Fuera de Estados Unidos pocos dudan que ese es el país con menos
autoridad moral para criticar a otros por el tema de los derechos
humanos y existe conciencia de ello hasta en sectores pensantes
dentro de sus fronteras. Prueba fehaciente es que la superpotencia
se ha visto forzada a patrocinar la resolución contra Cuba en este
periodo de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos (CDH) de la
ONU. La razón es que no ha podido encontrar ningún otro gobierno
dispuesto a hacerle el favor. Esta situación es nueva y es el
resultado de cambios en la actitud hacia el imperio que se vienen
operando en el mundo, particularmente en América Latina. Resulta
significativo que Washington no haya podido lograr esa conducta
cipaya ni siquiera entre los aquiescentes gobiernos
centroamericanos y de los ex países socialistas de Europa central.
Y es que al parecer no se han atrevido a hacer ese papel
bochornoso y ridículo en el escenario internacional ni ante su
propia opinión pública.
Un cambio sustantivo es que se ha dado en la percepción mundial
sobre lo profundamente injusto e inequitativo que es este
ejercicio anticubano. Ello obedece a una mayor sensibilización
sobre el carácter violador por naturaleza de los derechos humanos
del sistema estadunidense. De la misma manera, a la creciente
certeza de que en Cuba, pese a la situación de cerco en que vive,
existen realizaciones únicas en el campo del respeto a los
derechos humanos, incluidos derechos políticos, sociales y
económicos que no se observan en la mayor parte de los países.
Expresión clara de esto es el reciente manifiesto firmado ya por
miles de intelectuales, académicos y figuras públicas de distintas
naciones, al que últimamente se adhirieron también el premio Nobel
de literatura Darío Fo, el dramaturgo inglés Harold Pinter y los
compositores Mikis Theodorakis y Chico Buarque de Holanda. Influye
en la nueva conciencia unavisión más clara sobre la criminal
conducta de Estados Unidos una vez que trascendieron las torturas
aplicadas por sus militares a los prisioneros en Guantánamo y más
tarde en Abu Ghraib y otras cárceles de Irak y Afganistán. Esta
visión ha logrado cierto eco inclusive en la dócil prensa plana de
Estados Unidos, donde también se manifestó cierto debate sobre la
procedencia de la designación como secretario de Justicia de
Alberto Gonzales, promotor y justificador de la tortura.
El hecho de que el coloso del norte se quede sin otra alternativa
que presentar él mismo la resolución anticubana pone de relieve lo
que el gobierno cubano se ha cansado de repetir. Que este
instrumento ha sido siempre de la autoría intelectual exclusiva de
Washington, independientemente de que otros gobiernos se prestaran
a servirle de máscara a partir de 1999. Queda claro que aun cuando
los miembros de la CDH integrantes de la frágil Unión Europea ya
hayan anunciado que se colocarán al lado del poderoso, el tema de
los derechos humanos en Cuba es un espantajo de pura fabricación
estadunidense.
Estados Unidos, por eso, ya está derrotado moralmente en Ginebra
antes de la votación, que muy probablemente pierda pese a sus
cuantiosos recursos para ejercer el chantaje y la intimidación a
que acostumbra en las relaciones internacionales, especialmente
cuando se trata de lo relacionado con Cuba. La historia
esclarecerá pormenorizadamente en su momento los motivos de esta
obsesión compulsiva, pero desde ahora sabemos que es la
independencia lo que el vecino del norte no le perdona a la isla
rebelde. La insistencia de la potencia en imponer universalmente
un modelo único, cuyos resultados han sido nefastos, y la
consecuencia de Cuba en defensa de su exitoso sistema propio no
han pasado inadvertidos. Otro hecho que constituye una derrota
moral para Estados Unidos es el descafeinamiento de su proyecto de
resolución, casi vacuo, cuyo único objetivo sería continuar
manteniendo a Cuba bajo escrutinio en el tema de los derechos
humanos, ya que se ha dado cuenta que el clima existente en la CDH
condenaría de antemano a la derrota un texto más explícito. La
derrota de la moción anticubana contribuiría al rescate del
mermado prestigio de la CDH, pero incluso en el muy improbable
caso que pasara expondría como nunca su carácter politizado,
selectivo y discriminatorio. La derrota tendría también el efecto
de aislar más a Washington en su política de agresión contra La
Habana y lo privaría de ese pretexto para continuar escalándola.
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