Las teclas se me quedan congeladas o trastabillan con torpeza. Tal vez más adelante pueda escribir con mayor serenidad sobre Maja Poljak, esa hermosa y recia mujer que acaba de morir, de cuya unión con Cruz Villegas proviene una vasta y heterogénea tribu de la cual me honro en formar parte.
Gracias, muchas gracias, a todos aquellos que hicieron un alto en la confrontación política para brindarle homenaje en su velorio o hicieron suyos, desde la distancia, nuestro dolor y vacío por la pérdida de esta maravillosa madre. Gracias también a los médicos, paramédicos y personal de enfermería que la acompañó por años en su batalla por la vida. Mil disculpas a quienes, habiendo enviado infinidad de correos electrónicos y mensajes de texto, no pude siquiera responderles para agradecer el apoyo en la hora más triste.
Baste, por lo pronto, con decir que Maja no sólo fue víctima, primero, del nazifascismo, que la expulsó desde su Croacia natal hasta estas tierras donde halló refugio, y que hizo suyas, y después de los atropellos tanto de la dictadura de Pérez Jiménez como de los primeros gobiernos del puntofijismo. También lo fue del machismo.
Maja era mucho más que “la esposa de…” o la “madre de…”, aunque algunos de buena fe y erróneamente así lo hayan creído. Ella brilló con luz propia y abrazó la causa revolucionaria mucho antes de unirse en el amor con su adorado negro tuyero, cuya propia trayectoria política en una sociedad machista era lógico que tuviera una mayor visibilidad que la de su compañera de vida e ideales, obligada a asumir en soledad la crianza de los hijos ante las ausencias frecuentes y forzadas del padre. Además, Maja ejerció el periodismo con pasión, combatividad y deliciosa pluma muchísimo antes de que sus descendientes-colegas siquiera hubiésemos nacido. Sus escritos, con nombre propio o bajo el pseudónimo de María Vera, aparecieron en publicaciones como Aquí está, Cruz del Sur, El Nacional, Tribuna Popular -órgano de su partido de siempre, el Partido Comunista de Venezuela- y Últimas Noticias, periódico del cual fue fundadora junto con Kotepa Delgado y otros pioneros del periodismo contemporáneo. Algunos de ellos fueron recogidos por Ramón J. Velásquez en la colección Pensamiento político venezolano del siglo XX.
Ahora que se nos fue, me percato de que sus hijos periodistas, quizá también prisioneros inconscientes del machismo, perdimos la maravillosa oportunidad de entrevistarla largo y tendido para hurgar en los detalles de una vida digna de recreación cinematográfica, íntimamente entremezclada con la historia política venezolana y mundial de más de medio siglo.
En nuestro descargo debo decir que, a diferencia de mi viejo, quien solía explayarse ante su prole con fascinantes historias de todo tipo, algunas recogidas en varias entrevistas que otros colegas le hicieron cuando cumplió 70 años, mi vieja era reacia a hablar de sí misma, de los avatares de una vida rodeada de restricciones, lucha y dignidad.
Maja prefería la máquina de escribir al relato oral. Por eso optó por darnos el “tubazo” ella misma, de su propia pluma, con una serie de deliciosas narraciones recogidas en el libro Maja: anecdotario, que nuestro apreciado Lenín Aquino publicó en 2002 bajo el sello del Fondo Editorial El Comercio. Gracias a Lenín, quien le dio esa satisfacción en la década final de su existencia, Maja sigue viva en cada lector y lectora que se conmueve y ríe con tales páginas, que ahora tenemos el deber de reimprimir para que cada letra sea como un pedazo de ella que vuela sin límite de tiempo o espacio en sus sueños y batallas, que la trascienden.
La catira Maja y su negro Cruz se hicieron comunistas cada uno por su cuenta y luego unieron sus vidas en torno al amor y la militancia por comunes ideales, lo que les costó décadas de sacrificios, discriminación, prisión, tortura y confinamiento. Ninguno comía niñitos, como propalaba la campaña macarthista de aquellos años, de donde vienen sus sucedáneas de este tiempo. Muy por el contrario, fueron puro amor hacia la infancia y la humanidad toda. Ni en los momentos más duros perdieron la capacidad de profesar ternura, a veces apenas disimulada tras un carácter necesariamente firme. Ahora sus cuerpos reposan juntos. Dos vigorosos y lejanos ríos, El Sava y el Tuy, volvieron a unir sus cauces. Sus hijas e hijos quedamos formalmente huérfanos. Pero los tenemos a ustedes dos, queridos viejos, en cada niño que ríe, en cada joven que lucha, en cada madre y padre que prodiga amor en un hogar. En cada batalla que se da en el planeta contra la explotación y por la humanidad.
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