Vientos de Cambio y Esperanza

El nacimiento de la CELAC en Caracas

No es sencillo para quienes nos dedicamos al análisis social y político ser lo necesariamente ecuánimes y medidos al enfocarnos sobre los sucesos de creación de la CELAC (Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe) en la capital de Venezuela los días 2 y 3 de diciembre de 2011.

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Es muy difícil no emocionarse habiendo sido testigos de las dos reuniones abiertas (transmitidas íntegramente por el sistema de medios públicos venezolanos) de los treinta y tres mandatari@s de las naciones americanas, donde mostraron su intención de llevar adelante la realidad de una nueva mancomunidad continental. 

El verbo encendido, la altura y diversidad de los argumentos, la aparente unanimidad en el objetivo común de rescatar las viejas ideas de la Independencia de ser un continente unido, la sensación final de la inevitabilidad de la integración, y sobre todo la afirmación de una voluntad y la elección de un camino propios, creo que ha sido capaz de entusiasmar los corazones de inmensas multitudes, desde el Río Bravo a la Patagonia (de aquellas claro que pudieron de alguna manera tener acceso a los sucesos, boicoteados o descalificados ampliamente por las grandes transnacionales de la comunicación). 

Claro que somos realistas, que sabemos que muchas de las reuniones cumbres no van más allá de rimbombantes declaraciones formales, que la constitución de organismos supranacionales deja muchas veces como resultado instituciones burocratizadas e inoperantes. También sabemos que aún en el mejor de los casos, lograr consensos y resoluciones comunes de treinta y tres gobiernos de las más variopintas posiciones ideológicas, no será en absoluto una tarea fácil. Son entonces muchas las dificultades, que han hecho a algunos descreer previamente de los posibles logros de la naciente comunidad, o de su posible eficacia. 

Sin embargo, más allá  del viejo entusiasmo de quienes hace ya muchos años hemos luchado y seguimos haciéndolo, por la construcción de la Patria Grande, creemos que existen varios indicadores que nos permiten tener optimismo sobre el futuro de la criatura naciente. 

Síntomas de los tiempos 

Para quienes fuimos testigos en enero de 1962 de las resoluciones de la OEA tomadas en Punta del Este, Uruguay, dónde un grupo de 14 países latinoamericanos votó  obedientemente la voluntad de los Estados Unidos de expulsar a Cuba de la OEA (en una reunión propuesta formalmente por Colombia, que en aquella época también era un fiel representante de los intereses norteamericanos en nuestro continente), es un parte importante de lo conmovedor de estos sucesos el haber presenciado hoy estas reuniones en Caracas, dónde las naciones latinoamericanas hablaron con voz propia y aparentemente tomaron sus decisiones de acuerdo a sus propias ideas y necesidades., No sólo parecemos haber llegado a la mayoría de edad al ser capaces de agruparnos por cuenta propia, sin ningún tipo de intervención extranjera, sino también de estar muy concientes de nuestras propias necesidades. Pareciera ser que estamos aprendiendo rápidamente a vernos con nuestros propios ojos. ´ 

Sí parecen entonces haber cambiado mucho algunas cosas en nuestro continente. 

Por otro lado, estos acontecimientos no surgen repentinamente de una chistera. No sólo el Grupo de Río, predecesor de la CELAC viene operando desde 1986 y protagonizó importantes episodios internos de nuestros pueblos, tales como su intermediación en el posible conflicto entre Ecuador y Colombia cuando un operativo militar del segundo violó la soberanía del primero y mató gente en territorio ecuatoriano. También de alguna manera las acciones de la UNASUR1 (Unión de Naciones Sudamericanas), un organismo continental relativamente joven que demostró su capacidad de respuesta en sus intervenciones ante el intento secesionista en Bolivia o el intento del golpe de Estado en Ecuador, son también un buen precedente para la CELAC. Igualmente la operación de MERCOSUR (Mercado Común del Sur), el más antiguo de nuestros organismos creados por iniciativa propia, o de la más joven ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas), consisten en otras muestras no sólo de la voluntad, sino también la capacidad real de nuestras naciones, para generar acciones que tiendan a concretar la tan nombrada y ansiada integración continental. 

Y una de las cosas más importantes que permiten mantener la esperanza es el haber constatado como, aún en la diversidad de posiciones políticas de los distintos gobiernos (que van desde los radicalismos progresistas –que podemos llamar de izquierda– pasan por diferentes posiciones centristas –desde la socialdemocracia a la centro-izquierda– y llegan a las posiciones claramente derechistas y neoliberales) todos declararon, no sólo su interés sino su acuerdo en la constitución del organismo y en el objetivo común de la integración. Y para ser honestos, no creemos que la presencia de los gobiernos de derecha (todos pro-nortemericanos) sean propiamente caballos de Troya, tal como ya algunos compañeros los han calificado. No debemos olvidar que en medio de la crisis económica de los países centrales, aquellos gobiernos adscritos a las tesis de mercado, están viendo peligrar sus volúmenes de exportación a unas economías en profunda recesión del consumo. Nuestro continente de seiscientos millones de personas, con una economía que parece estar resistiendo la crisis global, se convierte para ellos en una alternativa de comercio de supervivencia. 

El realismo mágico 

Y en lo particular, quienes creemos, que sólo seremos capaces de crear nuevas alternativas a un mundo que se desploma si ellas surgen de nuestras propias visiones, vimos estas reuniones como todo un ejemplo de una forma latinoamericana de ver el mundo y hacer las cosas, más allá de los parámetros de la óptica eurocentrista europea. 

El mejor ejemplo de la existencia de esta realidad lo dio un periodista español2 presente en los eventos, al intentar explicar unos acontecimientos que trascendían la formalidad acostumbrada en estas reuniones por la “comunidad internacional” y ante los cuales nos mostró todo su asombro. Nos relató entonces unas plenarias donde “Jefes de Estado” hablaron un lenguaje “de Foro Social Mundial”, dónde fueron comunes las citas a Gramsci o a Ignacio Ramonet, donde se condenó abiertamente por parte de muchos al capitalismo, o donde el Primer Ministro de Jamaica comenzó su discurso explicando que su pueblo ora por la salud de Hugo Chávez. Más aún, donde el viejo guerrillero Pepe Mujica se abrigaba con la chaqueta de un general del ejército venezolano, o donde los presidentes de Chile y Colombia “se tragaban con una sonrisa amable los encendidos discursos de Raul Castro o de Rafael Correa”. O donde un Porfirio Lobo, el presidente hondureño de dudosa legitimidad, se presentó como uno más de la familia, bromeó con el presidente Chávez y declaró su adhesión incondicional a la integración latinoamericana y caribeña. 

A esta lista yo agregaría que resultó casi surrealista escuchar por ejemplo a un Felipe Calderón realizar un progresista discurso de apertura signado por la integración, el latinoamericanismo y la necesidad de justicia social; o a un Juan Manuel Santos hablando no solo de la inevitabilidad de la integración, sino de la necesidad de que ella sea una palanca más para la justicia social (y en el segundo día, presionado por las consultas de otros jefes de estado, declarar por primera vez –aún con reticencia– que su gobierno estaría dispuesto a buscar un acuerdo político con las FARC y el ELN, a los que en ningún momento, a diferencia de su predecesor y del presidente chileno, calificó de “terroristas). Igualmente, a pesar de ser el discurso más abiertamente de derecha (por lo visto no era posible pedir más de un gran empresario) fue algo desconcertante oír a Sebastián Piñera declarar que es necesario lograr la justicia social y las oportunidades para todos (aunque haya hablado de la necesidad de tener una educación cada vez mejor, que paradójicamente en su concepción, solo puede ser privada). El tema de la inclusión social y el combate a la pobreza como una de las prioridades fue común a todos los participantes. 

Si a eso agregamos el tono insólito para los extra continentales (ver las últimas reuniones de la UE y la formalidad del trato en público de los jefes de estado)  de absoluta familiaridad entre los participantes, que en su gran mayoría no solo utilizan entre sí sus nombres de pila, sino que hacen constantes referencias a sus experiencias de relación personal (sistema inaugurado tempranamente por Hugo Chávez, que prendió como reguero de pólvora entre los mandatarios del continente y hoy se ha convertido en lugar común); completamos así el panorama de unas reuniones que por estas y otras características sólo pudieron darse en nuestramérica. En definitiva, asistimos a una muestra del reino de lo real maravilloso de nuestro continente mágico creemos que es uno de los síntomas más positivos de esos eventos. 

En definitiva, son muchas las razones para creer en el buen futuro de la integración en nuestro continente. Es posible, bajando a la realidad concreta, que la percepción de la inevitabilidad del agravamiento de la crisis global, sea también uno de los principales factores que están conduciendo a nuestros gobiernos a buscar la unión como una forma de sobrevivirla.  

Como sea, la conjunción de factores parece estarnos llevando efectivamente a retomar como concretas las viejas utopías no alcanzadas de nuestros libertadores. Tenemos entonces razones, intuiciones y emociones que nos llevan a ver el futuro con la esperanza en un mundo mejor. 

miguelguaglianone@gmail.com 



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Miguel Guaglianone

Comunicador, productor creativo, investigador, escritor. Jefe de Redacción del grupo de análisis social, político y cultural Barómetro Internacional.

 miguelguaglianone@gmail.com

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