Que el mundo fue y será
una porquería ya lo sé...
¡En el quinientos seis y en el dos mil también!
...Pero que el siglo veinte es un despliegue
de maldad insolente, ya no hay quien lo niegue…
“Cambalache”, tango
de Enrique Santos Discépolo, 1934
En ocasiones el arte sirve como ningún
otro lenguaje para definir sustancialmente situaciones reales. Aquella
predicción de Discépolo está reafirmada por Eduardo Galeano
(para citar a dos latinoamericanos) cuando nos describe hoy como “El
mundo al revés”. Nuestro sistema-mundo está atravesando un
momento coyuntural, caracterizado por lo que pareciera ser una especie
de gran crisis terminal.
La crisis económica
En el año 2006 y a partir
de lo que se llamó la “burbuja inmobiliaria” la hasta ahora
principal economía del planeta -y de la cual las demás son dependientes-
generó una crisis financiera que terminó con el Estado Norteamericano
proporcionando cientos de miles de millones de dólares a las grandes
instituciones financieras para mantenerlas a flote, y acumulando para
sí un inmenso déficit creciente que sería pagado por el grueso de
su población. El efecto de bola de nieve que esa crisis produjo, hace
que a casi 5 años de haberse iniciado, el sistema financiero y económico
mundial se mantenga en una espiral de caída constante, con gravísimas
consecuencias para millones de personas, y a pesar de los permanentes
cantos de sirena del sistema corporativo de medios de comunicación
de masas, que constantemente prevé, anuncia o decreta el final del
proceso de caída y se ve contradicho por la tozudez de los hechos.
Esta crisis, si bien
afecta a todo el mundo globalizado, se ha hecho carne sobre todo en
los llamados países centrales, los EE.UU., Canadá, la Unión Europea
y Japón. Los grandes sistemas financieros (sistemas bancarios, bolsas
de valores) se encuentran en un constante filo de navaja, siempre al
borde de la caída o la quiebra sin poder retomar siquiera los índices
existentes antes del 2006. La única respuesta de los Estados Nacionales,
infiltrados por y dependientes de los intereses de las
grandes corporaciones, ha sido “asistir” con grandes masas de dinero
a los grandes complejos transnacionales para impedir su caída. Esto
ha generado inmensos déficit fiscales que en el caso norteamericano
se han ido compensando con la emisión de dólares inorgánicos (fiduciarios),
cuya presencia en el mercado internacional -al ser el dólar la moneda
de intercambio impuesta globalmente desde el final de la Segunda Guerra
Mundial- inyecta en todo el sistema económico mundial una nueva variable
desestabilizadora. Una devaluación escondida de la “moneda global”
sumerge a todo el sistema.
El cierre en cascada
de inmensos complejos fabriles (sobre todo en los Estados Unidos) y
la caída del consumo, están produciendo millones de desempleados.
En Norteamérica y a pesar de los intentos del gobierno de Barak Obama,
según sus mismas cifras oficiales se siguen perdiendo puestos de trabajo
a mayor velocidad de la creación de nuevos. El fenómeno más usual
es que quien pierde un empleo queda desempleado indefinidamente, o en
el mejor de los casos (en el menor porcentaje de ellos) consigue un
empleo en peores condiciones de trabajo y de ingresos que el que perdió.
A su vez el producto del estallido de la burbuja inmobiliaria (a través
de la cual se vendieron grandes cantidades de viviendas a quienes no
estaban en capacidad de afrontar los pagos de sus hipotecas) ha dejado
prácticamente en la calle a millones de norteamericanos, destruyendo
el sueño de la vivienda propia, una parte integral del “sueño americano”.
En Europa la situación
tiene otra cara. La acumulación del gran déficit estatal, unida a
la recesión de los sistemas productivos, está obligando a los
Estados europeos a caer en las recetas del FMI y el Banco Mundial. Estas
recetas, que ya fueran aplicadas con estrepitosos fracasos en nuestras
latitudes latinoamericanas (recordemos la Argentina de Mennen) se traducen
siempre en sacrificio para los pueblos y supervivencia para los grandes
capitales. Los grandes sistemas de seguridad social que crearon el “welfare
state” van siendo progresivamente desarmados por los distintos gobiernos.
Allí no existen diferencias políticas para aplicar las “soluciones
neoliberales”. Tanto sean gobiernos de derecha como el de Francia,
socialdemocracias a la española u otras posiciones intermedias, todos
aplican las recetas del librito. Si a eso se suma el creciente e imparable
desempleo y la caída del consumo compartida con el resto del sistema
económico central, la respuesta social es la protesta generalizada
(y la consiguiente represión) ya que en Europa todavía quedan restos
importantes de clase trabajadora organizada.
Lo más curioso ante
este panorama desolador es el resultado de toda la crisis para los grandes
complejos transnacionales corporativos. No es necesario que nos refiramos
aquí a datos específicos. Las cifras de ganancias de estos grandes
conglomerados son del dominio público y son informadas periódicamente
en revistas especializadas tales como Fortune o similares, o divulgadas
a través del canal Bloomberg de TV que se retransmite a través de
los sistemas de cable en nuestras latitudes.
Estas cifras son vergonzosas.
No sólo las ganancias de las grandes corporaciones vienen aumentando
sustancialmente año a año a partir de la crisis económica, sino que
las retribuciones anuales a sus directivos (que también se hacen públicas)
también se incrementan hasta llegar a la obscenidad. Estamos hablando
de ingresos que pueden ser hasta de 3.000 veces el valor de salarios
mínimos. La concentración del capital que Marx previera en el siglo
XIX, está siguiendo una curva de crecimiento exponencial, concentrada
en un puñado de grandes complejos corporativos.
La crisis ecológica
Mientras tanto, el otro
factor que parece estar haciendo eclosión sobre el sistema-mundo, es
la crisis del sistema climático. En una escalada progresiva, que presenta
una cresta significativa en el recién finalizado año 2010 y lo que
va del 2011, los violentos cambios meteorológicos crean sucesivas catástrofes
en todos los puntos del planeta. Desde China hasta Australia, pasando
por el norte de Sudamérica (Colombia y Venezuela) y desplazándose
hasta el Sur (Brasil) las grandes inundaciones provocadas por los fenómenos
del Niño y la Niña (inversiones en los sistemas de vientos) están
dejando como saldos inmensas pérdidas de vidas humanas y colosales
y cada vez más difíciles de contabilizar pérdidas materiales. Las
grandes inundaciones en algunas partes se ven alternadas por históricas
sequías en otras (África en particular) generando una especie de balanza
de excesos climáticos que no estamos ya en capacidad de afrontar ni
controlar.
A estas alturas nadie
puede negar que el notable aumento de la periodicidad e intensidad de
estos fenómenos esté directamente relacionado con las graves alteraciones
que el sistema productivo de nuestra sociedad induce en el ecosistema
global. El efecto invernadero, el progresivo aumento de las temperaturas
medias en todo el planeta, el derretimiento de los casquetes polares
(sobre todo el Norte), la contaminación de todo tipo, la acumulativa
producción de calor excedente del consumo de energía de nuestra sociedad
industrial, los huecos en la capa de ozono, han venido alterando significativamente
los equilibrios ecológicos hasta llegar a lo que hoy parece ser una
respuesta cada vez más violenta de la naturaleza a estos excesos.
Nuevamente lo curioso
es la forma en que la llamada “comunidad internacional” responde
a esta situación. En diciembre de 1997 y luego de varios años de intensas
negociaciones, los países industrializados se comprometieron en la
ciudad de Kyoto a ejecutar un conjunto de medidas para reducir los gases de efecto invernadero.
Los gobiernos signatarios de dichos países pactaron reducir en al menos
un 5% en promedio las emisiones contaminantes entre 2008 y 2012, tomando
como referencia los niveles de 1990. Más de una década después y casualmente
en el mismo período del incremento de las catástrofes climáticas,
las intenciones manifiestas en este protocolo son enterradas sigilosamente.
El fracaso parcial de
la XV Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático organizada
por las Naciones Unidas y celebrada en diciembre de 2009 en Copenhague,
en la cual fue imposible llegar a un acuerdo y en la que algunos representantes
de países industrializados intentaron “pasar” bajo la mesa una
declaración no aprobada por el consenso; fue seguido en la XVI Conferencia
realizada en Cancún, por el alejamiento total de los compromisos de
Kyoto, en diciembre de 2010 La declaración final de esta reunión,
de un tono absolutamente lavado y de no compromiso, prácticamente deja
patente de corso a las transnacionales para seguir devastando el planeta.
Es que allí la mano negra corporativa manipuló completamente a los
representantes de los países industrializados, para llegar a una conclusión
coincidente con los intereses de las grandes compañías.
La teoría de la bicicleta
¿Qué está sucediendo
entonces? Ante la gravedad de las crisis la respuesta es la huída hacia
delante.
Este fenómeno tiene
sus interpretaciones. El film “Zeitgeist” (que puede encontrarse
en Google Video en Internet) dedica la tercera parte de su extensión
a mostrar como el poder de la banca estuvo absolutamente imbricado en
el sistema político norteamericano desde la propia constitución de
esa nación. Este antecedente ha sido desbordado ampliamente a partir
de la década de los 80 del siglo XX. Los gobiernos de Ronald Reagan,
Bush padre y Bush hijo se encargaron de promover y estimular el proceso
por el cual la influencia tradicional que a través del lobby ejercían
las grandes corporaciones en las decisiones del gobierno norteamericano,
se fuera convirtiendo en incidencia directa a través de las mismas
personas que ejercían el doble papel de agentes de las corporaciones
y funcionarios de gobierno. El gobierno de Obama ha demostrado su total
incapacidad para alterar esta situación. En los distintos países europeos
este proceso de progresiva asunción de los gobiernos del rol de voceros
de las corporaciones se ha ido dando a distinto ritmo y en diferente
intensidad, pero también ha seguido adelante. Un ejemplo típico es
el gobierno español (tanto sea de la derecha del PP como de la socialdemocracia
del PSOE) que en sus contactos internacionales ejerce en forma natural
como representante directo de sus mayores corporaciones (Telefónica,
BBVA, Santander, por ej.).
Y el dilema de hierro
es que el sistema corporativo responde a un único y hegemónico estímulo,
el lucro inmediato. Los altos ejecutivos de las corporaciones (que han
ido transformándose en el último medio siglo de empleados muy bien
pagados en socios corporativos) toman absolutamente todas sus
decisiones con los ojos puestos en el balance de fin de año que debe
presentarse a los accionistas. Lo único importante entonces son las
cifras de ganancias inmediatas. Y ésta es la lógica que mueve las
decisiones corporativas.
Por eso nadie puede pedir
que estas empresas tomen algún tipo de decisión para frenar o paliar
la crisis económica, ya que en su seno sus balances son cada vez más
brillantes. Igualmente, nadie puede esperar que exista en sus acciones
algún tipo de preocupación ecológica o social, o una prevención
del futuro a mediano o largo plazo. La depredación, el acaparamiento
y la devastación de los recursos mundiales, el control del conocimiento,
la promoción de mercados alternativos (como el de las armas) cuando
baja el consumo de los tradicionales, son variables cuyo control inmediato
permite el constante crecimiento anual de las ganancias de las transnacionales.
Si a eso agregamos que
el entrelazamiento económico y financiero ha generado que estas corporaciones
se constituyan en una especie de red global, dónde lo que beneficia
a una de ellas, directa o indirectamente beneficia a las demás, el
sistema de decisiones planetario aparece como muy cerrado, hermético
a las graves realidades que está viviendo el resto de la humanidad
(la gran mayoría de los habitantes del planeta).
No parece entonces sensato
prever un cambio de rumbo del sistema. Estamos ante el mejor ejemplo
de la teoría de la bicicleta. Si descendemos una larga y empinada pendiente
en bicicleta y los frenos se estropean, la única solución es aumentar
el ritmo del pedaleo y la velocidad de la bicicleta para mantenerse
estable. El único problema es que existe un límite y es la capacidad
de la bicicleta para seguir aumentando su velocidad. Hay un punto de
colapso cuando ya no es posible seguir acelerando, y la catástrofe
se vuelve inevitable.
Es lo que parece estar
sucediendo con nuestro sistema-mundo. La aparente ceguera suicida es
parte de la propia lógica del neocapitalismo corporativo. Le es imposible
estructuralmente detenerse o cambiar el rumbo. Aparentemente estamos
marchando aceleradamente hacia el colapso de todo el sistema.
Las respuestas posibles
Desde nuestra condición
de periféricos, no podemos hacer más que lo que ya estamos haciendo
colectivamente. No tenemos los controles del sistema que están en los
países centrales, pero estamos aceleradamente generando nuestros propios
controles (¿Qué otra cosa son los movimientos sociales, los gobiernos
progresistas, los sistemas de integración, la conciencia y las acciones
crecientes hacia el autoabastecimiento –tanto de nuestros recursos
naturales como de nuestras capacidades productivas- sino intentos de
salirse del proceso suicida y generar nuestras propias respuestas?).
Sólo de esta manera,
despegándonos de los mecanismos de control y dominación (que el mensaje
mediático vende cotidianamente como el único sistema natural y posible)
es que podremos generar una esperanza para el futuro de nuestros hijos
y nuestros nietos.
Esta es la tarea que
nos toca, pongamos nuestros esfuerzos en abandonar la bicicleta que
se estrella y crear nuestro propio camino. Por el bien de la humanidad.