Comenzó una nueva versión de la FILVEN (Feria Internacional del Libro de Venezuela). Este año el escritor homenajeado es nuestro apreciado Luis Britto García, y el país al que está dedicada la feria es Uruguay.
“Fiesta de la Cultura” la llamó en el acto de su inauguración el Ministro del Poder Popular para la Cultura, Pedro Calzadilla,. Aún más allá, en cada nueva versión anual la feria se constituye en un sustancioso ámbito de encuentro e intercambio, y en su dinámica (cada año más extensa y compleja) acontecen sucesos que muchas veces trascienden las expectativas de su programación.
Uno de ellos lo vivimos con la presentación a sala llena en la sala Ríos Reyna del teatro Teresa Carreño, del cantautor uruguayo Daniel Viglietti, el sábado 12 de marzo, segundo día de la feria.
El artista declaró desde el principio, su intención de traernos un homenaje a Mario Benedetti, el gran escritor uruguayo desaparecido hace tres años. Un homenaje asentado no sólo en la vieja amistad entre ambos (que incluyó cosas como compartir el exilio) sino también en el trabajo llamado “A dos voces” que ambos realizaran conjuntamente durante varios años. En él, música y poesía se habían hecho cómplices para crear un recital de expresión artística, surgido desde lo más profundo del espíritu contestatario y libertario del Sur.
A partir de ese preámbulo, a través de la música, la poesía, las anécdotas y un acompañamiento audiovisual que incluyó además de imágenes referidas a los textos y las canciones, videos del propio Benedetti diciendo sus sentires y sus verdades, fuimos desplazándonos a lo largo y ancho de nuestra América, sus luchas y sus sufrimientos.
Desde un dulce recuerdo a Soledad Barret, la nieta de aquel anarquista paraguayo que vivió su exilio en Uruguay, la adolescente a la que los nazis uruguayos marcaron los muslos por no haber querido vivar a Hitler y denostar de Fidel Castro, la comprometida militante que compartió con Daniel y Mario estadía en la Habana y que fuera vilmente asesinada en Brasil en 1973; fuimos pasando por otros grandes de lo que es hoy nuestro propio imaginario, Salvador Allende, Sandino, El Che, el encuentro con Ernesto Cardenal, Violeta Parra, Víctor Jara, Roque Dalton, las luchas en Centroamérica, los desaparecidos por las dictaduras del Sur; hasta llegar al sensible recuerdo de otra luchadora, Elena Quintero, la maestra uruguaya que fuera secuestrada por la dictadura uruguaya en los predios de la Embajada Venezolana, y que engrosara también las listas de desaparecidos, incluyendo en la evocación a su madre, la Tota, que peleó hasta su muerte por recuperar la memoria y dignidad de su hija. Tampoco estuvo ausente (cómo podría estarlo) el amor, tanto en la poesía sencilla y conmovedora como en la canción nostálgica de pasiones de juventud y militancia.
Y mientras todos participábamos de este recorrido, de repente apareció la magia: Mario Benedetti se asomó desde un costado y vino a estar esa noche presente con nosotros, recitó y cantó junto a Daniel, y volvió a ser parte de las dos voces. Compartimos con ellos ese momento especial.
Pero la magia no terminó allí. Un público mayoritariamente venezolano se hizo parte de esas voces del Sur. Aplaudió, vivó y participó de cada propuesta, de cada canción, de cada poesía. El clímax llegó cuando la sala entera cantó junto a Viglietti su “A desalambrar”, contravoceada por las consignas de un grupo de jóvenes del Movimiento Ezequiel Zamora. Una sola voz recorrió entonces el Teresa Carreño, el aliento conjunto de compatriotas en Nuesatramérica. Aún la magia prosiguió hasta la última canción, La Llamarada, un texto compuesto por Raúl Salerno, un compañero que cayera en combate luchando por un mundo mejor, y que a pesar de no ser muy conocida en Venezuela, fue coreada con la misma pasión que si fuera el Alma Llanera.
Fenómeno mágico, sí, sobre todo para aquellos que hace muchos años venimos luchando por la unión latinoamericana, y que desde aquella soledad de minorías en la cual compartíamos desde los años sesenta los ideales artiguistas y bolivarianos, nos sentimos parte hoy de este movimiento avasallante que viene desde el corazón de los pueblos, de saberse hermanos en este continente mestizo.
Mucho más allá de las acciones políticas de los gobiernos, nuestra nación latinoamericana sólo será una sola, cuando todos se sientan parte de la misma tierra y de la misma gente. Tal como con la revolución, la Patria Grande únicamente será posible, si los cambios se realizan en las culturas y en la vida de las gentes.
Los tiempos han cambiado, hace cuarenta años los intercambios culturales populares lograban como máximo un interés basado en lo exótico o diferente. Hoy aparece cada vez más esta identificación, este sentir que lo que el otro nos da, es parte de lo propio. Es un fenómeno social que está cubriendo toda nuestra geografía, y que aparece con fuerza de la forma más insospechada.
Esto fue lo que sentimos, vivimos y participamos en el encuentro con Daniel Viglietti. Que estamos todos construyendo nuestra Patria Grande.
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