentro de Egipto, es de rebeliones por un nuevo destino para la humanidad.

         Quizá, cuando salga publicada esta opinión ya Mubarak se encuentre seguro, para disfrutar el resto de su vida siendo rico y dejando al pueblo egipcio lleno de pobreza económica, en otra región del planeta que no nos extrañe sea Estados Unidos, Inglaterra, Arabia Saudita pero no se le ocurrirá el desatino o la torpeza de aceptar hospedaje en Israel. Volverá la calma de tiempo sin paz pero tampoco sin guerra en Egipto donde el silencio seguirá siendo mucho más peligroso que los gritos.

Los pueblos, de la naturaleza que sean, de tanto caminar aprender hacer su camino, porque camino se hace al andar. Si no lo creen así algunos, se los recordará el poema del gran Antonio Machado en la voz de Jean Manuel Serrat.



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Freddy Yépez


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