La tensión política entre Washington y Moscú se está agravando. El primer punto en que Rusia viene mostrando su progresivo malestar es de relativa larga data, pero desde que en 2012 Vladimir Putin sustituyera a Dmitri Medvédev en el cargo de presidente, ese malestar se está haciendo cada vez más evidente y comienza a generar reacciones que pueden alterar todo el actual equilibrio de poder en la geopolítica planetaria. Se trata del Escudo Misilistico que EEUU pretende implantar en todo el planeta, pero sobre todo en Europa y algunos países ex integrantes de la Unión Soviética. Luego que fuera abandonada la iniciativa de “Guerra de las Galaxias” que propiciara Ronald Reagan, la familia Bush, durante la primera administración de George W. y basándose en una promesa electoral, denunció el tratado ABM firmado en 1972 con la Unión Soviética y comenzó a desarrollar por su cuenta el proyecto de un “Escudo Antimisiles” en todo el planeta. La verdadera razón de este escudo –aunque el pretexto sea controlar a países que esa misma administración denominó el “Eje del Mal”– es cercar a Rusia, a Irán y a China, a los que el Pentágono considera enemigos potenciales principales para su estrategia geopolítica del Siglo XXI. La implantación de ese Escudo es considerada por Rusia como una forma de posible ataque a su territorio. En los últimos años la diplomacia rusa ha intentado o que este país sea parte de ese escudo, u obtener de los Estados Unidos alguna garantía de que no será usado en su contra. La Casa Blanca ha hecho caso omiso de esos intentos y pretende seguir adelante con la implantación de sus misiles, estableciendo convenios bilaterales con países que una vez estuvieron bajo la órbita soviética. Rusia viene respondiendo desarrollando sus propios sistemas de misiles para enfrentar los de occidente.
El segundo punto de tensión, que se agrega al primero tiene que ver con Siria. Luego de la jugada realizada en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde se obtuvo una resolución de espacio de exclusión aérea que permitió (extendiendo arbitrariamente sus límites) el bombardeo a Libia y la destrucción no solo de sus fuerzas armadas sino también de su infraestructura como nación y la caída y muerte de Kadaffi; tanto Rusia como China no han querido volver a hacerle el juego a los Estados Unidos y los demás países Occidentales. En el caso de Siria han vetado sistemáticamente toda iniciativa de repetir una resolución semejante, que permitiera bombardear ese país. Los Estados Unidos han reprochado pública y sistemáticamente a Rusia por esa posición, la ex Secretaria de Estado Hillary Clinton llegó hasta a amenazar directamente al gobierno ruso. La diplomacia rusa se ha movido intensamente tratando de llegar a un acuerdo para acabar la guerra en Siria, pero ha encontrado por parte de los Estados Unidos un doble discurso público que puede ser considerado hasta como una afrenta, por no decir una tomadura de pelo. Por un lado el Secretario de Estado Kerry se reúne con el alto gobierno en Moscú y llegan a un acuerdo para convocar una conferencia de paz en Ginebra. Pero mientras tanto no sólo Estados Unidos continúa promoviendo ocultamente a los grupos mercenarios y terroristas que actúan contra el gobierno de Bashar Al Assad y que son abastecidos por sus naciones aliadas (las monarquías de Medio Oriente, Israel, Turquía), sino que en estos días el presidente Obama declara públicamente que su país les proporcionará directamente armas pesadas, en un intento desesperado de cambiar los resultados en el terreno militar, ampliamente favorables al gobierno sirio. El gobierno ruso responde anunciando la venta a Siria de los más sofisticados misiles antiaéreos, y su creciente apoyo tecnológico y militar. Envía además buques de guerra hacia el puerto sirio de Tartus donde tiene una importante base militar.
Finalmente, y la última gota que está a punto de derramar el vaso, es la exigencia norteamericana de que Rusia les entregue a Edward Snowden, el ex analista de la CIA que hizo públicos los sistemas de espionaje cibernético que emplean las agencias de seguridad estadounidenses en su intento de convertirse en el Big Brother. El hombre viajó desde Hong Kong y aparentemente se encuentra en un aeropuerto de Moscú, a la espera de asilo. La exigencia norteamericana ha llegado a extremos de amenazar a Rusia por parte de altos funcionarios de la administración Obama, y ha recibido en respuesta un fuerte mensaje del propio Vladimir Putin, en el cual además de explicar que no existe tratado de extradición entre Rusia y Estados Unidos, y que su nación no se rige por las leyes estadounidenses, aclara explícitamente que no están dispuestos a entregar a Snowden.
Toda esta tensión ha sido exacerbada por la arrogante actitud norteamericana, que no solo viene maltratando a Rusia con declaraciones, actitudes y acciones diplomáticas, sino que utiliza descaradamente el doble discurso y lo hace público y notorio. Y está provocando una casi obligada reacción del gobierno de Putin hacia una cada vez mayor beligerancia, en la cual Rusia no está interesada, pero que ya está considerando necesaria para su sobrevivencia.
La huída hacia delante
Estas actitudes de los Estados Unidos, que no se limitan precisamente a su relación con Rusia sino que se repiten a lo largo de todo el espectro de sus relaciones internacionales, tienen causas de fácil visualización. Los dos gobiernos de George W. Bush sirvieron para dejar definitivamente la dirección de las políticas estadounidenses (tanto internas como exteriores) en las manos de los neoconservadores, (la derecha más recalcitrante y los intereses de las grandes corporaciones). Los gobiernos siguientes de Barak Obama –un demócrata aparentemente con un signo político que debería ser diferente– no han hecho más que homologar y continuar esta situación.
Este predominio de los factores más reaccionarios en la dirección política se produce en un contexto de profunda decadencia social, signado por varios factores críticos. Una crisis económica que comenzara en 2006 con la explosión de la burbuja inmobiliaria y que se ha convertido en una bola de nieve que está provocando una avalancha indetenible y que convierte los pobres intentos de una Reserva Federal y un gobierno que no están en condiciones de enfrentar el problema con posibilidades de resolverlo, en manotazos de ahogado; unos fracasos militares en cascada (Irak, Agfanistán) que se transforman en un pantano del cual es muy difícil salir: y finalmente una creciente pérdida de poder político frente a nuevos factores emergentes en la geopolítica global (Rusia, China, India, los bloques latinoamericanos de UNASUR y MERCOSUR); conforman un panorama de caída para la nación que pretendió convertirse en el polo único de poder ( el gendarme) del planeta, después de la caída de la Unión Soviética.
Y ante esta situación la verdadera dirigencia oculta tras la Casa Blanca, estos factores de absoluta derecha neoconservadora, no tienen otra respuesta que el ejercicio de la fuerza y la brutalidad. Así, siguen emprendiendo conflictos militares (aupados por la posibilidad de engrandecer el negocio del complejo Militar-Industrial) en Siria, apuntando hacia Irán, y más lateralmente hacia Corea del Norte. Y manejan una diplomacia agresiva y prepotente, amedrentadora y amenazante para tratar de seguir demostrando que son la potencia que está a cargo. Mientras tanto profundizan la injerencia a través de otros medios (sistemas de espionaje, ONGs financiadas por USAID, compra de políticos corruptos, etc.). La “huída hacia delante” se genera por la necesidad de mantener su posición de potencia hegemónica contra la realidad de su decadencia y restablecer el esquema unipolar que intentaron imponer al fin de la Guerra Fría. Más de lo mismo, cuando no se tiene el peso y la influencia política y cultural, solo queda el ejercicio descarnado de la fuerza.
Mientras tanto, en esa olla cerrada que es la geopolítica mundial, la presión sigue aumentando, amenazando a todos con una explosión generalizada. Hoy es Rusia quien encabeza la tensión, pero detrás están Irán, China y los demás países emergentes.
Algunos escenarios geopolíticos posibles
Esta situación de tensión creciente está llevando a todo el sistema-mundo a un estado de grandes cambios anunciados, que no están sin embargo muy claros en su dirección final. Quienes nos preocupamos por el análisis, intentamos en todo momento establecer modelos de Interpretación del complejo sistema socio-político mundial, que nos permitan una cierta perspectiva de la dirección de esos cambios. A partir de la situación que venimos describiendo, se nos aparecen tres escenarios posibles:
La consolidación de la multipolaridad. La tendencia general del sistema es ir hacia un nuevo equilibrio de poderes, donde distintos factores a lo largo del planeta consoliden un cierto equilibrio establecido a través de reconocimientos, tratados, alianzas, proyectos comunes, etc. Este escenario es el más deseable, ya que significa la aceptación de una realidad evidente, la nueva distribución geopolítica que el propio sistema viene estableciendo. Sin embargo, ante la realidad del poder se muestra como algo poco probable. Que los Estados Unidos cesen sus políticas de agresión y guerra y acepten el nuevo rol de ser solo una más de las grandes naciones en el panorama general, que desistan de su aspiración al papel de potencia hegemónica, no parece ser una situación con muchas probabilidades de hacerse concreta. La experiencia es que quienes manejan los hilos del poder van a persistir a como dé lugar (y cada vez con mayor desesperación) en mantener el status quo. Solo una especie de “milagro político” (que aunque improbable no es imposible, ya que a veces se da en la historia) podría cambiar los objetivos de esta clase dirigente y lograr una especie de consenso y equilibrio general.
¿Una nueva Guerra Fría? Otro escenario posible es llegar a un estado similar el de la Guerra Fría que duró desde 1945 a 1989. Un equilibrio en tensión de guerra, donde los distintos factores de poder se apuntan mutuamente con armas nucleares, con una profunda desconfianza que bordea fácilmente la paranoia, pero que de alguna manera implica un consenso de status quo a mantener. Cuando escribimos esto volvemos a los horrores ocultos de una situación de este tipo, nos rememoramos en un grupo de jóvenes en 1962, atornillados a la transmisión de onda corta recibida en una Zenit Transoceanic, mientras los buques soviéticos con los proyectiles de alcance medio se acercaban a Cuba y al cerco marítimo que los Estados Unidos habían establecido, estando sobre todos la Espada de Damocles del holocausto nuclear. Este no es por supuesto el escenario más deseable, la tensión constante que se mantuvo durante 34 años produce una “neurosis política” que en este nuevo caso implicaría no solo a dos grandes potencias, sino a bloques enteros de naciones. Un equilibrio armado de este tipo sería en nuestra actual situación geopolítica, mucho más inestable que aquel que mantuvieron los Estados Unidos y la Unión Soviética.
Apocalipsis. Y a partir de la Segunda Guerra mundial, cuando se desarrollaron las armas nucleares, nuestro planeta vive el “conflicto de los virus”. La especie humana se convirtió gracias al poder de la tecnología en un organismo similar al virus: es capaz de destruir completamente el entorno con el cual mantiene una simbiosis (y morir en ello). La posibilidad de la destrucción total se dio dos veces durante la guerra fría, cuando solo dos personas (el Presidente de EEUU y el Primer Ministro Soviético) tenían la capacidad de comenzar la guerra atómica. ¿Cuánto aumentará la probabilidad de un holocausto nuclear cuando sean muchas las personas que pueden apretar los botones rojos que comiencen la hecatombe? Es una consecuencia directa de la multipolaridad. Rusia, China, la India, Israel, además de Estados Unidos y Europa, entre otros, disponen de armas nucleares, que tienen la característica de que (a despecho de la gran acumulación que hicieran las dos grandes potencias en la Guerra Fría) no es necesario un gran número de ellas para producir los más desastrosos y fatales efectos. Esa posibilidad está ahí cada vez más presente, en la medida que las tensiones se agraven, que se vayan estableciendo la neurosis y la paranoia como sistemas de guiar la política.
Finalmente, lo más probable es que la porfiada realidad nos presente un escenario final que no sea ninguno de estos (la aparición por ejemplo de explosiones sociales en lo interno de los EEUU generaría un panorama totalmente diferente), o que sea una combinación de algunos de ellos. Los procesos complejos de las realidades socio-políticas suelen ir más allá de las más calenturientas imaginaciones. Aquellos que intentamos comprender lo que sucede solo podemos hacer intentos de establecer modelos que nos acerquen lo más posible a los acontecimientos. El quid de todo esto es que la tensión de guerra viene produciendo un aumento de la “temperatura ambiente” del sistema-mundo, y eso, tal como sucede con el organismo humano, nunca es un buen síntoma. Más bien está anunciando tiempos difíciles para todos.
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