Multinacionales vs. Naciones mundiales

(Uniformidad de la Explotación)

De Perogrullo, siempre ha resultado más fácil, económico y expedito movilizar las mercancías que las correspondientes empresas productoras. Este es un hecho técnico que no admite discusión de ninguna índole; está allí y nada más.
Cuando la producción hizo sus primeras manifestaciones internacionales lo hizo a través del comercio; basta recordar el impetuoso y acelerado desarrollo del mercado y la mercadotécnica post medieval luego del descubrimiento e imposición a la brava de nuevas rutas entre la vieja Europa y la gente del extremo Occidente, las mejoras de transportación, los coadmitidos *tratados* internacionales de *libre* comercio, etc.
Hoy hoy hoy, y establecido el eufemísticamente llamado concierto de las naciones, cuando cada pedazo de tierra habitada ha sido convocado a constituirse en naciones, con autonomía, soberanía y mil diplomáticos epítetos más, con banderitas, escuditos y demás iconos representativos de la más retrógrada blasonería heredada de aquella regia y feudal heráldica, hoy por hoy, decimos, la ineluctable y desenfrenada carrera del comercio contemporáneo se ve inzanjablemente obstaculizada por la supervivencia de esas las naciones involucradas. Y nos explicamos:

Libertad de comercio supone ausencia de barreras geográficas que ora se eliminan con transporte adecuado y pactos comerciales internacionales, que obviamente corren a cargo de los gobernantes de turno, ora mediante el novísimo sistema de las maquilas o empresas diseminadas nacionalmente por el orbe según sus particulares ventajas sociológicas y naturales, pero centralizadas desde una firma comercial que sólo pertenece formal y jurídicamente a una nación en particular , a un puñado de capitalistas apátridas, pero que es ubicua por la misma razón. Estas empresas centralizadoras se conocen como transnacionales y poli o multinacionales.

Operan de la manera más elemental en lo técnico y en lo legal. En alguna parte del planeta, en ese concierto de naciones políticamente independientes y jurídicamente descentralizadas, habrá siempre un recurso material o humano de menor coste, cuya contrata resultará recomendable, rentable y hasta plausible por parte de la los transaccionistas del caso. Esta contrata es microeconómicamente recomendable, y con ella se logra saltar todas las berreras geográficas, jurídicas, y culturales. La nación centralizada ve un tremendo negocio como país que mejorará su empleo, y la nación centralizadora ve crecidas sus ganancias y abaratados sus costes.

Todo hasta allí luce fría, legal y comercialmente beneficioso para las partes, sólo que, bien miradas las cosas y con un criterio macroeconómico, el espurio bienestar de los habitantes de la nación maquilada o paramaquilada va con cargo al enorme perjuicio y permanente desestabilización de la nación que funge de sede de la transnacionalista.

En este fenómeno de la transnacionalización se da, pues, la importante incongruencia entre una armonía lograda entre los inversionistas de varios países mediante una técnica, lucrativa, políglota, apátrida, desnacionalizada, microeconómica y accionaria, y la ostensible desarmonización de unos trabajadores y pobladores del mundo que están nacional, cultural, folklórica, étnica, lingüística, jurídica, política y económicamente separados de raíz. Digamos que la unión de los trabajadores, como mercado trasnacional que facilita la centralización del capital, se ha dado sin que se dé todavía la unión de los proletarios del listo para su explotación mundo para su liberación económica del yugo burgués.

Y es una bien montada bizantinidad pretender demostrar lo contrario de lo que aquí denunciamos ora de parte de los epígonos del aburguesamiento multinacional, ora de parte de gobernantes demagógicos de ingenua, negligente, irresponsable, deliberada y transitoria función burocrática.

Por esta razón, siempre tendremos una dicotomía irreconciliable entre los intereses de las multinacionales y los de las naciones del mundo. Este es el típico fenómeno que pone en evidencia el proceso de centralización de la plusvalía mundialmente dispersa y extraíble de los trabajadores del planeta, y que nos permite aclarar cómo los países pueden ser oprimidos por otros, independientemente de que hayan sido colonias, tribus o imperios menores venidos a menos, porque sencillamente la explotación que una clase hace sobre la otra guarda simetría cuando se trata de competencia de países entre sí, y para ello basta con la anuencia política de los gobernantes que permiten que un capital extranjero venga a su casa a explotar a los suyos.


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Manuel C. Martínez M.


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