A propósito de las ideas expresadas por Alan Woods y William Izarra. "Mientras siga consagrada la propiedad privada nunca vamos a tener una revolución completa" y destacan ”la necesidad de dejar atrás el reformismo y construir el Socialismo del Siglo XXI”
La propiedad privada y el socialismo, este es un tema muy delicado. El socialismo del futuro no es para crear más propiedades colectivas o grandes proyectos estatales de producción agropecuaria pues ya la historia contemporánea demostró que esto no funciona. Incluso la explotación cooperativa es difícil que subsista, pues en muchas situaciones se da aquello de que "todo es de todos, nada es de nadie", a no ser que existan prioridades gubernamentales que impulsen este tipo de figura empresarial agrícola, como una forma de democratizar la organización de los agricultores. En el caso de Cuba un alto porcentaje de su producción agropecuaria descansa en la pequeña propiedad rural, de beneficiarios del proceso de reforma agraria de inicios de los años 60. En el caso de la antigua Unión Soviética, la demanda de productos agrícolas de gran demanda, era satisfecha en los grandes centros de población, por la producción, de hortalizas, legumbres y frutas, que se producían en la la pequeña propiedad particular y en la huerta familiar. La pequeña propiedad rural, debidamente explotada, dentro de los marcos de programas de producción debidamente respaldados, con crédito oportuno, asistencia técnica de calidad y sobre todo, sobre todo, mercados seguros, es la base para la democratización de la vida en el campo.
Evidentemente hay que luchar en contra del latifundio improductivo, pero tampoco esto debe significar que tengamos que desterrar la agricultura de grandes extensiones, que se desarrolla bajo criterios de uso intensivo del suelo, y que se inscribe dentro de los planes de producción agropecuario dictados por las autoridades agrícolas y pecuarias del país. La acumulación de la propiedad rural como manifestación de poder y con criterio especulativo debe ser desterrada de nuestros campos, para abrirle espacio a los programas de desarrollo agropecuario que oportunamente sean diseñados e impulsados, como parte de una estrategia de desarrollo nacional y regional.
La revolución venezolana debe buscar su propio camino y establecer un modelo de propiedad y de explotación de la tierra en el campo, que mejor convenga a sus intereses nacionales. La democratización de las zonas rurales del país, claro que pasa por la vía de la lucha en contra del latifundio improductivo, pero también pasa por la vía de la multiplicación de los proyectos cooperativos y de la pequeña explotación campesina y familiar, involucrados todos, por medio de diversos mecanismos, en los planes de producción agropecuaria y en general que respondan a planes de desarrollo nacional.
Creo que la gran disyuntiva no se debe planear entre reformismo o revolución, sino entre la posición romántica de lucha contra la propiedad privada, que nos puede llevar al fracaso o los planes sensatos y racionales, fundamentados en la propuesta reslpaldada desde el punto de vista tecnológico y productivo, enmarcada ésta dentro de una concepción de justicia social, pero sobre todo con sólidos fundamentos de factibilidad económica. El socialismo del siglo XXI debe pasar por el respeto a las leyes de la economía y en no perder de vista la racionalidad en el gasto e inversión públlica
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