Es muy difícil no emocionarse
habiendo sido testigos de las dos reuniones abiertas (transmitidas íntegramente
por el sistema de medios públicos venezolanos) de los treinta y tres
mandatari@s de las naciones americanas, donde mostraron su intención
de llevar adelante la realidad de una nueva mancomunidad continental.
El verbo encendido, la
altura y diversidad de los argumentos, la aparente unanimidad en el
objetivo común de rescatar las viejas ideas de la Independencia de
ser un continente unido, la sensación final de la inevitabilidad de
la integración, y sobre todo la afirmación de una voluntad y la elección
de un camino propios, creo que ha sido capaz de entusiasmar los corazones
de inmensas multitudes, desde el Río Bravo a la Patagonia (de aquellas
claro que pudieron de alguna manera tener acceso a los sucesos, boicoteados
o descalificados ampliamente por las grandes transnacionales de la comunicación).
Claro que somos realistas,
que sabemos que muchas de las reuniones cumbres no van más allá de
rimbombantes declaraciones formales, que la constitución de organismos
supranacionales deja muchas veces como resultado instituciones burocratizadas
e inoperantes. También sabemos que aún en el mejor de los casos, lograr
consensos y resoluciones comunes de treinta y tres gobiernos de las
más variopintas posiciones ideológicas, no será en absoluto una tarea
fácil. Son entonces muchas las dificultades, que han hecho a algunos
descreer previamente de los posibles logros de la naciente comunidad,
o de su posible eficacia.
Sin embargo, más allá
del viejo entusiasmo de quienes hace ya muchos años hemos luchado y
seguimos haciéndolo, por la construcción de la Patria Grande, creemos
que existen varios indicadores que nos permiten tener optimismo sobre
el futuro de la criatura naciente.
Síntomas de los tiempos
Para quienes fuimos testigos
en enero de 1962 de las resoluciones de la OEA tomadas en Punta del
Este, Uruguay, dónde un grupo de 14 países latinoamericanos votó
obedientemente la voluntad de los Estados Unidos de expulsar a Cuba
de la OEA (en una reunión propuesta formalmente por Colombia, que en
aquella época también era un fiel representante de los intereses norteamericanos
en nuestro continente), es un parte importante de lo conmovedor de estos
sucesos el haber presenciado hoy estas reuniones en Caracas, dónde
las naciones latinoamericanas hablaron con voz propia y aparentemente
tomaron sus decisiones de acuerdo a sus propias ideas y necesidades.,
No sólo parecemos haber llegado a la mayoría de edad al ser capaces
de agruparnos por cuenta propia, sin ningún tipo de intervención extranjera,
sino también de estar muy concientes de nuestras propias necesidades.
Pareciera ser que estamos aprendiendo rápidamente a vernos con nuestros
propios ojos. ´
Sí parecen entonces
haber cambiado mucho algunas cosas en nuestro continente.
Por otro lado, estos
acontecimientos no surgen repentinamente de una chistera. No sólo el
Grupo de Río, predecesor de la CELAC viene operando desde 1986 y protagonizó
importantes episodios internos de nuestros pueblos, tales como su intermediación
en el posible conflicto entre Ecuador y Colombia cuando un operativo
militar del segundo violó la soberanía del primero y mató gente en
territorio ecuatoriano. También de alguna manera las acciones de la
UNASUR1 (Unión de Naciones Sudamericanas), un organismo
continental relativamente joven que demostró su capacidad de respuesta
en sus intervenciones ante el intento secesionista en Bolivia o el intento
del golpe de Estado en Ecuador, son también un buen precedente para
la CELAC. Igualmente la operación de MERCOSUR (Mercado Común del Sur),
el más antiguo de nuestros organismos creados por iniciativa propia,
o de la más joven ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas),
consisten en otras muestras no sólo de la voluntad, sino también la
capacidad real de nuestras naciones, para generar acciones que tiendan
a concretar la tan nombrada y ansiada integración continental.
Y una de las cosas más
importantes que permiten mantener la esperanza es el haber constatado
como, aún en la diversidad de posiciones políticas de los distintos
gobiernos (que van desde los radicalismos progresistas –que podemos
llamar de izquierda– pasan por diferentes posiciones centristas –desde
la socialdemocracia a la centro-izquierda– y llegan a las posiciones
claramente derechistas y neoliberales) todos declararon, no sólo su
interés sino su acuerdo en la constitución del organismo y en el objetivo
común de la integración. Y para ser honestos, no creemos que la presencia
de los gobiernos de derecha (todos pro-nortemericanos) sean propiamente
caballos de Troya, tal como ya algunos compañeros los han calificado.
No debemos olvidar que en medio de la crisis económica de los países
centrales, aquellos gobiernos adscritos a las tesis de mercado, están
viendo peligrar sus volúmenes de exportación a unas economías en
profunda recesión del consumo. Nuestro continente de seiscientos millones
de personas, con una economía que parece estar resistiendo la crisis
global, se convierte para ellos en una alternativa de comercio de supervivencia.
El realismo mágico
Y en lo particular, quienes
creemos, que sólo seremos capaces de crear nuevas alternativas a un
mundo que se desploma si ellas surgen de nuestras propias visiones,
vimos estas reuniones como todo un ejemplo de una forma latinoamericana
de ver el mundo y hacer las cosas, más allá de los parámetros de
la óptica eurocentrista europea.
El mejor ejemplo de la
existencia de esta realidad lo dio un periodista español2
presente en los eventos, al intentar explicar unos acontecimientos que
trascendían la formalidad acostumbrada en estas reuniones por la “comunidad
internacional” y ante los cuales nos mostró todo su asombro. Nos
relató entonces unas plenarias donde “Jefes de Estado” hablaron
un lenguaje “de Foro Social Mundial”, dónde fueron comunes las
citas a Gramsci o a Ignacio Ramonet, donde se condenó abiertamente
por parte de muchos al capitalismo, o donde el Primer Ministro de Jamaica
comenzó su discurso explicando que su pueblo ora por la salud de Hugo
Chávez. Más aún, donde el viejo guerrillero Pepe Mujica se abrigaba
con la chaqueta de un general del ejército venezolano, o donde los
presidentes de Chile y Colombia “se tragaban con una sonrisa amable
los encendidos discursos de Raul Castro o de Rafael Correa”. O donde
un Porfirio Lobo, el presidente hondureño de dudosa legitimidad, se
presentó como uno más de la familia, bromeó con el presidente Chávez
y declaró su adhesión incondicional a la integración latinoamericana
y caribeña.
A esta lista yo agregaría
que resultó casi surrealista escuchar por ejemplo a un Felipe
Calderón realizar un progresista discurso de apertura signado por la
integración, el latinoamericanismo y la necesidad de justicia social;
o a un Juan Manuel Santos hablando no solo de la inevitabilidad de la
integración, sino de la necesidad de que ella sea una palanca más
para la justicia social (y en el segundo día, presionado por las consultas
de otros jefes de estado, declarar por primera vez –aún con reticencia–
que su gobierno estaría dispuesto a buscar un acuerdo político con
las FARC y el ELN, a los que en ningún momento, a diferencia de su
predecesor y del presidente chileno, calificó de “terroristas). Igualmente,
a pesar de ser el discurso más abiertamente de derecha (por lo visto
no era posible pedir más de un gran empresario) fue algo desconcertante
oír a Sebastián Piñera declarar que es necesario lograr la justicia
social y las oportunidades para todos (aunque haya hablado de la necesidad
de tener una educación cada vez mejor, que paradójicamente en su concepción,
solo puede ser privada). El tema de la inclusión social y el combate
a la pobreza como una de las prioridades fue común a todos los participantes.
Si a eso agregamos el
tono insólito para los extra continentales (ver las últimas reuniones
de la UE y la formalidad del trato en público de los jefes de estado)
de absoluta familiaridad entre los participantes, que en su gran mayoría
no solo utilizan entre sí sus nombres de pila, sino que hacen constantes
referencias a sus experiencias de relación personal (sistema inaugurado
tempranamente por Hugo Chávez, que prendió como reguero de pólvora
entre los mandatarios del continente y hoy se ha convertido en lugar
común); completamos así el panorama de unas reuniones que por estas
y otras características sólo pudieron darse en nuestramérica. En
definitiva, asistimos a una muestra del reino de lo real maravilloso
de nuestro continente mágico creemos que es uno de los síntomas más
positivos de esos eventos.
En definitiva, son muchas
las razones para creer en el buen futuro de la integración en nuestro
continente. Es posible, bajando a la realidad concreta, que la percepción
de la inevitabilidad del agravamiento de la crisis global, sea también
uno de los principales factores que están conduciendo a nuestros gobiernos
a buscar la unión como una forma de sobrevivirla.
Como sea, la conjunción
de factores parece estarnos llevando efectivamente a retomar como concretas
las viejas utopías no alcanzadas de nuestros libertadores. Tenemos
entonces razones, intuiciones y emociones que nos llevan a ver el futuro
con la esperanza en un mundo mejor.