A Marcos Tassino, amigo, compañero, viejo malhumorado, militante, bailarín de tango, poeta y escritor, laburante, empresario y echador para adelante, pilar de la colectividad uruguaya en Venezuela, y víctima final de la absurdidad de una violencia sin medida.
Hace poco tiempo intentamos un análisis de aquello que los medios masivos denominan inseguridad ciudadana. En ese análisis fuimos descubriendo varias características de este proceso
1. Vimos que se trata de un fenómeno a nivel global, que no es intrínseco de alguna ciudad en particular, pero que se manifiesta con características particulares en cada una de ellas.
2. Vimos también que más que de inseguridad, se trata del aumento progresivo de la violencia urbana, debido a múltiples variables (algunas de las cuales logramos establecer) que están directamente asociadas a nuestra forma de vida y que por lo tanto no se trata de un proceso coyuntural, sino que es un mal estructural en nuestra cultura occidental
3. Que por eso sus soluciones deberán estar relacionadas a cambios profundos en la forma de vida de nuestras sociedades.
4. Que la represión y el aumento de la violencia estatal no llegan a realizar por sí solos cambios definitivos en este proceso, sino que las soluciones deberían estar orientadas desde el trabajo social y educativo, para poder cambiar formas de funcionamiento colectivas y pautas de conducta.
A partir de su publicación, diferentes reacciones en respuesta nos mostraron además que este es un fenómeno muy difícil de abordar en forma ecuánime. Que cualquier consideración al respecto está generalmente teñida de una fuerte emocionalidad que determina juicios previos, antes de cualquier tipo de intento cognitivo.
Frente al impacto personal de los efectos de esta violencia, cuando ella golpea en nuestro entorno cercano, participo de la mezcla de miedo, rabia, indignación e impotencia que va asociada a toda experiencia en la cual ella esté implicada. En este caso la intensidad de estas emociones es multiplicada por el terrible sentido de lo absurdo y desproporcionado de sus efectos. A fin de cuentas, que la vida de un gerente de una institución cultural de Caracas haya sido acabada a cambio del robo de dos televisores de plasma, es tan absurdo y horroroso como el hecho repetido de la muerte de un menor en una zona marginal, en su casa, víctima de una bala perdida en un tiroteo entre azotes de barrio.
A pesar de ello, es posible establecer alguna reflexión al respecto.
En primer lugar, y ya lo habíamos considerado en el análisis anterior, si bien la existencia de unos cuerpos de seguridad eficientes no es la solución final a la violencia urbana, esa existencia es imprescindible para mantener el mínimo control de la situación. Para ello es necesario, no sólo que los organismos policiales dispongan del personal entrenado y los elementos tecnológicos y logísticos necesarios, sino que además utilicen unos métodos adecuados al lugar, situación y características de su operación, en el caso a que nos referimos, la ciudad de Caracas.
En segundo término, considerando que se está realizando el inmenso esfuerzo de crear la Policía Nacional, y aunque no somos expertos en ciencia policial, creemos que el sentido común y cierta experiencia de vida nos pueden permitir aportar algunas ideas. Y quiero referirme específicamente a la vigilancia nocturna de la ciudad. Por causas que desconocemos y ya desde la cuarta república, las policías de la ciudad de Caracas fueron abandonando progresivamente, hasta su casi desaparición1, el patrullaje. Fue sustituido en su totalidad por la implantación, a cargo de los distintos cuerpos de seguridad, de las alcabalas. Una vieja usanza europea, de origen medieval, que en nuestro país se ha conservado hasta hacerse una norma.
¿Qué efectividad tienen las alcabalas? Sobre todo las que se usan normalmente, que se ubican en lugares fijos en vías importantes. El sentido común dice que no es por allí que en la noche se desplazan los delincuentes, por lo menos los más astutos. Mi experiencia personal me indica también que, posiblemente sea por mi aspecto de persona de mediana edad aparentemente inofensiva, pero jamás me detienen en alguna de ellas. Sin embargo, observo que en estas alcabalas nocturnas, se detiene siempre e indiscriminadamente, a los jóvenes, no importa de qué clase social aparenten ser. Esto es tan notorio que a mi lado alguien una vez comentó al respecto: “Es que ser joven es ser sospechoso de delito”.
Las únicas alcabalas que han demostrado, no en el país sino en múltiples casos en otras partes del mundo su efectividad para algún tipo de delito específico, son las móviles, sobre todo aquellas con gran capacidad de movimiento rápido. Inclusive en Caracas el modus operandi de los secuestradores express ha incorporado (y así fue en el caso que motiva este escrito) la implantación de una alcabala falsa, para detener sin inconvenientes un vehículo futura víctima, en medio de la noche.
La pregunta es: ¿No sería mucho más eficiente emplear la energía usada en las alcabalas y aún más, en la implementación de una red de patrullaje nocturno que cubriera la ciudad? Sobre todo en estos momentos, en que cada patrulla puede estar conectada no sólo por radio sino a través de una computadora y una cámara de video, a un núcleo de comunicaciones que puede centralizar la información y determinar por GPS la posición, no solo de las patrullas sino hasta la de posibles sospechosos. La movilidad de las patrullas les permite además tener acceso a lugares más recónditos en la ciudad, llegando a estar más cerca de las escenas delictivas y aumentar la prevención, y el trabajo en red permite hasta establecer persecuciones exitosas.
En fin, todo este es un tema muy importante y complejo para todos los habitantes de la ciudad, que da para preocuparse, reflexionar y escribir mucho más sobre él. Varias encuestas dicen que es uno de los temas de mayor importancia para la población, y lo que parece cierto es que sólo con la mejor acción del gobierno y el estado, pero también con la imprescindible participación de todos los ciudadanos, es que podremos enfrentarlo con algún tipo de éxito.
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