Las formas evolucionan, las razones que las originan siempre terminan siendo la mismas. Hoy se está produciendo en Venezuela un fascismo de rostro ligero, plumífero, aéreo. Un fascismo nuevo. No se piense que parecen raros simplemente por nuevos en su aspecto, lo parecen porque su forma básica de pensar va a contrapelo de la naturaleza social del ser humano. Allí no sólo pierden toda frescura aparente sino que se ubican en la más abyecta condición de la naturaleza humana. Vieja, muy vieja, tan vieja como el hombre mismo. La razón de la sinrazón. La sinrazón de la exclusión de todo aquél, aquella o aquello que no sea como ellos.
Como señaló José Ortega y Gasset: “un tipo de persona que no quiere dar razones ni quiere tener razón”. Sencillamente soy como soy y punto. Es la clase de persona que sólo se muestra resuelto a imponer su opinión. Reivindican el derecho a no tener razón. En su conducta cotidiana se revela la naturaleza estructural de su hermetismo mental. Entregados en cuerpo y alma al vicio de la sinrazón, no se exigen así mismos la más ligera pizca de razonamiento para rechazar al distinto, al que no es igual, al que se atreve a esgrimir razones. Cegados por este macabro mal del que adolecen alcanzan límites orgásmicos cuando de negar la idea o acciones del otro se trata.
Para rechazar con rotundidad pesada como una lápida todo cuanto provenga del “otro”, no necesitan las ideas sino los ojos. Les basta con alzar la mirada, ver si el otro es pardo, negro, mulato, tierruo, boina roja o ese genérico “meta la mano” que llaman “chavista” para rechazar hasta el cielo prometido si esta divina esperanza proviene de este “otro” distinto y repugnante.
Más de dos millones de miembros de las llamadas clases medias han sido víctimas de la voracidad ladrona de los bancos bajo dos figuras que recuerdan aquella ley del “toma y quita” aprobada en 1834 bajo la presidencia de José Antonio Páez. Incluso más eficaz que aquella en sus objetivos. La de los créditos hipotecarios indexados que arrebató a millones de venezolanos sus hogares y la lista interbancaria llamada “sicri”, consistente en crear una especie de listado de delincuentes bancarios que perdían toda posibilidad de acceso a nuevos créditos por haber sido, en alguna oportunidad, “mala paga” con esos bancos. Por cierto llama la atención que la misma gente que chilla por la Lista de Tascón no haya tenido la misma disposición frente a esta lista negra de los banqueros. Imagino que se debe a la misma sinrazón, los banqueros son como ellos y Tascón un chavista.
El gobierno del presidente Chávez, eliminó la figura de los créditos indexados, ordenó la reestructuración de los viejos créditos, la devolución del dinero robado a la gente, y por último, la eliminación del “sicri” y empezó a pagar –con intereses de mora- los ahorros de la clase media robados por los banqueros en la crisis de 1996. Es de hacer notar que estas iniciativas tienen a la clase media como la principal y casi única beneficiada, los pobres, aquellos que representan el soporte del “chavismo” ni tienen cuentas a ahorro, ni deben créditos hipotecarios y claro está, jamás estarán en la lista “sicri” pues jamás los dejaron pasar de la puerta de un banco para adentro. Era de esperar al menos un leve signo de satisfacción. Habría bastado con disponer, si no de neuronas, -que parecen fatalmente dañadas- al menos de sentimientos y amor propio para confiar en un gesto, acaso levísimo, de gratitud con el gobierno bolivariano.
Pues bien, esta clase media, más víctima de la criminal campaña de los medios de desinformación que victimaria, ha perdido hasta la más sutil sospecha del lugar donde se originan las ideas. De nuevo el sentido de la vista y el oído ha derrotado a la razón. En Asamblea de Ciudadanos celebrada en una urbanización del Este de la ciudad, el atrevimiento insospechado de un ciudadano al proponer una reflexión sobre este tema fue rechazado bajo una andanada de descalificaciones al mono, zambo, comunista y asesino Chávez. No faltó el “intelectual” que señalara la trampa comunista detrás de estas medidas engañosas del mono. Derrochando sindéresis expresó qué: “claro, el mono este, quiere los apartamentos en nuestro poder porque es más fácil quitárnoslos a nosotros que a los banqueros”. Poco faltó para que se organizara una marcha en defensa de los pobrecitos Escotet, Salvatierra, Velutini o Mezherane, bajo la consigna de: “Chávez, con nuestros banqueros no te metas”.
¿Tendrá algún día solución esta endemia que nos ha dejado seis años de plaga mediática? Difícil, realmente difícil, Venezuela sufre de los efectos de un arma “sólo mata mentes” cuyas consecuencias no estamos en condición de vislumbrar. Quiera Dios y el pueblo que no se pierda la paciencia jamás y que, no obstante las más enloquecidas arremetidas, no se pierda la capacidad de tolerancia, comprensión y misericordia para no cejar en el empeño de sanar la sinrazón con ideas, con el diálogo, instancia superior de la razón.
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