“Tú debes saber más que yo. Por favor, dime qué es lo que está pasando”.
Las llamadas, correos electrónicos y mensajitos de texto telefónico tenían todos el mismo tono imperativo de los transeúntes que de pronto creían encontrarse, al fin, con alguien que sí sabía qué era de la vida del Presidente.
La curiosidad de por qué no había asistido a la marcha del sábado se transformó en perplejidad el domingo, cuando no hubo Aló Presidente .
Las palabras tranquilizadoras de José Vicente (“él también es un ser humano”) y el anuncio anticipado de Andrés Izarra sobre la cesión del espacio presidencial a la Liga Mundial de Voleibol sólo lograron contener un poco la magnitud de lo que vendría después: una avalancha de rumores que transformaron la incertidumbre natural de los ciudadanos en un estado anímico rayano en la desesperación. Chavistas al borde de un ataque de nervios.
Aquellos sentimientos también se apoderaron de una parte de los adversarios del Presidente. La relación patológica que se ha establecido entre algunos de ellos y el gobernante se expresó en la discreta angustia de mucho escuálido de a pie (“Mira, Villegas, y por fin dónde se metió el loco”) y en la explícita declaración de uno de sus jefes, Antonio Ledezma, quien criticó la ausencia del Presidente en la marcha en defensa de la nueva Pdvsa y contra el terrorismo.
Cada nueva hipótesis sobre el paradero y salud de Chávez rodaba tan rápido como Pastor Maldonado en un autódromo.
Las empresas telefónicas hicieron su agosto a fines de mayo. Que si está enfermo. Que si lo mataron y no quieren decir nada. Que si lo envenenaron.
Que si hubo un atentado. Que si los militares lo tienen secuestrado. Los rumores menos dramáticos lo ubicaban, para variar, en Cuba, al lado de Fidel Castro. Cosa más grande.
En medio de aquella incertidumbre, algunos personeros del gobierno, hablando off the record , le echaban la culpa de aquel fenómeno colectivo a Lina Ron, indomable lideresa de la UPV, por haber revivido la consigna “queremos ver a Chávez”, la misma del 12 de abril de 2002, cuando al Presidente lo tenían preso los militares carmonistas.
Pero, en justicia, los rumores no nacieron con la actitud de Lina.
Ya el viernes, un día antes de la marcha, la maquinaria del run-rún se había activado con una especie que se regó como pólvora.
“Hay un golpe de Estado. José Vicente está preso”, se escuchó al otro lado de la línea telefónica la voz segurísima de un convencido de que la cosa estaba fea en Palacio. Las llamadas para intentar la confirmación o desmentido de aquel rumor servían, a su vez, para regarlo todavía más, en un efecto multiplicador.
Nunca se sabrá si el tsunami de rumores y la angustia masiva de estas 48 horas sin Chávez –mediáticamente hablando, claro está- fueron el resultado de una operación sicológica destinada a desestabilizar el país, de una cadena de casualidades aprovechada por la autóctona industria del rumor o, simplemente, de una decisión del Presidente de hacerse extrañar por un rato, refugiándose en el mundo infantil de Rosinés, con sus crepúsculos barquisimetanos.
Terca como un burro mañoso, la maquinaria del rumor pretendió desvirtuar, incluso, la reaparición de Chávez en TV, al atardecer del lunes. “Júrame que eso que está transmitiendo el canal 8 es en vivo, que no es un montaje”, se escuchaba ahora, con el mismo desespero, en las llamadas telefónicas.
“Na guará e` susto”, suspiraron unos… y muchos de los otros también cuando confirmaron que ése era Chávez, vivito y coleando, como el del 13.