A principios de año Venezuela se encontraba asediada por una de las sequías mas severas de su historia. Esa situación se encontraba vinculada al fenómeno de El Niño, el cual tiende a acentuarse como consecuencia del calentamiento global. Es de esperar que fenómenos similares sean cada vez mas intensos y frecuentes.
Algo similar ocurre con las inundaciones que azotan buena parte del país en la actualidad. Una de las consecuencias del calentamiento global es precisamente el aumento, tanto en frecuencia como en intensidad, de sequías e inundaciones. Los huracanes también tienden a formarse con mayor frecuencia en el océano Atlántico, aumentando su poder destructivo y acercándose cada vez mas a las costas venezolanas. Es necesario alertar a la población sobre estas nuevas amenazas, y planificar medidas preventivas para minimizar los daños que tienden a generarse.
Debemos igualmente prepararnos ante la proliferación de enfermedades contagiosas, tales como la malaria y el dengue; la afectación del suministro de agua y electricidad, efectos adversos sobre la producción de alimentos, daños a la infraestructura de transporte, aumentos en el nivel del mar y en el número de refugiados ambientales, particularmente entre los sectores mas vulnerables de la población.
Tenemos sólo dos opciones ante la avalancha de latigazos ambientales que se avecinan. O alteramos el curso del cambio climático, o el cambio climático alterará severamente nuestra forma de vida, con castigos cada vez mas severos, mas frecuentes y mas destructivos.
La sociedad venezolana puede y debe contribuir decididamente con los esfuerzos internacionales para evitar la aceleración suicida del cambio climático. Urge pasar de la retórica a los hechos. Venezuela debe ejercer el liderazgo que le corresponde, tanto por la responsabilidad acumulada en las últimas décadas, como por las oportunidades políticas del momento histórico en que se encuentra. Urge una acción colectiva latinoamericana para concretar un acuerdo mundial que permita revertir las explosivas tendencias climáticas actuales. Para lograrlo cada país debe asumir su cuota de responsabilidad, contribuyendo en proporción a su responsabilidad y en la medida de sus posibilidades.
RESPONSABILIDADES: LAS EMISIONES DE CARBONO DE VENEZUELA
El presidente Chávez parece estar mal asesorado cuando se le induce a aseverar reiteradamente que la responsabilidad del país en el contexto del cambio climático es mínima porque sus emisiones de gases del efecto invernadero son insignificantes. Tales observaciones se encuentran basadas en falsedades, o en el mejor de los casos en medias verdades. Se encuentran además reñidas con las exigencias que Venezuela y otros países en desarrollo reclaman de los países industrializados sobre la misma materia.
Ciertamente, las emisiones netas de Venezuela por el consumo de energía fósil apenas superaban en el 2007 los 150 millones de toneladas métricas de CO2 por año, mas 140 millones de toneladas adicionales como consecuencia de la deforestación. El total es equivalente a apenas el uno por ciento de los 30.000 millones de toneladas de CO2 que se emiten a la atmósfera anualmente en todo el mundo.
Sin embargo, esta es una medida engañosa, pues debe tomarse en consideración el tamaño de la población, uno de los principales reclamos de los países en desarrollo en las negociaciones internacionales sobre cambios climáticos. Los Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo, frecuentemente señala que sus emisiones de CO2 son algo inferiores a las de China en la actualidad, y que por lo tanto China debe asumir compromisos proporcionales. Pero lo que convenientemente obvia señalar es que las emisiones promedio de CO2 de cada norteamericano (20 ton/habitante-año) son 5 veces superiores a las de cada ciudadano chino (4 ton/habitante-año).
Al tomar en cuenta el tamaño de la población, Venezuela se destaca como uno de los países mas contaminantes del planeta. Sus emisiones promedio ya en el 2007 se aproximaban a las 12 toneladas métricas de CO2 por habitante por año, superiores a las de Alemania, Japón o España, el doble de las de Francia y el triple de la de países como China, Argentina o Chile.
Aproximadamente la mitad de las emisiones anuales de gas carbónico de Venezuela se debe a la degradación y destrucción de bosques naturales, y la otra mitad al consumo de petróleo y gas, fundamentalmente. La tasa de deforestación se ha reducido en los últimos años como consecuencia de la expropiación de cerca de 4 millones de hectáreas de tierras agrícolas ociosas o sub-utilizadas, y su distribución entre comunidades agrícolas y campesinos sin tierras. Esto ha contribuido a reducir la tasa de afectación de bosques para ampliar la frontera agropecuaria. Sin embargo, la deforestación continúa arrasando cerca de 300.000 hectáreas de bosques naturales por año, sin que se evidencies políticas públicas efectivas para detener este peligroso proceso. Con la deforestación se erosiona también la herencia genética del país, una de los principales legados, tanto económicos como estratégicos, de generaciones futuras.
Por otra parte, Venezuela consume cerca de 270 millones de barriles de petróleo por año, mas 30 mil millones anuales de metros cúbicos de gas. Sólo por concepto del consumo de combustibles fósiles, Venezuela se encuentra a la cabeza de todos los países de América Latina en cuanto a emisiones de carbono: cerca de 6 toneladas de CO2 por habitante por año.
En negociaciones internacionales deben ciertamente tomarse en consideración otras variables, como las emisiones acumuladas hasta la fecha, los niveles de desarrollo de los diferentes países involucrados, las relación entre la naturaleza de sus economías y sus emisiones, la transferencia de tecnologías menos contaminantes hacia los países menos desarrollados, y el flujo de asistencia financiera para que los países mas pobres puedan tomar las medidas necesarias tanto para aumentar la eficiencia energética de sus economías, como para adaptarse a las consecuencias del cambio climático.
Aunque la responsabilidad de la peligrosa situación actual recae fundamentalmente sobre los países industrializados, donde se encuentra menos del 20% de la población mundial y donde se ha generado cerca de tres cuartas partes de las emisiones acumuladas en la atmósfera hasta la fecha, no menos cierto es que todos los países de la tierra tienen que contribuir en proporción con sus respectivas responsabilidades y capacidades. El cambio climático es una amenaza para toda la humanidad, aunque las responsabilidades y las capacidades de acción sean diferenciadas.
Los altos índices de las emisiones de CO2 por habitante de Venezuela genera responsabilidades que pueden y deben encararse con objetividad y responsabilidad. Afortunadamente, Venezuela dispone de un amplio espectro de opciones para reducir sus emisiones y contribuir significativamente a los esfuerzos internacionales por evitar un aumento en la temperatura global superior a los 2º C para finales de siglo, tal y como se acordó en la conferencia de Copenhagen a finales del 2009 y como se confirma actualmente en la conferencia de Cancún.
POSIBILIDADES Y OPORTUNIDADES.
Hasta la fecha Venezuela no ha asumido compromiso alguno para contribuir con los esfuerzos internacionales para mitigar el cambio climático. Sin embargo, podría emular la posición de Brasil y comprometerse a erradicar la destrucción de bosques naturales, o al menos reducirla en un 80%, para el año 2020. De esta manera, estaría reduciendo sus emisiones totales en aproximadamente un 25% para esa fecha, mientras se permite el incremento del consumo de energía relacionado con el aumento de la población y los niveles de vida. Esto no solo es posible, sino conveniente para los intereses nacionales, pues de los bosques depende la estabilidad ecológica del país, y por ende su estabilidad social y económica. Se estarían además protegiendo los recursos genéticos y la diversidad biológica, las riquezas hídricas y las comunidades allí localizadas.
A Venezuela se le presenta además la oportunidad de mejorar la eficiencia de su consumo energético, caracterizado en la actualidad por el derroche y la ineficiencia. Una medida significativa en este sentido sería el aumento en la eficiencia de los vehículos automotores, para aumentar el kilometraje recorrido por litro de gasolina. En la actualidad es uno de los mas bajos del mundo, ignorado y desapercibido por el extremadamente bajo precio de la gasolina que se distribuye en el país. El rendimiento promedio en Venezuela es inferior a 10 kilómetros por litro de gasolina. Esto implica la emisión de aproximadamente 250 gramos de CO2 por kilómetro de recorrido, mientras que la Unión Europea se ha trazado como objetivo reducir sus emisiones a un promedio de 95 gramos por kilómetro para el 2020.
Dada su situación geográfica, Venezuela podría igualmente fijarse como meta para el año 2020 aumentar al menos a 10% el consumo de electricidad proveniente de fuentes renovables eólicas y solares, en un esfuerzo por compensar al menos parte de las emisiones provenientes de las nuevas plantas termoeléctrica instalado recientemente en el país.
Podría igualmente fijarse como un objetivo estratégico que las nuevas centrales termoeléctricas funcionen a base de gas, en lugar de gasoil o gasolina, pues las emisiones de carbono se reducen en un 40% para la generación de la misma cantidad de electricidad. Considerando los gigantescos depósitos de gas del país, Venezuela podría igualmente fijarse como objetivo que para el año 2020 al menos un 25% del parque automotor funcione a base de gas.
En este mismo sentido, urge definir una estrategia forestal de desarrollo nacional, en donde se incluya la reforestación de las principales cuencas hidrográficas del país, utilizando prioritariamente mezclas de especies nativas en la reconstrucción de masas boscosas similares a las originalmente existentes en esos territorios. De esta manera se estaría garantizando, en primer lugar, el suministro de agua a la población actual y futura del país, se reducirían los efectos adversos de las sequías y las inundaciones, y se extraerían cantidades significativas de carbono de la atmósfera, fijándolo en los tejidos de la vegetación por medio de la fotosíntesis. Hasta la fecha se han identificado al menos 2 millones de hectáreas aptas para la reforestación con tales propósitos, en donde se podría captar al menos 300 millones de toneladas de carbono, equivalentes a mas de 1.100 millones de toneladas de CO2.
De manera similar, se podrían recuperar al menos dos millones de hectáreas adicionales de tierras agrícolas degradadas, a través de la reforestación dirigida para recuperar su capacidad de producir alimentos, y captando cantidades significativas de carbono de la atmósfera.
Venezuela podría igualmente modificar las figuras jurídicas de las reservas forestales de Imataca, El Caura y La Paragua, convirtiendo al menos la mayor proporción de estos bosques en zonas protegidas, fuera del alcance de empresas madereras y mineras. Los miles de millones de dólares que podrían obtenerse como créditos de carbono por tales medidas deberían utilizarse parcialmente para establecer plantaciones forestales con el fin de abastecer la demanda proyectada de madera y productos derivados, tales como papel, cartones, productos químicos, bioenergía y viviendas, con excedentes para la exportación a países aliados.
Finalmente, convendría fijarse como objetivo estratégico el fomento de la actividad agro-silvo-pastoril, con el fin de fortalecer la estabilidad ambiental de la actividad agrícola y pecuaria y optimizar sus perspectivas económicas a largo plazo.
Urge así la definición de una estrategia nacional tanto para contribuir con la lucha internacional contra el calentamiento global, como para proyectar el desarrollo del sector forestal a largo plazo. Ambas estrategias se encuentran íntimamente vinculadas.
Sin embargo, hasta la fecha se evidencia el fracaso de las políticas públicas en ambos sectores, afectando el alcance de otros objetivos de alto interés nacional. Por ejemplo, sólo las 500.000 hectáreas de plantaciones de Pino Caribe del oriente del país podrían simultáneamente abastecer el mercado nacional de papel periódico (200.000 toneladas métricas anuales) y producir 50.000 viviendas por año. Otras 50.000 viviendas anuales podrían producirse partiendo de un manejo efectivamente sostenible de sólo un 10% de los bosques naturales del país.
Sin embargo, continuamos importando el 100% del papel periódico que se consume en el país, generando una fuga de mas de 100 millones de dólares anuales. Mientras que el déficit habitacional alcanza proporciones explosivas: 1.8 millones de unidades en una población inferior a los 30 millones. Para cerrar esta peligrosa brecha para el 2020, y simultáneamente cubrir la demanda proveniente del crecimiento de la población (80.000 viviendas por año), se requiere producir 260.000 viviendas por año durante al menos los próximos 10 años.
Las políticas públicas de los últimos años se caracterizan por multiplicidad de aciertos y fracasos. Tres sectores destacan entre los desaciertos: cambio climático, bosques y viviendas. Curiosamente, los tres se encuentran estrechamente vinculados, mas allá de las apariencias superficiales. Sólo la conjugación de esfuerzos permitiría definir y poner en marcha una estrategia nacional destinada a convertir la crítica situación actual de estos tres sectores en oportunidades para fortalecer un modelo de desarrollo efectivamente sostenible en el tiempo.
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(*) PhD