Aquella mañana de un 27 de febrero de 1989, como de costumbre salí a
trabajar bien temprano; aún estaba a oscuras cuando comenzaba a bajar los
escalones del barrio “el cerrito” en Petare, lugar donde vivía con la vieja
junto con Concepción mi mujer, a quien de cariño llamábamos “la chata” y Luz
Angélica, mi chamita, quien tenía para ese entonces dos años.
El día había amanecido medio nublado; llevaba en el morral el pan con
mantequilla y queso que me había preparado “la chata”. Recuerdo que estaba
muy preocupada porque durante ese mes no se encontraba leche ni azúcar para
darle el tetero a nuestra hija, razón por la cual, sólo alcanzábamos a darle
la crema de arroz polly. No sólo era que no había leche ni azúcar, tampoco
huevos, arroz ni caraotas. La situación para conseguir los alimentos era
difícil y, quien los conseguía debía pagar estos alimentos con sobreprecio,
de lo contrario no podía obtenerlos. También recuerdo que los medicamentos
que siempre iba a buscar en el seguro, para la tensión alta que sufría mi
mamá, no llegaban. Mientras todo eso ocurría escuchaba decir en televisión,
que eran las nuevas medidas económicas que el gobierno de Carlos Andrés
Pérez tomaría para sacar a Venezuela de la “crisis”.
Cuando llegué a la parada, ya eran las seis en punto. La cola era
interminable. No estaba muy claro el porqué de la cola, ya que siempre en
las horas pico había bastante camioneticas. Yo entraba a trabajar a las
siete en punto en una distribuidora de cosméticos en Boleita. Al fin,
pasadas las 7:15 llegaron en serie una 10 camionetas. ¡Menos mal! Dije;
cinco minutos más y llego tarde. De repente, al inicio de la cola, se
escuchan gritos y mentadas de madre en contra de los señores de la línea. La
gente en la cola, ya un poco afanosa, pregunta ¿qué esta pasando?. Uno de
los usuarios, muy molesto nos dice: Esos desgraciados autobuseros;
aumentaron las tarifas el doble sin previo aviso, dizque porque aumentaron
la gasolina en el día de hoy. ¿Cómo que aumentaron la gasolina?. Eso no lo
dijeron al pueblo en la última cadena; replicaba una señora en voz alta. De
esta manera, la confusión comenzó a apoderarse entre las personas allí
presentes, quienes se negaban a pagar dicho aumento.
Para ese momento, irrumpe un grupo de motorizados, lanzando consignas contra
el gobierno de Pérez, a la par que un grupo de personas utilizando piedras y
tubos arremeten contra la santamaría de un negocio mayorista de víveres. Uno
de los enfurecidos, grita: ¡Este es el negocio de los acaparadores! Vamos a
darle duro. En segundos, uno de los negocios, quizá el depósito más grande
del sector estaba siendo saqueado; al punto que el vigilante se unía a la
acción. El azúcar, la leche, los huevos, las caraotas y el arroz,
aparecieron como por arte de magia. La euforia colectiva continuó y con ello
el saqueo a las tiendas cercanas. Era una avalancha de gente incontrolable
que se llevaba lo que estaba a su paso. No fui a trabajar. Observaba lo que
estaba pasando. Cerca de las nueve, la PM apareció en el sitio disparando
sus armas de fuego. Un señor, atribulado por lo que pasaba, comentó: vengo
de Guarenas; por todos lados la gente esta saqueando todo tipo de comercios,
panaderías, mueblerías. Nunca vi algo semejante.
La situación era incontrolable; intenté regresar a casa, pero la ruta de
jeeps no estaba trabajando, e intentar subir el cerro en esas condiciones
era muy riesgoso; así que decidí tratar de buscar un sitio seguro en medio
de tanto desastre. Pasadas las 12 del mediodía, el ejercitó salió a la
calle. Vimos como un grupo de ellos disparaba en contra del pueblo. El ruido
de la balacera era ensordecedor. Afortunadamente, hasta ese momento,
estábamos a salvo en el sótano de una estructura en construcción.
Quienes nos atrevimos a salir; a riesgo de nuestra propia vida. Pudimos ver
cadáveres de niños, niñas, hombre y mujeres esparcidos a lo largo de la vía;
algo terrible. En ese entonces, sentí una ráfaga intensa en mi espalda.
Perdí el conocimiento y no supe más nada. 16 años después en esta silla de
ruedas escribo esta historia. Mi vieja murió de un infarto al conocer la
trágica noticia de mi desgracia. “La chata” nos abandonó. Mi hija aún vive;
estudia en la misión Ribas. He logrado sobrevivir vendiendo ropa como
buhonero en el boulevard de Sabana Grande. Hoy, junto a todos esos
venezolanos muertos y heridos seguimos esperando justicia.
Esta es la historia imaginaria de un venezolano cualquiera durante esos
trágicos hechos del 27-F. Pidamos a Dios para que jamás se repitan.
javiervivas_santana@hotmail.com