No podemos vivir rodeados de muertos y de muerte eternamente, y si aún existen prejuicios, hay que destruirlos. El deber, digo bien: EL DEBER de todo creador, artista, investigador, no es ir precisamente esconderse detrás de su paleta, el armario, y las letras que lo alimentan, sino mas bien salir, sacudir al espíritu público y enfrentar su ignorancia.
Si no ¿para qué sirve?
¿Para qué nació?
Antonin Artaud
Así como los fenómenos meteorológicos que han provocado la acción inmediata de organismos pertinentes, conjugados con el brazo solidario de los ciudadanos para solventar y/o prever de algún modo, las crisis naturales que han azotado atrozmente algunas regiones de nuestro territorio, también de ese modo un pequeño mundo cultural está resurgiendo para contrarrestar y prevenir el poder peligroso de la acción socavadora, que pretende enraizarse como pauta de ejercicio y erigirse de tutora presumida desde el vivero de la cultura local. Apenas nace la respuesta a este intento de ¿trabajo? que más semeja ingratitud e ignorancia de la herramienta que posee esta nueva directriz cultural, apenas nace, sí, en prevención de un posible deslave que desintegre los ánimos en otras áreas ejecutivas, y troque las ansias populares en escepticismo conveniente a los enemigos del naciente proceso.
Basado en una gestión que “multiplique” el subsidio que recibe del ejecutivo regional, la nueva cabeza del Instituto Merideño de Cultura ha ido tomando medidas discriminatorias para con la mayoría que ha sufragado a su favor, varias veces, muchos de los cuales, ya no contemplaban la gestión gubernamental como eficiente, y que, por no perder la plaza, auparon, estratégicos, al incipiente proceso nacional de intenciones incluyentes y transformadoras, que precisamente en cuanto a lo popular, encabeza nuestro presidente. Aunque el encabezado de este artículo, tenga un señalamiento en específico, estas líneas no son una acusación a su persona, o a su entorno ejecutivo. Ni mucho menos trata de pertenecer o forjar un corrillo para montar gestiones desplazadas. Esto es apenas un esbozo de análisis que ha echado andar dentro del común, de una respuesta que está naciendo con intenciones de descubrir, conocer y mostrar el poder de lo que somos, pues el poder de la cultura es el rostro de un país, de un gentilicio, y si es parte de un movimiento con gajes de revolución, la cultura es el rostro de su proyección a futuro, de su expansión al mundo. En nuestro terruño merideño, la cultura es el ecléctico rostro manifestado como la piedra preciosa de más vistosas aristas que tiene la provincia venezolana, ignorado por los mismos creadores que lo conforman.
Es la cultura de los pueblos la que marca la pauta que los diferencia de otros. Es su templo, su talento, conocimiento a trasmitir, y los pueblos son los guardianes de su resguardo. Los valores culturales son genes que protegen y defienden a los pueblos a través del tiempo. Estas líneas son entonces, un espejo apenas desenterrado que en nuestros pocos encuentros, nos ha reflejado el rostro cansado, burlado, mal visto, olvidado, pero con la misma presumida inocencia, es el arma paradójica de los artistas, que no acepta permitir que la mercadería se apodere ni de su templo interior, ni de las comarcas que son su alimento circunstancial.
El poder cultural está siendo manejado al antojo, como accesorio que “normalmente” más incomoda a las autoridades ejecutivas, no solo de ahora precisamente. Siempre ha sido un estorbo cuya única manera de tragar ha sido a través de la exclusividad, el favoritivismo, el concurso, la cotización, donde los íconos triunfantes adquieren con el tiempo rango de papas o sumos pontífices, con séquitos propios, y voz de jueces que perpetúan la exclusión de sus hermanos no favorecidos. Pero es el brote de los herejes a estas posturas, cuya manifestación siempre supera los lazos de la muerte, que surgen y derrumban a los íconos, la razón fundamental de que ese no es el camino adecuado para estos tiempos. El propio primer mandatario regional, decepciona cuando toma el tema cultural, en su última intervención, no dando detalles de la gestión a emprender para este año, esquivando lo pragmático-administrativo con un falsete minúsculo dedicado a Giandomenico Puliti y de la manera más ramplona, pasar de inmediato al área del deporte. Tampoco este trabajo pretende estacionarse en criticarlo. Su óptica es el efecto que trae ya sembrado. Los trabajadores de la cultura ya estamos acostumbrados, pero también somos los responsables de que haya sido de esta manera, la única en que se nos vea, por lo tanto, somos nosotros, los más interesados de que cambie de una vez por todas este estado de cosas.
Este trabajo, finalmente, es una real invitación a todos los sectores que en su talento sienten la necesidad del deseo transformador para con esta tradicional y despreciable situación: revolucionar de verdad el sentido peyorativo, con que las instituciones han manejado nuestros los valores, que son precisamente los que van a perpetuar los cambios que se están dando, los estrategas para el sembrado de la simiente de una nueva sociedad, es decir, los artistas en todas sus manifestaciones. De allí que, a través de estos encuentros se está gestando la grandiosa vertiente de una constituyente cultural que aglutine a todos los sectores, de nuestras disímiles topografía, conocimientos, ocupaciones, para forjar una ley que controle y promueva nuestra invaluable fecundidad regional. Que no sea el capricho de quitar o poner, cual guachimanes de un partido, a los pilotos de tan importante nave, que ya no sea sólo el prestar oídos a los íntimos, mientras, cual María Antonieta, se manda a “comer pasteles” al pueblo que clama su derecho a la participación. Pero el emplazamiento tiene que venir de nuestras acciones y de una vez, demostrar que de un principio el camino de la libertad que tanto pregonamos también partió equivocado, de ahí su desvirtuación ya que desde un principio los egoístas agentes exógenos acechan penetrar y esquivar la dirección de la voluntad de crecer juntos, que, si estamos en un proceso de crecimiento, no vamos andar siempre con la andadera bajo el brazo por temor a caer, demostrar que la libertad, es acción para la autonomía, la independencia de vicios del pasado, por lo tanto, dejar de un lado definitivamente lo que nos perjudica a todos en general, partir de las palabras sabias de Jiddu Krishnamurti que rezan lo siguiente: Hacer lo que nos da la gana, no es señal de ser libres. Hacer lo que nos da la gana es ser esclavos del capricho.
Arnulfo Poyer Márquez
C.I. 4.052.889
Lic. Letras Clásicas / Diseñador Gráfico.
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