El comandante bolivariano es un vendedor nato y excepcional. Si colocó su programa “Aló Presidente” en el primer lugar de sintonía todos los domingos, con la misma rapidez se le sumaron millones de seguidores en twitter. Palabra o frase que pronuncia, la pega y pasa a formar parte del léxico popular y cotidiano. De boca en boca puso el largo poema de Alberto Arvelo Torrealba, Florentino y el Diablo. “Usted que se alza el copete y yo que se lo rebajo”.
Una vez celebró con dulce de lechosa y desde entonces, este manjar lo sacan sus seguidores y opositores para aplaudir sus triunfos o cobrarle los reveses. Esta semana, cuando echaron a rodar la bola de su muerte, apareció en una cancha de bolas, echando boches. Allí quedó toda la simbología del rumor y la respuesta para deleite de los semiólogos.
En esta onda semiótica, digamos que bola es palabra polisémica. Marca nuestra vida desde el óvulo hasta la única nave espacial en la que nos desplazamos, en el decir del colega y amigo Walter Martínez. De la existencia hace un juego que se inicia en la infancia con las metras y traspasa la adultez con las bolas de beisbol, fútbol o básquet, pasando por las carambolas del billar y el pool.
La bola es un azar, para apostar a la lotería o para sortear los grupos en los mundiales de fútbol. En el beisbol, las hay de saliva, de tenedor, malas, bajas o rápidas, sin olvidar la rabo de cochino. Se las puede botar, pellizcar, presentar o tocar. Cuando metemos las pata, el maestro Rosas Marcano con Francisco Pacheco nos advertía: “Botaste la bola, negro”. El gran comentarista de béisbol que fue Carlitos González, cuando un bateador la sacaba de línea, exclamaba: “la bola pasó llorando como una madre”.
Puede significar cobardía por su carencia o coraje por su exceso. La polisemia es infinita, como la bolita del mundo. Remite a la adulancia para los que se mecen y columpian. Una bola de plátano no es mala, pero las colocadas como grillos son terribles. “Yo tengo una bolita que me sube y me baja”, cantaba Emilita Dago tiempo ha, todavía nadie sabe por qué ni en qué terminó todo ese asunto. En Caracas hay una esquina llamaba La Pelota, pero nada tiene que ver con la vedette que a cada rato amenaza con mostrarse ídem.
El presidente Chávez, al bochar las bolas ciberespaciales y mediáticas que lo mandaban al más allá, puso otra vez de moda las bolas criollas. Ya verán al candidato que lo imita en todo, pegando saltos temerarios sobre el mingo. Cuidado. Los comerciantes corrieron a colocar en los estantes juegos de bola de todos los colores y tamaños. Un juego electrónico viene en camino. Mientras que a alguien que tú conoces, cuando lee las encuestas, se le arrugan los tendones, como las parábolas acatarradas de las que alguna vez escribió Roberto Hernández Montoya.
El presidente Chávez al llegar y leer los sondeos, sin caer en triunfalismo murmuró: tiene que echarle un… Y desde el montículo de la campaña electoral (todavía no hay juego oficial) lanzó esta rabo e’ cochino: Este no llega a primera ni que le den base por bola.
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